Downing Street era un hervidero de gente. La prensa se amontonaba junto a las verjas que les separaban de la puerta del número diez. El alboroto estaba lleno de preguntas lanzadas al aire, muchas de ellas tan envenenadas que olían a alcohol y a mentiras desde lejos.
Pero las palabras eran tan poderosas como el huracán que estaba por llegar: no había lugar en Londres donde Nathan no fuera tema de conversación.
Lo había escuchado todo gracias a la radio del taxi.
La ciudad se hacía preguntas y no se esforzaban por encontrar la respuesta correcta: incluso a aquella temprana hora desde la publicación de la noticia, la mayor parte de Londres asumía sin lugar a dudas que Nathan era culpable. ¿Cómo no iba a serlo si había estado implicado en el caso desde el principio?
Un sudor frío bajó por la columna vertebral de James, que se estremeció al ver el muro humano que tenía ante sí: no sólo la prensa se había reunido allí, también la policía y lo que parecía un curioso número de civiles movidos por el morbo o por la injusta necesidad de tomarse la justicia por su mano.
¿Qué coño estaba pasando?
¿Por qué la gente parecía haberse vuelto loca de pronto?
¿Cómo podían creer que Nathan era un asesino...?
El militar regresó a la realidad cuando su teléfono vibró en el bolsillo por primera vez desde que saliera de casa. Lo cierto era que apenas había dejado la línea libre –no había dejado de llamar a Nathan ni un solo momento-, así que los mensajes de llamadas perdidas de diversas personas se acumularon de golpe en su bandeja de entrada.
Pero ninguna era de Nathan. Su teléfono continuaba apagado o fuera de cobertura, como si la tierra se lo hubiera tragado al entrar en casa del primer ministro.
Desesperado, James rebuscó en su agenda hasta dar con el número de Delia y apretó el botón de llamada con más fuerza de la necesaria, como si eso ayudara a acelerar el tiempo.
La mujer no tardó en contestar.
—¡James! Nathan está en casa del primer...
—¡Sí, ya lo sé! —la cortó rápidamente y miró a su alrededor, sin saber aún qué estaba viendo—. ¡¿Qué mierdas está pasando, Delia?! ¡¿Por qué cojones todo el mundo se cree que mi novio tiene algo que ver con el hijo de puta que me está hundiendo la vida?! ¡Sabes que es mentira, que él no ha sido!
—¡No lo sé, joder, no tengo ni idea! —La voz de Delia estaba teñida de una ansiedad que casi estaba a la par con la del joven, pues ella también había tenido que lidiar en varios frentes tras la repentina marcha del hombre—. Ha salido del taxi sin decirme nada, y ahora tampoco me coge el teléfono. Escúchame, porque esto es muy gordo —siseó, en voz más baja—. La pregunta de esa periodista ha removido mucha mierda que Nathan siempre se ha esforzado por tapar. Pero ahora... dios, todo el mundo sabe lo que pasó en esa casa hace quince años, James. Y aunque quisiera, Nathan no puede hacer nada para defenderse de esas acusaciones, no hasta que salga de ahí.
—¿Tienes alguna idea de qué está pasando ahí dentro? ¿Por qué lo han traído aquí?
—No, lo siento. A mí tampoco me han dejado entrar. He vuelto a la oficina para poner orden, pero... esto está siendo de locos. La gente está renunciando a sus trabajos en masa, nadie quiere tener nada que ver con Nathan. Joder...
Aquella información cayó sobre él como un jarro de agua helada. El frío que sintió en esos momentos le recorrió con tanta fuerza que empezó a temblar sin ser consciente de ello. El sol caía a raudales sobre él, sí, pero no sentía ningún tipo de calor.
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Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?
Misteri / ThrillerEl asesinato cometido por Adam Brown supuso que la vida de James cambiara por completo. Lo que antes había sido una vida fácil y feliz se convirtió en una pesadilla que jamás ha conseguido dejar atrás: ni la bebida ni las drogas han conseguido que...