Capítulo XXVI

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Sus incansables ojos me miran de una manera que nunca, en lo poco que la conozco, pensé que llegarían a mirarme. Con lástima y compasión. Sus propias pupilas danzan sobre la pista de un baile macabro de los años veinte; se dilatan hasta tal punto que el marrón avellana de sus ojos casi desaparece por completo.

Su cabello pelirrojo cae con vida sobre sus hombres, como si quisiera buscar una escapatoria en todo momento. Como si quisiera huir sabiendo lo que se le avecina.

Su mano derecha, portadora de su característico bastón, se encuentra rígida. De su nueva piel rojiza, quedan algunos resquicios de su antigua palidez. ¿Tanto le importa el asunto? ¿Tanto para que casi se puedan oír pequeños crujidos pertenecientes a su bastón?

Durante toda mi vida o la que por lo menos recuerdo, he vivido intentando ser la mejor persona que podía llegar a ser. Empatía, bondad, sinceridad, honestidad, humildad...entre otras muchas. Como mi tía solía decir: trata a los demás como quieres que te traten. Y así lo ejecuté y sigo intentándolo. Pero ahora mismo, no se ni siquiera si mi tía sigue viva y las recientes revelaciones me indican que no debí de entender su frase correctamente.

¿Pertenecer a una asociación donde permiten la tortura? ¿Qué tan bajo había caído durante ese tiempo que ni mi cerebro quiere recordarlo?

– Supongo que agradezco haber tenido el accidente.-me levanto viendo como la señora Venable no tiene intenciones de aclarar mis dudas.

– Espera.-su mano libre se interpone en mi brazo.-No digas eso.-baja la cabeza pensante.

– ¿Por qué? Si es verdad. Mejor no recordar a hacerlo si se trata de haber pertenecido a esa asociación.

– No es así.-susurra por lo bajo.

– ¡Entonces explícamelo!-quito su agarre con rapidez.-En lo que a mi respecta, parece que soy una maldita torturadora.-respiro hondo antes de alejarme de ella.

– ¡No lo eres!-su frío grito me obliga a pararme de golpe.-No lo eres.-vuelve a repetir una vez está delante de mí.-Tu eras alumna en mi universidad y te ofrecí una beca, eso es todo.

– ¿Eso es todo?-intento sonar como si lo que acaba de revelar no me haya sentado como un vaso de agua fría.-Tiene que haber algo más.

– Te ofrecí la beca y tú la aceptaste.-intenta tocarme la mejilla, pero me aparto con rapidez.-Trabajabas para mi, pero no pertenecías a la cooperativa.

– ¿No...no pertenecía?

– No. Lo que has recordado es cuando una señora perteneciente a la cooperativa, te pegó un tiro en el abdomen.-da un paso hacia mi.

– ¿Un tiro?-me toca el abdomen con preocupación.-¿Cómo sobreviví?

– Llevabas un traje.-la miro enfadada.

– Así que era tu conejillo de indias.-camino hacia atrás ofendida.-Genial, de torturadora a experimento de laboratorio.

– No digas eso.-suena afectada.-Jamás te haría eso.

– ¿No? Porque lo parece. ¿Esa tal Ignis Taylor me disparó para saber si ese traje funcionaba, no?-no le dejo contestar.-¿Por eso estoy aquí? ¿Para seguir haciendo de su ratón de laboratorio?-espeto con rencor.

– ¿Qué? No, claro que no.-señala su silla.-Por favor, siéntate.

– ¡No!-la miro asombrada.-No volveré a ser su conejillo de indias, Miss Venable.-decidida comienzo a caminar hacia la puerta, pero en cuanto mi mano toca el pomo, un fuerte agarre me obliga a darme la vuelta.-Suelte...-uno labios sobre los míos impide que siga hablando.

PúrpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora