Capítulo 11

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Hablé con las deidades protectoras de los niños y les conté el plan que tenía para acabar con Lamia.
Aunque no era de buen gusto, era la única forma para acabar con ese monstruo que atemorizaba a la ciudadanía romana.

Cuando cayó la noche, Orbana con un mal sabor en la boca, trajo en sus brazos a un niño huérfano envuelto en pañales. El pequeño dormía plácidamente en los brazos de la deidad que le conducía al interior del templo de Roma. Siguiendo con el plan, ella depositó con delicadeza al pequeño en la zona más interna del templo, dejando las puertas del templo completamente abiertas.

Orbana se fue con los demás dioses que estaban ocultos en el templo, sin perder la vista del pequeño que quedaba solo en la oscuridad del gran santuario. Todos estaban pendientes del pequeño, pues se había utilizado como cebo para atraer a Lamia.

Yo no perdía la vista de la puerta, tenía mis ojos fijos en la entrada, a la espera de de que aquel ser entrara en el interior. Siguiendo con el plan, todos los dioses se posicionarnos en sus puestos, a la espera de mi señal.

Pero aquel silencio se rompió cuando el niño comenzó a llorar, el llanto conduciría rápidamente a Lamia hacia el templo, solo era cuestión de esperar

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Pero aquel silencio se rompió cuando el niño comenzó a llorar, el llanto conduciría rápidamente a Lamia hacia el templo, solo era cuestión de esperar.

El niño lloraba cada vez más fuerte, lo que hacía que algunos de los dioses no parasen de mirarlo, se les encogía el corazón al ver aquella criatura desprotegida, usada como un cebo para un ser despreciable.

En la lejanía de la puerta de mi templo, vi una sombra que se acercaba con lentitud hacia directamente hacia nosotros.

En cuanto me puse en mi posición, todos supieron que ella ya venía a por su presa.

Entre el llorar de la pequeña criatura, escuchamos como rectaba por las escaleras exteriores que daban a la puerta principal hasta que la vimos cómo se ergia sobre su cola de serpientes en el umbral de la entrada.

Se quedó parada por unos minutos en la entrada del templo, como si estuviera sospechando de que era una trampa, pero era su sed de sangre lo que la empujaba hacía el interior del templo.

Sus ojos estaban fijos en el niño que estaba tendido en el centro del templo, ella entró lentamente hacia interior, su mirada brillaba al tener cada vez más cerca a su presa.

Estaba cada vez más cerca del niño, sus manos se extendieron para tomar al pequeño entre sus garras, pero...

La gran puerta de bronce se cerró de inmediato detrás suya, haciendo que Lamia se girarse hacia la entrada que ahora estaba sellada y cuando volvió hacia su presa, ya no estaba.

Un silencio reinó en el interior del templo hasta que Lamia gritó de la frustración. Había caído en una trampa, pero luego se serenó.

—Oh que idiotas sois vosotros los mortales. Miles han intentado matarme, pero han caído en mis fauces—Habló Lamia y luego se rio de sus palabras mientras se lamía sus labios.

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora