XX. Culpa

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—¿En qué momento los papeles se intercambiaron?

—Eres la única que puede ayudar a Isabel.

—¿Qué tienes para ofrecerme?

Otra vez esa pregunta. Para todo pide algo a cambio. Ya lo hizo conmigo y, al parecer no fue suficiente, aún espera más. ¿Quién es verdaderamente Viktoria?

Planeaba interrumpirlas, pero escuché sus pasos alejarse. Salí al pasillo y las vi bajar las escaleras. Las noté apresuradas. Me asomé para ver qué hacían y salieron del castillo, no sé con qué destino, pero las seguí, sin perderlas de vista.

El gigantesco portón de madera en la entrada cayó de golpe, dejando ver a la distancia la multitud de personas con fogatas, machetes, horcas, una hoz y palos de madera. Todos golpeaban el suelo con la base de sus horcas, otros mantenían las fogatas en el aire, comportándose de forma errática. Sus miradas lucían extraviadas, vacías. La mayoría gritaban al unísono, hasta que vieron a Viktoria.

La situación se veía color de hormigas, pero necesitaba saber qué estaba pasando con la gente del pueblo y el por qué se estaban comportando de esa forma. No sabía que vivía tanta gente en el pueblo, logré reconocer solamente a una señora. Todavía hoy recuerdo el miedo que les invadía verme, ¿por qué están actuando de esta manera ahora? ¿Cómo se han atrevido a venir aquí con esa actitud tan amenazante? ¿De dónde han sacado la valentía?

Eran muchas dudas, pero solo podía aclararlas si me acercaba a ellas. Usé la torre como escudo, poniendo oído a la conversación.

—¿A qué debo el gusto? — cuestionó Viktoria, cruzándose de brazos.

—Hemos venido por la bruja. Sabemos que aquí se oculta. Por su culpa estamos siendo castigados.

Otra vez utilizan ese término. ¿Estarán hablando de esa tal Kaede o de mí? Yo no soy una bruja, no sé por qué se les ha metido esa idea en la cabeza.

—No sé de qué están hablando. Me temo que han venido al lugar incorrecto— les dijo la Sra. Josefa, intentando apaciguar las aguas.

—Permite que se expresen — dijo Viktoria en un tono sosegado.

—Nosotros hemos venido… — el hombre que habló por todos, quien estaba actuando más agresivo que el resto, le arrebató la fogata a uno del grupo y se la acercó al borde de su camisa descosida, encendiendo su ropa y sin hacer nada al respecto con tal de evitar que el fuego se fuera propagando con rapidez.

Tapé mi boca al ver cómo entre ellos mismos comenzaron a golpearse. El hombre se sacudía y corría de un lado a otro, en el intento de extinguir el fuego, pero nadie hacía nada por él. Todos parecían darle más importancia a los golpes, que a socorrer y proteger a los suyos.

La Sra. Josefa se quedó paralizada, sin poder creer lo que estaba ocurriendo. Yo me encontraba en las mismas, tiesa, sin atreverme a mover ni un músculo. Viktoria era la única calmada y que sonreía, como si estuviese viendo un programa de la televisión que le produjera gracia y satisfacción. Podía jurar que ella tenía la culpa y no parecía con intenciones de ocultarlo tampoco.

Luna Roja [✓] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora