Capítulo XX, parte II

315 67 5
                                    


—¿Qué hacía su marido en Londres?

Aquella pregunta, formulada con un cansancio patente, llegó tras una buena tanda de otras. Llevaban allí más de tres horas y no habían sacado casi nada en claro. Joseph era un tío de lo más normal, con una vida tan anodina y penosa como la de cualquier otro: cuarentón, vivía con su exmujer en una casa no demasiado grande que mantenían a base de trabajos poco remunerados y muchos favores, y una salud sorprendentemente envidiable para alguien que vivía al borde del infarto debido al estrés. No tenía enemigos como tal, solo alguna rencilla con compañeros de trabajo, y a pesar de todo, procuraba mantener sus deudas al día.

¿Quién podía querer matar a alguien así?

Nathan se recostó en el sofá en el que estaba sentado y cruzó una pierna sobre la otra mientras exhalaba el humo del cigarro que fumaba.

—Ya se lo dije a los otros policías. —Molesta, la viuda de Warner alargó la mano y cogió una de las patatas fritas que había sacado para amenizar la charla. A pesar de lo cotidiano que parecía el gesto dadas las circunstancias, su pulso tembló al recordar las fotografías del cadáver de su exmarido. Tragó saliva, masticó rápidamente la patata frita y volvió a tragar—. Fue a visitar a un familiar que estaba enfermo. Su tía, creo. Miren... no nos hablábamos mucho en esa época, ¿vale? Sé que me lo dijo por encima, pero yo tampoco le hice mucho caso.

Al otro lado del sofá James enarcó una ceja y miró de reojo a Nathan. El gesto de su mejor amigo se había ensombrecido repentinamente, como si algo hubiera hecho click en su cabeza. Algo gordo, porque desde allí notaba la tensión de su cuerpo

¿Qué...?

—¿En qué hospital estaba? ¿Lo recuerda? —Incapaz de estarse quieto, Nathan se levantó y empezó a andar de un lado a otro, nerviosamente. Al ver que la mujer no reaccionaba, se giró hacia ella—. ¡Conteste!

—No, la verdad es que... no. Yo... de verdad, es que no me acuerdo... Sé que me dijo que pasaba algo con el hospital y que tenían que arreglarlo, pero...

—¿Y no tiene una conversación de whatsapp de él en el que se lo diga? ¿Un e-mail? ¿Carta? ¡¿Fax?! ¡Lo que sea!

—Nathan, ¿qué...?

—Soy ferviente creyente de que las casualidades no existen, James. Coincidencia, puede, sí... pero nunca tanta casualidad. Puede que me equivoque, pero... —Se detuvo y se giró de nuevo hacia Bernadette, que aún le miraba entre perpleja y perturbada—. Señora, por favor. —Hizo un gesto hacia ella, como si la empujara y la miró con intensidad—. ¡A buscar entre los mensajitos, coño!

Como si saliera de un trance, la mujer parpadeó, enrojeció y se levantó a toda prisa. Cuando desapareció tras una de las habitaciones, Nathan se giró hacia James y le dio un golpe en el hombro.

—George Dunn también estuvo en un hospital, ¿recuerdas? —preguntó y continuó hablando a toda prisa, sin dejar que James contestara—. ¡En el Saint Thomas! —exclamó, fuera de sí—. ¡Justo como la madre de Sophie Ross! Y... —Se llevó una mano a la sien y apretó con fuerza, frustrado—. Joder, estoy seguro de que Adrien Wilson también —siseó—. ¡Necesito que llames a tu madre! —Se apretó más las sienes y se obligó a parar, ya que la expresión desconcertada y preocupada de James le distraía—. Necesito que le preguntes a tu madre si alguna vez tu padre estuvo en el St. Thomas.

—Nathan, espera.... —James se levantó de la silla y se acercó a él—. Ni siquiera sabes si Warner estuvo en ese hospital. —Un estremecimiento que nada tenía que ver con la temperatura de fuera, le recorrió de arriba abajo. Un temblor que procedía de un miedo atroz a descubrir la verdad. A fin de cuentas, pensaba, Nathan nunca se equivocaba—. Cálmate, ¿eh? Estás sacando las cosas de contexto.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora