Capítulo 36

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Con el pasar de los años, la pequeña Clementia fue creciendo dentro del seno de la familia de la guerra. Concordia siempre estuvo a su cargo y guiandola como diosa de la clemencia.

Pero, donde se suponía de había tranquilidad, un fuego de rabia se estaba fraguando entre los hermanos mayores y que los padres de estos todavía no se habían percatado de ello.

Marte y Roma estaban ocupados por la situación que había desencadenado los hermanos Graco y de la guerra contra Yugurta, que hacía ya poco que habían acabado y que había resaltado las figuras de Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila Félix, pero en ambos nació una enemistad, no sólo en el campo de batalla sino también en la política.

—Marte, tenemos que poner fin a esta inestabilidad—Caminaba junto a mi marido con preocupación por los pasillos del Senado— La guerra social está casi pacíficada y todo esto por no concederles la ciudadanía romana y los sus derechos. Y por si fuera poco, Mitrídates VI ha tomado el sur de Grecia y toda Anatolia, haciéndonos perder muchos soldados que estaban allí apostados.

—No creo que esto se ponga peor. Hemos tenido situaciones peores y que hemos salido triunfantes. No te preocupes.

Delante de ellos apareció Mercurio, parecía que lo que iba a comunicarnos no iba a ser de buen grado. Se le notaba un poco nervioso en la mirada que nos estaba dando a ambos.

—Mercurio ¿Qué ocurre?—Habló Marte.

—Haber por donde comienzo—Rio con nerviosismo y tragó de forma forzada—Los populares han nombrado como jefe de los ejércitos al anciano Cayo Mario, lo que ha provocado una oposición enfrentada de los optimates y Sila. Por si no fuera poco, vuestros hijos han tomado su bando.

—¿Cómo que han tomado bando?—Fruncí mi ceño y vi a Mercurio que se estaba poniendo cada vez más nervioso—¡Continua!

—Belona, Lua y Nerio están apoyando a Cayo Mario, y Virtus y Honos están con Sila... Y están a las puertas de la ciudad con un gran ejército.

—¿Esto es una broma de mal gusto, verdad?—Marte tomó por la túnica a Mercurio y lo levantó—Mercurio...—Los ojos de Marte brillaba y mostraba con furia sus colmillos.

—No es ninguna broma—Fortuna habló detrás nuestra—Vuestros gemelos están con el gran ejército de Sila y acaban de entrar en la ciudad.

Marte soltó a Mercurio, el cual cayó al suelo, pero luego se levantó. Yo estaba procesando la información que me habían dado. Mis hijos estaban enfrentados entre ellos y habían tomado las armas y los soldados romanos para resolver su disputa.

—Han provocado una guerra civil—fueron las palabras que me salieron de mis labios—¿Donde están Concordia y Clementia?

—Están a salvo—Respondió Fortuna.

—¿Vais a intervenir y parar esto?—Preguntó Mercurio—Id a hablar con vuestros hijos para evitar que corra sangre romana por las calles.

—Podrán hablar con sus gemelos, pero no con sus hijas. Ellas han huido con Cayo Mario a África.

El sonido del caos llegó a nuestros oídos, los que nos hizo que fuéramos al exterior para ver como la gente huía de los aceros de los gladios, los gritos de los romanos y de como los soldados entraron por la fuerza al Senado.

Pudimos ver a lo lejos como Virtus y Honos acompañaban a Sila. Mis propios hijos... enemistados ¿Por qué?

Ra sobrevolaba la zona, cruzando las nubes de humo y entrando rápidamente a mi templo, donde estaban allí protegidas Concordia y Clementia.

—Concordia ¿Qué está pasando?—Clementia se aferró con fuerza a su hermana.

—No lo sé Clementia. Pero debemos ponernos a salvo, vamos—Concordia tomó la mano de su hermana y se fueron al lugar más seguro del templo.

Esposa de la Guerra IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora