Capítulo 37

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Marte y yo nos ocupamos durante semanas de devolver al equilibrio y estabilidad a la ciudad, para ello mandamos a nuestros gemelos y Sila a que fueran a recuperar nuestros territorios perdidos que estaban a manos de Mitrídates VI.

Roma era un desorden total, ambos estábamos preocupados por la situación y deseábamos que cuanto antes se acabara. El resto de dioses colaboraban en devolver el equilibrio perdido a causa de esta guerra civil.

—Dime que esto no puede ir a peor— Dije cansada hacia Marte, el cual estaba ayudándome en restaurar el equilibrio—Cinna y Octavio ya han resuelto sus cuentas, pero han dejado miles de muertos y por si no fuera poco.

—Lo sé Roma, además de que Lucio Merula está haciendo todo lo posible con el Senado para mantener el orden — Comentó Marte—Bastante ha sido las muertes de los senadores populares.

—Por si no fuera poco, Cinna ha reunido legiones en el sur de Italia, no extrañaría que este se dirija hacia aquí—Tomé un vaso de vino y le di un gran trago.

Antes de que pudiera continuar hablando, Mercurio hizo acto presencia en la sala. El matrimonio miró en silencio al mensajero de los dioses. 

—Mercurio ¿Que noticias nos traes? —Preguntó Marte mientras se cruzaba de brazos y lo miraba con seriedad.

—No muy buenas. Mario y Cinna están en las mismas puertas de la ciudad, al igual que vuestras hijas. 

Por la rabia que me llenó en ese instante mi cuerpo, lancé contra el suelo el vaso de vino haciendo que estallara en miles de trozos y asustara a Mercurio. Marte me miró de reojo, pero fue el sonido de los gritos de los ciudadanos lo que llegó a nuestros oídos, había entrado ya a la ciudad e iban a llenar de nuevo las calles cuerpos y sangre romana.

—Mercurio, dile al resto de los dioses que acojan a los más desfavorecidos en sus templos, que todo civil inocente no acabe en el Averno ¿entendido?— Ordenó Marte.

—Entendido—Mercurio se fue de allí de inmediato para difundir el mensaje a todos los dioses que estaban en la ciudad.

Marte se giró para ver mi estado de rabia en mis ojos, me estaba conteniendo para no estallar en una ira incontrolable y caótica. No dije nada, solo miré a mi marido y me entendió perfectamente.

—Anda que no han aprendido bien nuestras hijas cuando hay que atacar una ciudad. En su momento de más debilidad y sin resistencia alguna. En bandeja de plata para Mario.

 —Te entiendo perfectamente Roma. Y ya que están aquí ellas, no nos vendría mal una explicación de porqué están reñidas con sus hermanos mayores. Sabemos la versión de nuestros primogénitos, pero no las de ellas.

*

Mario se había hecho con el control de la ciudad, había iniciado una persecución y eliminación de todos sus enemigos. Las hijas de la guerra estaban en ese momento en el Senado, sentadas en los distintos asientos del Senado, cubiertas de suciedad y sangre romana, pero todas sabían que sus hermanos no estaban en la ciudad. Guardaban silencio y escuchaban como afuera la matanza llenaba las calles de la ciudad que sus padres habían dado forma.

—Cobardes—Soltó Belona—Deberían estar aquí, defendiendo la ciudad y no en Anatolia.

—Según tengo entendido están allí no por Sila, sino porque están haciendo frente a Mitrídates VI—Habló Nero.

—En fin, ya nos hemos hecho con la ciudad, ahora hay que mantenerla en nuestro poder a toda costa y luego centrarnos en el problema de Sila y Mitrídates VI, sin olvidarnos de nuestros hermanos— Lua se quitó el polvo que tenía en sus piernas y miró a sus hermanas, las cuales se mostraban cansadas por la masacre que habia hecho no solo en las calles, sino dentro del Senado.

Las hijas de la guerra observaron los cuerpos de los optimates que están desangrados y destrozados por el acero de sus gladios, cuyas túnicas blancas se habían tornado escarlatas. Donde hubo momentos antes voces y gritos, ahora solo hay el silencio de Mors había hecho presencia en ese instante, pero que sufre cuchilla estaba segundo la vida de los romanos en las calles de la ciudad.

Las puertas del Senado se abrieron de golpe produciendo un sonido como si fuera un trueno provocado por el propio Júpiter. Las hijas de guerra levantaron sus cabezas ante el estruendo y se mantuvieron en alerta hasta que vieron quienes hicieron acto de presencia.

Sus progenitores, especialmente su madre, las miraba con seriedad pero cuyos ojos castaños estaban teñidos de enfado. Pero Marte miró los cuerpos de los senadores que estaban allí esparcios y miró a sus hijas, las cuales estaban manchadas con su sangre.

—Necesito una explicación ya—Miré con enfado hacia mis hijas.

Las tres se mantuvieron en silencio hasta que los labios de Nero comenzaron a separarse para hablar y darme una respuesta sobre todo lo que estaban sucediendo.

—Ellos nos provocaron y nos ofendieron—Respondió Nero.

—Eso no me vale Nero, necesito saber la verdad, toda la verdad.

—Madre, ellos nos ofendieron al compararnos con simples soldados rasos, que no sabíamos como llevar una guerra y ellos alardearon de eran los mejores—Respondió Lua.

—Vuestros hermanos respondieron todo lo contrario—Me crucé de brazos— Ellos nos dijeron que los desafiasteis, intentaron resolver el asunto de forma diplomática, pero veo que habeis tomado ambos la via violenta.

—¡Eso es mentira!—Gritó Belona—¡Ellos se pavonearon de nosotras y alardearon de que son mejores que nosotras y por ende vuestros favoritos!

—Pero que gilipollez más grande que un templo ¿Ellos, nuestros hijos favoritos? Belona, hija mía, ahí estas muy equivocada, en mi vida eterna no he tenido favoritismo hacía mis hijos. Todos sois iguales e importantes a mis ojos—Respondí—Tú padre y yo nos ha costado siglos teneros a todos, pero esto no veo que sea un motivo para que tengáis que atraer nuestra atención con provocar una guerra civil.

—Tanto vosotras como vuestros hermanos sois culpables del desastre y muertes innecesarias de miles de romanos—Señaló a los cuerpos de los senadores que estaban allí—Y del caos que habéis provocado. Vuestra madre y yo estamos desconcertados por lo que habéis hecho y vuestras hermanas pequeñas piden que esto se acabe.

—Todo esto se acabará cuando ellos pidan disculpas por lo que nos dijeron—Saltó Belona—Pero no lo van hacer porque son muy orgullosos.

—¿Orgullosos Virtus y Honos?—Arqueé una ceja—Lo que me faltaba.

—En cuanto tengamos el control de la ciudad, habrá tranquilidad y luego iremos a por nuestros hermanos—Dijo Lua.

—Aquí los soberanos de esta ciudad somos vuestra madre y yo, vosotras no os vais hacer con el control de la ciudad—Saltó Marte—Pero ante esta situación no nos queda más que ceder. Pero que os quede claro, que en cuanto esta guerra civil acabe, los cinco seréis castigados por todo el daño cometido, tanto a la República como a nosotros.

—Padre, no es justo que nos castigues a nosotras sabiendo que ellos son los culpables—Protestó Nero.

—Todos sois culpables de esta inestabilidad política—Resalté—No se como expresar lo que estoy sintiendo ahora mismo, pero contenta no estoy. Mis hijos enfrentados, todavía no concibo esa idea. Es como si Discordia hubiera dado la chispa para que estallara todo esto.

Marte se pasó la mano por la nuca de forma disimula, evitando que su esposa y sus hijas se dieran cuenta que su hermana si tenia que ver en este asunto. Pero no era momento de meter a su hermana Discordia, ya tendría después de todo esta inestabilidad una charla seria con ella.

—Roma, mi guerrera, la única solución que hay es que uno de los bandos gane.

—¡Marte!—No podía creer que mi propio marido hubiera dicho eso.

—Es ley de la guerra, uno tiene que ganar, rara vez es que lleguen a un empate, siempre va a haber un vencedor y vencido.

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora