Capítulo 33

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Durante nuestro largo paseo, Hera conoció todo lo que había hecho a lo largo de los siglos. Desde aquella noche que salve a los gemelos Rómulo y Remo, hasta el conflicto que me había llevado a la conquista total de Grecia.

—Entonces, ¿Mis nietos me conocen con ese nombre? ¿Ocurre lo mismo con los otros dioses?

—Algunos dioses si se ven afectados con su nombres, otros no. Tanto a Ares como a mi, nos conocen con los nombres de Marte y Roma. Se les hizo extraño escuchar nuestro nombre griego ¿Acaso te molesta la forma como te llaman?

—Para nada Mariam, digo, Roma—Rio suavemente la reina.

En el final del pasillo pude reconocer una figura familiar, que no puede evitar sonreír al verla y ella me sonrió de vuelta. Sus dorados ojos brillaban como el brillo del más puro oro.

—Hécate— Me acerqué a ella y la abracé. La diosa hechicera correspondió al abrazo— Mi vieja amiga, han pasado tantos siglos...

—No te disculpes. He escuchado toda tu historia desde las sombras—Sonrió Hécate—Mi corazón se llena de alegría y magia ante tu presencia, y sobre todo, a los frutos de tu vientre que te han acompañado hasta aquí.

—Tantos días y noches fuimos a tu templo, Hécate. Para poder encontrar una solución a lo que tanto ella como mi hijo ansiaban con todo su ser—Recordó Hera.

—Al fin lo has conseguido—Sonrió Hécate—Por cierto, ¿Como está Circe? Medea lleva un tiempo preguntando por ella.

—Ella está bien, justamente la hemos dejado en el campamento. Tenía que preparar todo lo necesario para hacer frente a esta conquista—Respondí.

Antes de que pudiera formular una palabra, el mensajero de los dioses  de abrazó con fuerza. Creía que por un momento iba caer al suelo y temí por la criatura que estaba en mi vientre formándose.

—¡Mariam!—Exclamó Hermes—No sabes cuanto te echaba falta.

—Mercurio, digo, Hermes casi me tiras al suelo

—Puedes llamarme de esa forma como lo hacen tus hijos, por cierto, no se puede negar qued son tus hijos. Y perdón, casi te tiro al suelo.

—Hermes ¿Qué te ha traído hasta aquí?—Miró la diosa hechicera al mensajero de los dioses.

—Pues Mariam—Respondió Hermes a Hécate—Tenía muchas ganas de verla tras muchos siglos, además, según lo que oído en boca de sus hijos, estáis aquí porque vais a conquistar Grecia.

—Así es Mercurio—Afirmé— Ya se que todas las polis griegas están bajo la protección de los distintos dioses, pero esta situación que se ha visto envuelta Grecia. Tiene que ser sometida bajo mi pueblo, al que soy su madre y protectora.

—¿Tú pueblo?—Arqueó una ceja el mensajero de los dioses—Creía que tu pueblo era Esparta.

—Era mi pueblo donde yo crecí, pero cuando me hice diosa no tenía un pueblo fijo, hasta ahora—Respondí—Yo soy la madre del pueblo romano, la loba que salvó a los gemelos de las frías y bravas aguas del Tíber y que fueron amantados con la leche de la conquista y la guerra.

—Y ese pueblo lo has conducido hasta aquí. A la tierra donde has crecido—Añadió Hera—Roma ¿Por qué?

—Son muchos los intereses y ambiciones que tiene mi pueblo, necesita crecer hasta llegar a su esplendor. Ya lo hice siglos atrás con Alejandro, hasta la guerra de los diácodos—Respondí.

De la nada, en una tenue luz dorada, un pergamino cayó delante de mis pies. Fue algo extraño que captó la atención de todos los que estábamos allí reunidos.

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora