Un gran imperio ha caido, pero nace otro grande y próspero.
Guerra y conquista es el fundamento para su grandeza, muchos enemigos se forman a su paso, pero se defenderá de ellos.
Un gran huella dejará para historia, y será el recuerdo de la grandeza...
Habían pasado ya doscientos cuarenta y cuatro años desde que su esposa se había ido del Olimpo.
Algunas veces Ares iba a donde estaban las bestias de su mujer, las cuales, desde la noche que ella se fue, fueron encerradas para que no se escaparan.
Ra estaba encerrado en una gran pajarera, una celda de barrotes de oro puro y plata fina, pero no era pequeña su celda, le permitía a la rapaz volar y tener movimiento, pero no libertad con la que tenía antes.
Mismo ocurre con su montura, la última yegua de Diomedes, conocida por todos como Bestia. Esta yegua devoradora de hombres ha permanecido encerrada en su cuadra durante muchos años y alimentada con aquellos que ofendían a los dioses.
Aunque muchos de los dioses seguían buscandola hasta preguntaron a Helios y Selene si la habían visto, pero ellos respondieron que no la habían visto.
¿Como era posible que una diosa desapareciera y borrara su huella? Es como si Gaia se la hubiera comido y sus restos no han sido encontrados. Ni siquiera en el Inframundo está.
Todas las noches, el dios de la guerra no podía conciliar el sueño porque parte de su cama estaba vacía, echaba en falta a su amada compañera, la figura de su hermosa y fuerte guerrera que se cubría con las sábanas de su cama, el olor que dejaba en ellas y el calor que desprendía su cuerpo.
Ares no fue el mismo desde ella se fue, se levantaba sin ánimos, sin fuerzas, sin el vigor de un dios belicoso. Algunas veces, en las mañanas se quedaba sentado en la cama, culpandose en silencio por no haber intervenido en lo que sucedió esa trágica noche.
Había perdido a su mundo...
No podía evitar que, ante la ausencia de su esposa, él fuera a las arcas donde guardaba su ropa y tomase una de su telas con las que se vestía su figura entre sus manos. Observó la tela en silencio, era suave al tacto y de un rojo como la misma sangre.
Una sonrisa se dibujó ante el bello recuerdo, pero se borró ante la cruda realidad. Besó con sus labios la tela, la olió, olía a ella... Aunque el representaba la virilidad masculina, no pudo evitar que su frágil corazón colapsara ante el recuerdo y que sus ojos carmesies corrieran lágrimas de un amor perdido.
Lloró en el silencio de su alcoba, no quería que nadie le escuchase de llorar, aunque él deseaba soltar el llanto que amenazaba salir de su garganta y gritar con todas sus fuerzas para que le oyeran todo el mundo.
Pero su duelo...
—¿Por qué... por qué me has abandonado Mariam?—Dijo en voz baja para si mismo—Yo te amo y te seguiré amando ante tu ausencia... Siempre te seré fiel a ti, como mi esposa que eres, aunque no estés conmigo en estos instantes.
Guardó con delicadeza la tela en el interior del arca y la cerró con lentitud, como si está fuera la losa de un sepulcro.
Se dirigió a una palangana que tenia allí y se enjuagó sus lágrimas en el agua que contenía el recipiente y con la toalla que había al lado se secó su rostro.
Mientras el secaba la cara, alguien llamó a la puerta. Ares se quedó mirando la puerta por un segundo, pensando si debía permitir dejar entrar en el interior de su templo al que estaba llamando.
—Entra—Dijo desganado Ares.
La puerta de su templo se abrió y luego se cerró, en el silencio del interior sintió las pisadas de un individuo en especial. Andaba con lentitud y con constancia, pero sobre todo, se le podía escuchar su cojera.
Los ojos sin brillo del dios de la guerra se posaron en su hermano herrero.
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—¿A qué has venido Hefesto?
—A ver como te encuentras Ares—Hefesto se dirigió hacia una de las sillas de la alcoba, miró a Ares y este le hizo un ademán para que tomara asiento y se sentó el herrero de los dioses.
—Echo una puta mierda para que te voy a mentir.
—Ya lo veo...—Los ojos Hefesto barrieron la alcoba, podía ver que todavía había cosas de Mariam a la vista, otras estaban guardadas, pero luego volvió a su hermano y se dio cuenta tenía los ojos rojos su hermano—Ares ¿Has estado llo-
—No—Le corto rápidamente y secamente.
—Tus ojos te delatan. Están rojos.
—Siempre han sido rojos Hefesto—Puso los ojos en blanco Ares.
—¿Rojos e hinchados?—Arqueó una ceja el herrero de los dioses—Ares, no hace falta que ocultes como el guerrero sanguinario que no siente nada. Has llorado y llorar no te hace débil.
—¿Y tu que sabes sobre la debilidad? Si has venido a juzgarme, ya puedes ir saliendo por donde has entrado.
—Ares, hermano, solo he venido a ver como estabas y hablar un poco contigo. No quiero reñir ni tener una discusión, no ganaríamos nada.
—¿Y de quieres hablar Hefesto?—Ares se sentó en el borde su cama y miró a Hefesto.
—Cuando ocurrió lo que ocurrió, nunca te había visto de esa forma, ni si quiera cuando estabas con Afrodita-
—No menciones a esa zorra—Escupió Ares que cuyos ojos se encendieron al rojo vivo.
—El caso, quedé sorprendido hasta tal punto del amor que le tenías a Mariam.
—Y le tengo amor hacia ella, aunque esté oculta en algún parte de este mundo.
—¿Tienes la esperanza de volverte a reunir con ella?
—¿Acaso Pandora no ha aprendido la lección y ha vuelto a abrir la caja? Pues claro que tengo esperanza de volverme a reunir con ella, Hefesto. No hay día y noche que no me lance en su búsqueda, aunque hayan pasado dos siglos...—Desvió su mirada hacia el suelo, luego miró sus manos, manos desgastadas y ásperas por el uso de las armas y los duros entrenamientos, pero mismas manos que han recorrido la suave piel de su diosa—Oh Hefesto... lo tenía todo con ella... y las moiras me la han quitado por la fuerza.
Hefesto lo miró en silencio, podía sentir el dolor de su hermano y lágrima que cayó al frío suelo de mármol. Aunque él, como herrero de los dioses hiciera todo lo posible por encontrar a Mariam, pero si todos los dioses, tanto los olímpicos como los menores, las ninfas, los centauros y otros seres sobrenaturales no han encontrado ningún rastro... ¿que podría hacer un simple herrero para ayudar a su hermano?
—Ni siquiera el cabrón de Helios sabe donde está ella, y fue el chivato cuando me descubriste acostandome con tu ex-mujer.—Miró a Hefesto—¿Qué harías si Aglaya desapareciera?¿la buscarías?
Aglaya era una de las tres cárites. Es la diosa de la belleza, el esplendor, la gloria y el adorno. Tras su divorcio con Afrodita, Hefesto se desposó con ella y tiempo después tuvo con ella la segunda generación de cárites, sus hijas: Euclea, diosa de la buena reputación y la gloria, Eufema, diosa del correcto discurso, Eutenea, diosa de la prosperidad y la plenitud y Filofrósine, diosa de la amabilidad y la bienvenida.
—No me puedo imaginar perderla, además es la madre mis hijas... la buscaría sin descanso alguno—Respondió sinceramente Hefesto.
—Yo no he parado de buscarla, la he buscado incluso en el reino de los sueños, pero tampoco la he encontrado, pero no me rindo como otros dioses que han desistido en su búsqueda—Ares se levantó del borde de la cama para dirigirse a su armadura y armas para vestirse—Todo por culpa de esa zorra.
—Aunque no hubierais tenido descendencia-
—¡Es mi mujer!—Voceó Ares hacia su hermano—Si me hubiera gustado formar una familia con ella—Luego señaló la cama—No había noche en que lo intentaremos, fuimos constantes en la búsqueda de un hijo o hija, de un retoño de nuestra unión sanguínea... Probamos distintas posiciones, métodos, consultas a dioses y diosas de la fertilidad, fuimos constante Hefesto. Yo la animaba y...—Su respiración comenzó a acelerarse ante el recuerdo— Es imposible que ella sea esteril, ella es muy joven y tiene sus lunas... No habido día en que no contáramos hasta viniera el siguiente sangrado. ¡¿Crees que no hemos luchado por alcanzar ese deseo mutuo?!