Capítulo 34

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Ansiaba unirme al campo de batalla junto a mi familia en la eliminación de Cartago, pero mi abultado vientre me lo impedía, así que permanecí en retaguardia, observando desde la lejania como iba a dar comienzo el final de este gran enemigo mío.

Pero no sólo estaba mis hijos y Marte luchando, también se habían unido el resto de dioses en este acontecimiento bélico.

Timor y Pavor volvían a estar al lado de su padre Marte, aunque Virtus y Honos los miraban con recelo. Pero yo les recordé que debían colaborar con ellos porque son esenciales para la batalla.
Costará un poco que se conozcan y ganen la confianza de los gemelos, pero no descarto de que vayan a reñir tarde o temprano.

En cuanto a mis hijas no les prestaban mucha atención a sus medio-hermanos que tenían, estaban centradas en su objetivo de este conflicto.

—Me sorprende la gran organización y estrategia de tus romanos—Habló Minerva— Has aprendido muy bien de mi.

—Son siglos aprendidos y que se han puesto en práctica—Dije mientras me sentaba, pues no podía estar mucho tiempo de pie—Pero se siguen perfeccionando.

—Ya lo estoy viendo Roma—Sonrió Minerva—¿Crees que tus hijos se van a llevar bien con los hijos de Venus?

—El tiempo lo dirá Minerva, se acaban de conocer y no digo que un futuro cercano tengamos una riña... Pero tienen que entender ellos que comparten un mismo padre, al que deben obedecer y respetar.

—Pero son de distintas madres—Recalcó la diosa de la sabina.

—Ya.

La tela de la tienda se abrió y no pude evitar sonreír al ver quien entraba a verme.

—¿Cómo estas Roma?—Vulcano se acercó con un paso alegre hacia donde estaba sentada, sin olvidar de que su cojera le impedía ir más rápido.

—Vulcano—Le sonríe y quise levantarme para abrazar, pero él me hizo el gesto de que permaneciera sentada—Estoy bien, pero me gustaría estar junto a mi familia, rompiendo las murallas con el Castigador.

—Por poder puedes Roma, pero esa criatura que llevas en tus entrañas y Marte, te lo impiden—Habló Minerva.

—Pero vamos Roma, ya tendrás otras guerras que luchar—Añadió Vulcano—Por cierto, he traído un regalo para que juegue en el futuro tu futuro descente.

De entre los bolsillos de su vestimenta, sacó un pequeño caballito de madera y me lo entregó con delicadeza en mis manos.

Cuando vi ese pequeño juguete, no puede evitar que a mi memoria viniera el juguete que le hice a mi pequeña sobrina Kassandra y que este mismo lo recibí quemado de las manos de Mercurio cuando mataron a mi familia por culpa de los celos de Venus.

Pero ese pequeño caballito será bien recibido y atesorado, pues este corcel en su madera estaba tallada una serie de dibujos que llenan su cuerpo, mostrando el tiempo y dedicación que había hecho el herrero de los dioses antes este pequeño objeto.

—Vulcano, no era necesario este precioso regalo. Muchas gracias—Estaba sujetando mis lágrimas del recuerdo para que no corrieran por mi rostro—Te aseguro de que va a jugar mucho con él.

—¿Has dejado todas la máquinas listas para el asedio?—Preguntó Minerva.

—Hasta las he engrasado—Rio Vulcano—Si están listas.

Mientras que el dios de la forja y la diosa de sabiduría hablaban, yo me quedé observando los planos de
Cartago.

Como bien conocemos todos, Cartago fue un pequeño puerto costero, establecido solo como una parada de los comerciantes fenicios para reabastecerse o reparar sus barcos, Cartago creció para convertirse en la ciudad más poderosa del Mediterráneo. Era tal su poder en Mediterráneo, que nos desafío más de una ocasión, pero ya no me volvería a desafiar más.

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora