CAPITULO 17

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La Navidad.
¿Qué decir de ella, si ya no es lo mismo para mí?

Recuerdo la primera Navidad sin mamá.
¿Y cómo fué?

Pues.... solo pude observar máscaras.
Máscaras de sonrisas, máscaras de felicidad.
Esas famosas máscaras que te ponías cuando en realidad no querías sonreir.
Cuando en realidad solo quieres alejarte de todo y estar triste.

Porque estar triste está bien. Forma parte del estado de ánimo del ser humano.
Lo que no está bien, era siempre y constantemente estar triste por la misma razón.

Recuerdo aquella mesa con aquel mantel navideño que compró mi abuela. Por aquel entonces, a ella si se la notaba decaída. Había perdido a su hija y a su hermano en el mismo año... y solo quería abrazarla . Pero sabía que si lo hacía, se iba a poner peor todavía.

La mayor parte de tiempo, era el silencio.
Papá solía contar chistes, y ese día, no escuché ninguno.
Lo único que escuchaba era la televisión con el concierto navideño inundando todo el salón.

Esa silla vacía me hacía querer desaparecer.
Me hacía querer encerrarme en mi habitación y lo salir más.
Pero, sin embargo, no lo hice. Decidí ser valiente y afrontarlo.

Papá contaba algunas anécdotas sobre su infancia, y la abuela, intentaba seguirle la corriente, disimulando lo que verdaderamente sentía.

El año siguiente, fué peor.
El año siguiente no hubo celebraciones.
Dirás... ¿no sería al revés?
No.. no fue al revés.
Sigo pensando que en ese año, cuando lo celebramos, lo hicieron por mí.
Pero al año siguiente, no pudieron seguir.

Mi abuela se negó a celebrarlo porque... estaba dolida.

Mi padre comió conmigo, pero más bien fue una comida normal. Aunque él dijera que no, para mí, lo fue.
Me quedé toda la tarde en casa de mi abuela, intentando animarla, al final lo conseguí, pero ella se apagaba de nuevo después de reir.

Me miré por última vez al espejo.
Llevaba un vestido rojo, ajustado por arriba, y con un abierto por abajo.
No quería llevar ropa tan.... elegante.
Pero hoy era Navidad. Hoy era la excepción.

Decidí rizarme el pelo con la plancha, cosa que me arrepiento.
El tiempo que me tiré con ella, fue de casi dos horas. Casi dos horas de dolor en los brazos.
Era un desastre para todo esto, aunque lo intentaba.

Me puse un labial rojo, y me maquillé haciéndome el eyeliner en los ojos. Gracias a las maravillosas clases de Marta, por supuesto.

- ya estoy. - susurré comprobándome de nuevo en el espejo.

Ordené todo el maquillaje y no pude resistirme a mirarme otra vez en el espejo.

- ¿qué pensará él cuando me vea? - pregunté a la nada.

Tan solo recordarlo, me producía algo extraño en el estómago. Algo que ya había sentido con él pero seguía sin saber lo que era realmente.
Según leí en los libros, esto sucedía en la etapa del enamoramiento.
Me gustaría negarlo para quedarme más tranquila, pero no voy a decir algo que no es verdad.

Salí de mi cuarto hacia el salón, haciendo que mis tacones sonaran cada paso que daba contra el suelo.
Busqué con mi mirada a papá, y cuando vi lo que estaba haciendo y con quien estaba, mi corazón se aceleró.

- hola - saludó él.

No pude evitar sonreír, al igual que él. Hugo. Estaba ahí.
No sé cuanto tiempo permanecimos mirándonos. Me emocionaba verlo así. Feliz y emocionado.
No sabía si eso era porque me vió. Mi cerebro decía que no, pero mi corazón decía lo contrario.

Neverland, Al nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora