Capítulo XXIX

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"— ¡Eres un asesino! ¡¿Me oyes?! —Grito con fuerza, tanto que consigo hacerme daño en la garganta.

— Hice lo que tuve que hacer —Sentencia Malcom sentado en una celda —. Esa vieja...

— ¡Era tu abuela! ¡La persona que te dio un hogar en el que vivir! ¿No lo entiendes?

— Déjame, Emma. O también te mataré a ti —Por primera vez me dirige la mirada. No hay nada, en ella no hay nada de vida.

— No sabes lo que dices —Lo miro con odio.

— Si que lo sé. Soy peluquero, así que si no quieres acabar con cientos de cortes de tijeras por el cuerpo y sin ojos, te sugiero que te marches —Me asusto cuando se pone de pie, tan solo nos separan unos barrotes —. ¡¿Me has oído!?"

Intento buscar oxígeno al instante en el que abro los ojos y me encuentro con el techo del dormitorio de Wil. Me llevo una mano al pecho para intentar calmarme.

— ¿Otra pesadilla? —Pregunta Wil saliendo del baño preocupada —. Tienes muchas últimamente. ¿Es por lo de Malcom?

Su cabello húmedo cae en cascadas sobre sus hombros casi desnudos, tan solo le tapa una fina toalla morada. Como no...

— ¿Emma? —Se sienta a mi lado —. ¿Estás bien?

— Eso intento —Declaro dejándome acariciar la mejilla por ella —. ¿Se sabe algo más? —Intento cambiar de tema a uno por lo menos que sea normal.

— ¿Sobre las manzanas? —Sonríe de lado —. No están envenenadas. La señora Mead ha declarado que son comestibles.

Hace dos días llegó a las instalaciones un cargamento de manzanas verdes de dudosa procedencia. ¿Quién las ha enviado? ¿De dónde vienen? ¿Por qué ahora y no antes? Esas son las preguntas que ambas nos hacemos desde hace dos noches, dos noches en las que he dormido en su dormitorio por miedo a que Malcom se meta en el mío.

Que Michael Langdon lo dejara libre después de lo que le hizo a su abuela, me provoca aún más pesadillas. Por lo menos también negó la ejecución de Emily y Timothy, aunque Wil ya lo hubiera hecho de no ser por la señora Mead. ¿La locura viene de ya de serie o se va aprendiendo con el tiempo?

En estos dos últimos días todos andan un poco idos de olla; Timothy y Emily no salen de su habitación, Coco anda como una desquiciada buscando un nuevo peluquero y por supuesto Mallory va tras ella como un perro sabueso. ¿Le tendrá miedo? Por supuesto.

Aún desconozco la razón por la que Mallory sigue siendo un gris y no un morado.

— ¿Y qué vais a hacer con ellas? —Pregunto con curiosidad. ¿Cómo no hacerlo cuando llevamos semanas comiendo prácticamente gelatina?

— No lo sabemos todavía. Quizá hagamos una fiesta.

— ¿Una fiesta? —Se me iluminan los ojos.

— ¿A Emma Vega le gustan las fiestas? —Puedo notar como usa la ironía —. Sabía que te iba a gustar la idea. Pues prepárate porque será esta noche.

— ¿En serio? —Asiente.

La emoción me gana y en un arrebato uno nuestros labios en un beso desenfrenado. Tan desenfrenado que ni siquiera yo lo veo venir de mi. A ella le toma por sorpresa, por lo que tarda unos segundos en seguirme el ritmo.

Bajo la mano deliberadamente hasta el fin o hasta el inicio de la toalla. Me separo de ella para verle a los ojos y ver su reacción, su sonrisa se agranda cuando ve clara mis intenciones. La mía se agranda aún más cuando me doy cuenta de que ya no tiene miedo a desnudarse frente a mi.

PúrpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora