Capítulo 1

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La fragmentación del imperio Helénico supuso la caída del gran imperio que formó conmigo Alejandro. Recuerdo desde el primer momento que vi a Alejandro, tan pequeño que obtendría el mayor imperio que nunca se había visto antes, pero su joven y corta vida no pudo cumplir sus ansiosas de llegar y saber lo que había en el fin del mundo.

Toda la sangre y vida que se había perdido en su camino... Es lo que conlleva la conquista y creación de un imperio.

Me encontraba recorriendo los pasillos del Olimpo por la noche tranquilamente hasta que decidí ir hacia los jardines y contemplar a Selene en lo alto del manto de Nyx.

Selene acompañada de sus hijos, tan pequeños y brillantes, no pude evitar poner una de mis manos sobre mi vientre vacío.

Llevo mucho tiempo intentando tener descendencia con mi amado esposo, pero parece ser que el deseo de traer vida a este mundo me lo estaban negando.

—Preciosa noche ¿verdad Mariam?

Esa voz, esa insoportable voz que siempre está en el momento exacto para incordiarme.

—Buenas noches Afrodita.

La diosa de la belleza y el amor se me acercó con una gran sonrisa, una sonrisa que realmente era falsa hacia mi persona. Retiré con disimulo la mano que tenía en mi vientre, pero ya lo había visto ella. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.

—¿No tendrías que estar en la cama retozando con Ares?— Arqueó una de sus cejas Afrodita.

—Afrodita ¿que es lo que quieres?

—El padre de tus hijos— Afrodita había ido a atacar a la herida y sabían bien que me estaba hiriendo — Oh, espera, que no tienes— Ella se echó a reír a carcajadas, mientras que yo contenía las ganas de partirle la cara allí mismo —Me das lástima, sabes. Con él, en pocas noches pasionales que tuvimos, me quedé rápidamente embarazada de mis hijos pero veo que a ti te va tomar siglos para tener uno. Ares no tiene el problema, lo tienes tú, Mariam.

Ya no podía más, las venenosas palabras de Afrodita desatarían la ira que estaba conteniendo en esos instantes, sino fuera por que vi que la reina de los dioses había aparecido allí mismo, estamparía su cabeza contra una de las columnas del jardín.

Hera se acercaba cabreada hacia Afrodita, pues ya había escuchado bastante de esa zorra engreída y soberbia. El trato que estaba recibiendo de su parte no era el más correcto y eso requiera un toque de atención muy severo.

—¡Ya basta, Afrodita!— Tomó con fuerza del brazo de Afrodita y la alejó de mí — No tienes el derecho de tratarla así a ella, pero veo que no has cambiado una mierda, sigue siendo una miserable zorra. ¡Lárgate de mi vista, ahora!

Afrodita no le quedó más otra que irse de allí, pero ya había hecho el daño suficiente en mi para debilitar me y cuestionarme si era merecedora del amor de Ares.
Hera se giró para verme y percibió el juicio que estaba pasando por mi mente.

—¿Que he hecho Hera? ¿Que he hecho para merecerme esto?— Las lágrimas corrieron por mis mejillas hasta empapar mis labios.

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora