II. Tormenta

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Durante los últimos dos años hemos servido al santuario y a sus visitantes. Las tareas son sencillas, aparte de eso, nos acostumbramos a tener esta vida pacífica y agradable. Es una lastima que debemos despedirnos de todo esto. No me siento preparada para este cambio, pero es un sacrificio que estoy dispuesta a dar por el futuro de mi hermana y por la señora Josefa, que ha sido como una madre para nosotras. No sé cómo será nuestra vida de hoy en adelante.

Observé con ostentación ese maravilloso vestido ceñido al cuerpo de mangas holgadas y tan largo que recae en el suelo. Aunque es totalmente cerrado, es muy cómodo, pues la tela tiene una textura parecida al terciopelo, es de color rojo con detalles dorados en el pecho y en el borde de las mangas; también tiene algunos diseños elaborados con cristales y piedras brillosas alrededor del cuello y en el borde de la parte que llega al suelo, así como también en la parte posterior. Pensé que en un día como este vestiría de blanco, pero este vestido rojo es hermoso.

Era difícil reconocerme frente al espejo. Mi cuerpo ha sufrido muchos cambios, tanto como mi rostro. Mis párpados tienen el mismo tono rojizo del vestido y unas líneas negras cortas al borde de mis ojos. El labial rojo resaltaba mucho el grosor de mis labios. Mis pendientes eran dorados y colgaban hasta acariciar mi hombro.

—Emma, ¿estás segura de esto? — preguntó mi hermana.

—Tranquila, todo va a salir bien. Viktor nos ayudará a conseguir un experto que pueda atender tu caso. Haré todo lo que esté a mi alcance para que vuelvas a caminar. Ahora que iremos al extranjero, las cosas van a cambiar.

—Te ves muy hermosa, pero no te ves feliz.

—Estoy feliz. Es solo que me siento nerviosa.

—¿Cómo crees que sea el hijo de la señora Josefa?

—No lo sé, pero eso no es importante. Es nuestra oportunidad para ir allá fuera.

—¿Y si es un anciano?

—¿Qué pregunta de mal gusto es esa?

—Ella nunca nos ha hablado de su apariencia, ¿no sientes ni un poco de curiosidad?

—¿Cómo está todo por aquí? ¡Qué hermosa te ves! Solo falta la corona y el velo— la Sra. Josefa tomó la corona en sus manos y la colocó sobre mi cabeza, acomodando el tul rojo hacia al frente.

La fragancia que roció sobre mí fue relajante, un aroma sutil, pero dulce y agradable.

—¿Cómo te sientes ahora?

—Mucho mejor.

—Eres la indicada para hacer feliz a mi hijo. Te prometo que tendrás bendiciones en abundancia a su lado. ¿Ya están listas? Mi hijo te está esperando.

No había estado presente en la decoración y preparativos, pero me sorprendió que hubiese más personas. Creí que sería una ceremonia privada. Entre ellos estaban algunos visitantes y allegados de la Sra. Josefa. Había velas rojas, negras y blancas por doquier en el santuario. Antes de entrar fui despojada con un ramo de flores extrañas, las cuales arrojaron a la hoguera de la entrada.

Vi a la distancia a mi prometido. Supe que era él por su vestimenta, pues la tela y el color era parecido al mío. No podía ver su rostro, pues estaba cubierto con un tul rojo pasión. Aunque sentía evidente curiosidad por ver quién estaba detrás de ese tul, me limité a continuar con la ceremonia. Supuse que era parte de su cultura y no iba a ser irrespetuosa. Miré a mi hermana y le sonreí para calmarla, antes de dar un paso al frente y tomar la mano del misterioso hombre. Ellas estaban cubiertas con un guante rojo.

La Sra. Josefa, en compañía del sacerdote, dijo unas palabras bastante reconfortantes. Algunas me hicieron dudar de esta decisión, pero mi hermana para mi lo es todo. Si hubiera sido una mejor hermana, tal vez hubiera podido darme cuenta de lo que estaba ocurriendo y hubiera hecho algo a tiempo para evitarle más sufrimiento. Esto es lo único que puedo hacer por ella y por nuestro futuro.

No hubo anillos, solo nos rodearon con un hilo rojo y blanco, como símbolo de nuestra unión. La ceremonia culminó y, cuando llegué a creer que no habría beso, ese misterioso hombre levantó el tul hacia atrás y, aún con el suyo puesto, plasmó un beso en mis labios. No sentí nada, aparte de la suavidad de la tela, pero saber que sus labios estaban detrás, me causó una infinita vergüenza. La marca de mi labial se notaba un poco en su tul, tal vez porque estaba muy cerca y analizando cada detalle. No podía descifrar qué expresión pudo haber hecho, tampoco si se sintió como yo, pero luego de eso no pude hablar. Es como si hubiera olvidado cómo hacerlo.

Hubo un silencio sepulcral, tan extraño que me vi en la obligación de mirar a los presentes. Una ráfaga de viento apagó todas las velas al mismo tiempo, dejándonos casi a oscuras. No habían anunciado mal tiempo para que el cielo se hubiera nublado de esa manera y tan de repente.

Un sentimiento extraño me agobió, rompí el hilo que nos unía y corrí hacia mi hermana. La abracé fuertemente contra mi pecho, brindándole la calma que ambas necesitábamos. Ella se calmó rápidamente, era yo quien estaba al borde de quebrarme en llanto, pero me contuve para no preocuparla.

Al rato, la Sra. Josefa se nos acercó, en compañía de mi esposo, aunque él se mantuvo detrás suyo, sin decir palabra alguna.

—Ya es hora de irse.

—Gracias por todo, mamá.

—No digas esas cosas. Es un día muy especial y feliz para derramar lágrimas. Vayan con bien, mis niñas — nos dibujó un círculo en la frente a las dos, y con una sonrisa calmada, nos señaló la entrada.

No quería despedirme, pero tampoco quería hacer esperar a mi esposo. Salimos del santuario y miré el cielo perpleja, parece ser que sí se aproxima una tormenta. 

Luna Roja [✓] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora