XVIII. Concedido

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—¿Sangre? 

—Si realmente quieres traer a tu hermana de vuelta, no hay necesidad de darle tantas vueltas al asunto. Es lo único que aceptaré a cambio. Lo tomas o lo dejas. 

—Está bien. ¿Qué debo hacer? 

—Por lo pronto, alimentarte. 

Estaba dudando, no voy a mentir, porque no sé en qué situación estoy adentrándome, pero todo lo hago por mi hermana. Necesito ayudarla, tengo que traerla de vuelta. Ella es lo único que tengo. 

Viktoria fue quien preparó la cena, aunque no le dio ningún bocado. Solo me observaba mientras comía. Cada segundo era un tormentoso recuerdo de mi hermana. Debo darme prisa. 

Terminé de comer y esperé sus indicaciones. Jamás la había visto tan inquieta, eso solo intensifica mis nervios. Subimos a su habitación y me pidió que me acostara en la cama. Mi ansiedad y agitación aumentaba, al no saber sus planes. ¿Acaso quiere hacerme daño? ¿Quizá desquitarse por la bofetada que le di? Esas eran mis principales preocupaciones.

Llevó su cabello por detrás de la oreja y subió sobre mí, colocando su rodilla entre mis piernas. 

—Cierra los ojos. 

—¿Es estrictamente necesario?

Su mano tapó mis ojos y sentí su respiración cerca de mi oreja, algo que me puso los vellos de punta.

—Hablas demasiado cuando estás nerviosa, pero conmigo no tienes porqué estarlo. Te aseguro que estás en buenas manos — su otra mano levantó mi blusa hasta el centro de mi pecho. 

Pude notar que su respiración se volvió acelerada y no sé por qué oírla así hizo sentir mi cuerpo extraño, principalmente mis pezones, pues me molestaban estando presionados por el sostén. 

—¡Qué bien hueles! 

Mis sentidos se han vuelto sensibles, igual que mi piel al simple tacto. Percibí el calor de su lengua en mi oreja y de mi garganta se escapó un fuerte gemido. 

—Entre más caliente y agitada estés mejor. 

Acomodó mejor su cuerpo entre mis piernas y las mías encontraron comodidad en su cintura. Frotaba su cuerpo contra el mío, mientras creaba un húmedo camino con su lengua a esa área que tan sensible se sentía. Era como si una especie de calor cubriera mi pecho, y a la misma vez mi intimidad. 

Percibí que el sostén dejó de molestarme, es como si lo hubiera cortado por el mismo medio. Mis nervios incrementaron, sintiéndome nuevamente expuesta ante ella. Estaba segura de que lo que esta vez había cubierto mi pezón era su boca; el calor, la humedad, y su lengua lo confirmaron al instante. Oía y sentía claramente la forma en que los succionaba y jugaba con su lengua alrededor de la areola. No podía pronunciar palabra alguna, los gemidos eran lo único que salía de mi boca. Se sentía extraño, pero mi piel ardía y los temblores no cesaban. 

A pesar de que dejó de taparme, permanecía con los ojos cerrados de la vergüenza. Su mano se adentró en mi pantalón y ropa interior, teniendo contacto directo en mi intimidad. Fue como haber presionado un botón que activó un sinnúmero de escalofríos y espasmos. Sus dedos se movían de manera que se volvían más resbaladizos entre mis labios. Nadie me había tocado en esa parte. Ni siquiera yo misma lo hacía, al menos no de esa forma tan constante, rápida y sin pausa. 

Frotó sus pechos con los míos, pude fácilmente reconocer ese roce debido al contacto directo de sus pezones. No era la única que se sentía de esta manera. 

Despejó el cabello de mi cuello, pensé que sus intenciones eran besarlo de nuevo, pero sentí algo punzante atravesar mi piel; un hormigueo recorrió apresuradamente esa área, descendiendo más abajo de mi ombligo, provocando una ola de calor tan potente que tuve la sensación de haber expulsado una fuerte presión y mucho líquido. Perdí el control de mi cuerpo, las energías, hasta el aire por varios segundos. No sé si fue debido a mantener los ojos cerrados, pero mi sentido del olfato captó un olor a sangre. Escuché sus gemidos de satisfacción y agitación cerca de mi oído.  

—Eso fue muy rápido. Apenas estaba comenzando. ¿Cómo te atreves a correrte sin mi permiso? 

Abrí los ojos de inmediato, encontrándome con su perversa sonrisa y unos largos y afilados colmillos. Sus labios ensangrentados hicieron más que evidente el dolor que comencé a sentir en mi cuello. Era tolerable, pero eso no le quitaba lo aterrador. 

—¿Te gustan? — deslizó su dedo índice en los labios, para luego llevarlo a su pezón y pintarlo como si de un labial se tratase. 

La miré sorprendida, parecía disfrutar de amasar sus pechos frente a mí. 

No pensé que la situación pudiera tornarse más incómoda, sino fuera por el sonido agudo que hubo en la puerta y el ver a la Sra. Josefa entrar.

—¡Viktoria! — le gritó. 

—¿Cómo demonios entraste? — en ella no vi intenciones de taparse, pero yo sí me sentía bien avergonzada, por eso alcancé el cojín más cercano y me cubrí.

—Me he enterado de lo que pasó. ¡Me has fallado!

—¿Te he fallado? — enarcó una ceja.

—Me prometiste que las protegerías. 

—¿Qué tiene que ver contigo lo que pase con ellas? No entiendo este reclamo. ¿No me digas que te sientes culpable? Peor aún, ¿arrepentida? — Viktoria soltó una carcajada. 

—Sra. Josefa, ¿qué hace aquí? 

—Lo mismo me pregunto. ¿Cómo te atreves a interrumpirme en la mejor parte? — Viktoria se levantó, y no sé por qué tuve temor de que le hiciera algo a su mamá. 

—¿Qué está pasando aquí? — volví a preguntar—. ¿Por qué tratas a tu mamá así? 

—¿A mi madre? Esta señora no es mi madre. No te dejes engañar más, pequeña criatura. No intentes hacerte pasar por la más preocupada delante de Emma, porque si ellas están aquí es gracias a ti. Tú las sacrificaste para tener de vuelta a tu hijo. Ya te he concedido tu pedido, por lo que no acepto devoluciones. 

Luna Roja [✓] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora