Capitulo 2

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Llevaba bastantes semanas en esta tierra, criando a los pequeños como una diosa y cazando los rebaños del alrededor como una loba. No me alejaba mucho de la colina, pues no quería que nadie hiciera daño a los niños.

Descubrí que me encontraba cerca de los límites de Alba Longa, una de las ciudades que tenía una gran influencia sobre zona del Lacio. Esto lo sabía porque lo había escucha de la gente que se dirigía hacia esa ciudad. Pero hubo algo que captó mi atención totalmente.

Una de las patrullas de la ciudad se había desviado un poco río arriba, yo, como protectora de los pequeños no bajé la guardia por si estos se dirigían hacía la cueva, pero se daron media vuelta. En sus conversaciones que llevaban los soldados comprendí el origen del porque los pequeños debían estar muertos.

La ciudad estaba gobernada por un rey ilegítimo, Amulio, quién había depuesto a su hermano Numitor para quedarse con todo el poder y el trono. Y si no fuera poco, Amulio acabó con toda la descendencia varonil de Numitor, solo dejando a una hija, Rea Silva, la cual obligó a que tomará los hábitos de sacerdotisa vestal.
Nadie sabe cómo ella terminó embarazada, pues una vestal debía guardar castidad, pero ella terminó en cinta, muchos dicen que se acostó con un soldado, otros dicen que fue por la intervención de un dios, pero no hay pruebas para demostrarlo... Cuando dió a luz a los gemelos, que son los dos pequeños que estoy protegiendo, la condenaron a muerte y murió ahogada en el río, Amulio pidió tambien la muerte de los pequeños, pero parece que alguien se apiadó de los recién nacidos y los dejó en la cesta hasta que los encontré yo.

Así que estos gemelos son de sangre real y eran los candidatos directos al trono de Alba Longa y podían reclamarlo cuando éstos fueran mayores.

Regresé a la cueva tras cazar unas pocas ovejas para saciar mi hambre. Los pequeños seguían todavía durmiendo en la cesta, pero pronto mostraban algún que otro movimiento de se fueran a despertar, les dí pequeños lametones pero sin despertarlo completamente.

Un ruido captó mi atención y me puse en alerta, me recosté cerca de la cesta donde estaban los pequeños, esperando a que apareciera el intruso. Se acercaba unas pisadas hacia donde estaba, permanecí inmóvil hasta que vi completamente quién era.

No era un soldado de Alba Longa, era un simple pastor, que seguramente me habría seguido para acabar conmigo por haber matado a sus ovejas.

—¿Así que tu eres la loba que está matando mis ovejas, eh?— Dijo el pastor.

Yo permanecí quieta, mirándole fijamente hasta que el pastor desvió su mirada a la cesta, donde los gemelos estaban gorjeando y gimiendo. No paraba el hombre de mirar la cesta y luego volvió a mirarme.

—Por los dioses— Se fue acercando con cautela hacia la cesta y le gruñí mostrando mis colmillos — Tranquila, tranquila, tranquila, no quiero hacerte daño. Bueno, si, pero tus colmillos son bastante convincentes, no puedes ser tan mala sino has devorado esos bebés— El pastor se arrodilló y extendió una mano temblorosa hacia los gemelos y para su sorpresa, yo no reaccioné hacia su gesto sino que dí tiernos lametones a los pequeños y luego miré al pastor con espectación, le había concedido el permiso de llevarse a los pequeños de mi lado.

No podía quedarmelos para eternidad, ni podía criarlos como es debido. Vi en aquel pastor gentileza y bondad, a pesar que venía en mi búsqueda para matarme, bueno, matarme no podía porque yo era una diosa.

Vi como el hombre se llevaba a los pequeños en la cesta y de como se en caminaba hacia la salida de la cueva en dirección a su hogar, sabía que estaban en buenas manos, pero debía guiarlos para recuperar lo que por derecho les pertenece.

Cuando esté llegó a su casa, su esposa se sorprendió al ver a los pequeños.

—Faustulo, exijo una explicación— Dijo la mujer señalando a los pequeños que dormían en la cesta.

—Aca Larentia, encontré a estos pequeños en el interior de una cueva. No podía permitirme dejarlos ahí. Miralos, no tiene ni dos meses de vida.

—¿Y que quieres que hagamos?

—Quedarnoslos. Necesitan un hogar y una familia donde crecer, míralos.

—Faustulo—Miró seria la mujer hacia su marido.

—Aca, recuerda los momentos en los que hemos intentado tener hijos y no pudimos, estos pequeños son la bendición de los dioses. Nos han dado lo que tanto habíamos deseado.

Aca Larentia meditó las palabras de su marido y llevaban toda la razón del mundo. Todo el tiempo que intentaron tener un hijo, hoy venía de la mano de los dioses y no debe despreciar un regalo divino.

—Esta bien Faustulo, los criaremos como nuestros propios hijos— Dijo la mujer mientras sacaba a los gemelos de la cesta—Faustulo, lo mejor que puedes hacer es hacer una cuna para ellos.

—Me pongo en marcha—Faustulo se fue de nuevo de la casa en busca de los materiales para hacer la cuna para los gemelos.

Aca se sentó en su cama y acunó a los pequeños, los cuales habían abierto un poco sus ojos. Uno de ellos tenía los ojos oscuros y el otro tenía los ojos claros, pero tenían el mismo tono de pelo.

—Que pequeños sois— Sonrió Aca—¿Quién os ha podido dejar en esa cueva? Ya da igual, tenéis una familia y un hogar, pero no tenéis un nombre—Primero miró al de ojos oscuros— A ti te llamaré Rómulo— Y luego miro al de ojos claros— Y a ti Remo.

Los pequeños rieron, parecía que les había gustado el nombre que les habia designado.

Aca los colmó de besos a los pequeños, les dio de comer y mientras ellos dormían en la cama, ella empezó a confeccionar ropa para ellos, pues habían venido desnudos a su casa.

El tiempo que estuvo esperando a que su marido Faustulo hiciera la cuna para los pequeños, ella ya habia hecho varias prendas y los había vestido.

Faustulo llegaba con una cuna de madera y colchón hecho con la lana de sus ovejas, Aca vistió la cuna y luego dejó a los pequeños dentro y los arropó.

Veía aquella escena desde la ventana, en la maleza, con la forma de una loba. Pues no tenía la intención de poner mi forma original a plena luz de Helios, podía el perfectamente delatarme y decir donde me encontraba.

Sentí un poco de tristeza, al ver que esos pequeños, que amamanté con mi pecho, ahora solo tomarían leche de oveja. Pero una parte de mi se sentía satisfecha, habia mantenido con vida a los herederos directos del trono de Alba Longa y había evitado su prematura muerte, ahogados en las frías aguas del río aquella noche que llegué a estas tierras.

Esto les dio a los gemelos una vida modesta y feliz en el hogar de aquel pastor. Sabía que los había dejado en buenas manos, pero no les quitaba que su destino ya estaba escrito.

Seguí vigilandolos desde la distancia, no les perdía el ojo, los veía como crecían, como pronunciaban sus primeras palabras, sus primeros pasos y caídas...

De cómo pasaron a ser lo pequeños retoños que salvé esa noche, a unos fuertes y energéticos jóvenes que había aprendido el oficio de los pastores.

Era más fuertes, más ágiles, más independientes, pero el mundo pastoril se les hacía pequeño para a lo que estaban destinados.

Y yo los iba a de guiar por el buen sendero...

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora