-Emma.-alguien susurró cerca de mi cuerpo.-Emma.
-Mmm.-me quejé acurrucándome mejor en la cama.-Un poco más.
-Tenemos que ir a trabajar.-abrí los ojos de golpe.
-¿Qué hora es?-alterada, me levanté de la cama.-¿Qué pasa?-le pregunté al ver cómo se reía.
-Que soy la jefa, no te preocupes por la hora.-caminó hacia mí.-Tranquila señorita Vega, no le despediré por llegar tarde.-sonrió de lado.
-¿No dará que hablar que lleguemos tarde a la vez?
-Me importa una mierda lo que piensen los demás.-espetó antes de incrustar nuestros labios en un beso, del que ninguna de las dos nos hubiéramos separado.-Pero temo decir que si seguimos así, no vamos a llegar a la reunión.
-¿Qué reunión?
-La de la cooperativa, quieren aclarar algunas cosas.-fue en ese mismo momento en el que me di cuenta de que estaba vestida con la misma ropa que ayer.-Tengo que ir a mi casa para cambiarme de ropa.-explicó al ver mi cara de confusión.
-Va_vale.-tartamudee al notar como colocaba ambas manos en mi cintura y me empujaba a la pared vecina.
-Me encantó lo de anoche.-sus ojos dieron con los míos, los cuales despertaron una lujuria que ni yo sabía que tenía.
Nuestros labios volvieron a unirse, pero esta vez en un beso más brusco que el primero. Sus dientes dieron con mi labio inferior, el cual no tardó en morder y en estirar hacia ella, logrando que escapara un gemido por mi garganta y que mi respiración se alterara.
-Nos vemos luego.-susurró en mis labios.-No llegue demasiado tarde, señorita Vega.
Cuando quise darme cuenta y decirle algo, su presencia ya había terminado en la habitación, no sin antes despedirse de Cuervo, quien, al parecer, le había cogido cariño.
-Mierda.-pronuncié al ver que ya eran las diez de la mañana.
Si no salía pronto, no llegaría ni a la reunión con la cooperativa, cosa que podía llegar a ser buena para mi. Las únicas experiencias que he tenido han sido o muy buenas, como con el señor Langdon, o muy malas, como con aquella psicópata que me disparó a quema ropa. ¿Quién demonios le permitió tener un arma en sus manos?
Cuervo no tardó en pedirme comida al salir de la habitación, por lo que me tomé unos segundos más, para luego salir corriendo hacía el autobús. Porque si, no tenía coche; hoy Peter no iba a pasar por mi por una cosa familiar y Venable había salido pitando hacia su cosa.
Supongo que el destino, ese día, no estaba en mis manos.
¿Por qué?
Debí imaginarme que la carretera estaba helada, debí darme cuenta de que el conductor no estaba pasando por sus mejores momentos.
Una pena que el autobús estuviera lleno de ancianos que iban a comprar el pan o de niños que iban a sus colegios.
Una pena que un coche se interpusiera en nuestro camino justo cuando estábamos pasando un puente.
Una pena que el conductor diera un volantazo brusco y que no viera el hielo en la calzada.
Una pena que el freno no reaccionara a tiempo y que la valla del puente no soportara el peso del autobús.
No tardé mucho en notar la fría agua del río, los gritos despavoridos de los pasajeros; su desesperación en vivo.
No tardé en ver como el agua poco a poco llenaba el autobús a la vez que lo hundía.