Capítulo 39

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La segunda guerra mitridatica no cumplió con nuestros objetivos, en donde Mitrídates VI y Lucio Licinio Murena había estado luchando por dos largos años, al igual que mis hijos para cumplir con su castigo, pero no pudimos recuperar los territorios perdidos en la península de Anatolia.

Tras la muerte de Sila, los populares intentaron recuperar el terreno dentro del Senado, pero fueron frenados por los antiguos oficiales de Sila: Quinto Cecelio Mételo Pío, Marco Licino Craso, Lucio Licinio Lúculo y Cneo Pompeyo.

Pero entre los optimates empezaron a aparecer divisiones de inclinaciones populares, en donde el cónsul Marco Emilio Lépido intentó abolir la constitución de Sila, lo que provocó que utilizará el ejército, pero fue derrotado por Pompeyo.

En el otro estreno del mare nostrum, en Hispania, territorio donde me voy nacer siglos atrás, había surgido una revelación a manos de Quinto Sertorio, partidario de Cayo Mario, en donde contaba no sólo con el apoyo de sus legiones sino de también de la población nativa hispana.

El asunto de Hispania era al muy importante, dado que era una fuente de riquezas para la República. Mandé a Quinto Cecelio Mételo Pío junto a Nero y Lua, para que lo pudieran derrotar, pero sufrieron varias dificultades y no me quedó más remedio que mandar a Pompeyo junto a Virtus, Honos y Belona.

Mientra que ellos continúen su lucha en Hispania, Marte y yo nos ocupamos del asunto de Anatalia, en donde por fin pudimos recuperar aquellos territorios que estaban bajo Mitrídates VI.

En cuanto a mis hijos que se encontraban en Hispania, Sertorio fue asesinado a manos de Marco Perpenna Valentín, junto a otros generales y mis hijos que idearon una conjura de asesinato en Osca, haciendo que por fin terminara la guerra sertoriana.

Poco después, en el Ponto volvió a estallar la tercera guerra mitridatica, donde rápidamente tuvieron que ir mis hijos para hacer frente de nuevo a Mitrídates VI, el cual se había aliado con el reino de Armenia de Tigrames II el Grande.

El casus belli de este enfrentamiento fue el testamento de Nicomedes III, rey de Bitimia, que legaba su reino a Roma, como ya había hecho Pérgamo.

El Senado había mandado al general Lucio Licinio Lúculo, el cual fue acompañado por Lua y Honos, para hacer frente a Mitrídates VI, mientras que en Hispania, estaba todavía Pompeyo, Belona, ​​Nero y Virtus controlando y asegurando los territorios.

Tras la batalla de Cícico, Mitrídates VI huyó hacia Tigranocerta y donde Tigranes fue derrotado.

Pero esta guerra se demoró demasiado tiempo, lo que provocó que se amotinaran nuestras propias tropas ante el cansancio y estar lejos de casa. Este motín fue aprovechado por Mitrídates VI para huir y rearmarse y recuperar el Ponto.

En cuanto en Italia, Marte y yo tuvimos que hacer frente a la guerra de los gladiadores, que estaba liderada por el esclavo Espartaco. Mismo que desafiaba nuestra autoridad y poder y había reunido a cientos de esclavos para luchar contra nuestro poder.

Acompañamos a Marco Licino Craso hasta donde estaba el ejército de Espartaco. Pronto se nos unieron Pompeyo y Marco Terencio Varrón Lúculo, además de mis tres hijos: Virtus, Belona y Nero.

Acercamos a los rebeldes esclavos en Apulia, donde fueron vencidos.

—¡Crucifiquenlos a todos!—Ordené—¡Nadie puede desafiar mi autoridad, ni siquiera unos simples esclavos!

Todos los que estaban allí fueron apresados ​​y crucificados por toda la vía Apía para recordar que nadie, ni ciudadano y no ciudadano puede desafiar mi autoridad.

La imagen de aquellos esclavos aterrorizaba a todo el que pasaba, se podía escuchar sus lamentos, gritos y pedir que los matasen. Pero yo no concedí tal placer de morir y estos serían un gran festín para las aves que se posarían sobre ellos y picotearían su carne.

Todo aquel que osara ir en contra de autoridad y mi poder, sabía perfectamente cual ese castigo por cometer ese crimen hacia mi divina figura.

Tiempo después, surgiría una nueva figura dentro del gran complejo tablero del Senado, donde Cneo Pompeyo entablaría un amistad con el senador Cayo Julio César, sobrino de Cayo Mario. Al mismo tiempo, llevaron una serie de políticas para hacer frente a la piratería cilicia, la cual estaba cortando los suministros de grano para alimentar la gran urbe que no para de crecer a pasos agigantados.

Cneo Pompeyo, bajo mis directrices, dirigimos nuestras fuerzas hacia Anatolia para poner fin de una vez por todas a Mitrídates VI. Todos los dioses de la guerra arrasamos con fuerzas a las tropas enemigas y ante este gran avance, Mitrídates VI huyó hacia el Bósforo, donde fue acorralado por todas nuestras legiones, donde la única vía para no caer en mis poderosas manos.

El rey había tomados tantos venenos, que ya no les surgía efecto para acabar con su vida, y fue en ese momento, cuando yo crucé el umbral de la puerta, donde nuestros ojos se toparon, vi como un esclavo suyo tomaba una espada y la hundía con fuerza en el abdomen de Mitrídates VI.

Él mantenía fija su mirada en mi fugara que avanzaba con decisión hacia donde se encontraba, de su boca escupió borbotones de sangre y su la túnica que había sido atravesada por el acero se teñía de carmesí. Cayó de rodillas ante mi, para luego desplomarse ya muerto a efecto de Mors, donde su sangre se vertió como si una copa de vino se hubiera caído al suelo y el líquido había manchado las suelas de mis sandalias.

Victoria gritaba y alzaba su vuelo por encima de mis legiones, gritaba también el nombre de Cneo Pompeyo por tal grandeza que había realizado en mi nombre. Pero esto no quedaba aquí, mis dominios en oriente aumentaron drásticamente y ensalzaron el nombre de Cneo Pompeyo con cada una de sus campañas victoriosas y destronando al último rey seleúcida, Antíoco XIII asiático.

Oriente me trajo a mi memoria las grandes campañas de mi Alejandro Magno, de todos esos años que estuvimos luchando en estas zonas y avanzando cada vez más y mas adentro hasta que no le quedó otra que regresar y finalizar sus días en Babilonia. 

Que gran imperio levanté con él, para que luego fuese dividido por diácodos. Antígono y Seleuco siempre me veneran y me pidieron mil y una veces que les ayudara en las batallas contra el resto de diácodos para unificar los territorios de Alejandro. Pero solo puede ayudar a Seleuco y sus sucesores en mantener gran parte del territorio en Oriente que tenían en sus manos, hasta la noche que tuve que irme del Olimpo y terminar en las orillas del Tíber para dar a luz a la ciudad eterna, que no hace más que crecer y crecer.

Judea cayó en mis manos después de que el macabeo Hircano II aceptase nuestra soberanía, lo que sope que casi toda la cuenca mediterránea oriental estaba bajo mi dominio. Para asegurar mis territorios, dejé a Cneo Pompeyo en Oriente para volver a la ciudad eterna para descansar y enterarme de lo que se estaba fraguando en el Senado, dado que las distintas cartas que intercambiaba con mis dos hijas que permanecen en la ciudad y que eran traídas por Mercurio, me comunicaban los distintos revuelos que estaban surgiendo entre los optimates y los populares en las distintas sesiones del Senado.

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora