III. Indiferencia

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Mi esposo ayudó a subir a mi hermana al auto y me extendió la mano para que subiera con ella. El chófer aseguró la silla de ruedas en el baúl, seguido a eso, le abrió la otra puerta a mi esposo para que se montara a mi lado.

—¿A dónde iremos ahora? — le cuestioné curiosa. 

Señaló a la cima de la colina a través del cristal, supongo que no está de ánimos para hablar. Pensé que iríamos al extranjero, aunque con el mal tiempo, no sé si se pueda. 

Cada vez el camino se volvía más oscuro, a medida que nos adentramos al bosque y por un estrecho y rocoso camino. No sé a ciencia cierta cuántas horas han transcurrido desde que emprendimos el viaje, pero todo ha sido en completo silencio. Mi hermana se veía perdida contemplando la vista por la ventana, el chófer manejaba concentrado en el camino y mi esposo, aún cubierto con ese tul, ni se movía, parecía un cadáver con lo quieto que se encontraba. 

Observé un pueblo a lo lejos, había personas caminando de un lado para otro, hombres cargando barriles de madera, y niños con ropas deshiladas y con mangas. ¿Cómo es posible que haya personas viviendo por aquí? Es desolado, frío y las casas de madera y piedras no podrían soportar la tormenta que se avecina. Se les veía felices, hasta que sus curiosas miradas saquearon el auto. Se alejaron del medio del camino y escuché un resoplido del chófer. 

Me generó curiosidad lo que había alrededor, pero no me atreví a preguntarle a ninguno de los dos. Me mantuve en silencio, hasta que alcancé a ver un enorme castillo asomarse entre la arboleda y gigantescos pinos. Las murallas en piedra, tan altas que me dieron algo de miedo. Desde aquí se veían dos torres, pero es muy probable que por dentro haya más. Era la segunda vez que veía un enorme castillo. La primera vez fue en un cuento animado, pero no se asemeja jamás y nunca a uno real. ¿Quién iba a imaginar que existiría algo así en medio de la nada y que ese sería nuestro destino? La Sra. Josefa no nos dijo nada sobre esto. Lo único que nos dijo es que él vivía lejos, por eso no podría visitarme antes de la boda. 

Me bajé con su ayuda, esperando a un lado del auto que el chófer sacara la silla de ruedas y así ayudar a mi hermana. Ella se encontraba igual que yo, maravillada con los alrededores y las gigantes columnas. Es como si hubiéramos sido teletransportadas a un mundo desconocido. 

Dos mayordomos abrieron de par en par las puertas, dándonos la bienvenida con una mano en el pecho, la otra extendida y haciendo reverencia. Las dos nos sentimos desconcertadas. Aun así, les saludamos de la misma manera que saludamos a todos, haciendo reverencia. 

Nos abrieron paso al interior, dejándonos nuevamente perplejas y asombradas con semejante majestuosidad. La decoración parecía antigua, las paredes de piedra sólidas y altas. Había un ascensor, aunque lucía muy antiguo por las rejas. 

—Prepara la mesa. Llevaré a mi esposa a su habitación. 

Por fin escuché su voz, aunque la imaginé más varonil, no tan fina. Subimos en el ascensor, al principio tenía un poco de miedo, pues no me sentía segura, pero al llegar a nuestro destino, pude respirar mejor. Mi esposo nos guió por el amplio pasillo a mi dormitorio. El dormitorio era diferente y único. En el interior hay que destacar la decoración de las paredes, techos con paneles, artesonados y vitrales. Hay una elegante chimenea de piedra caliza en el centro de la misma. La cama con dosel antigua estaba cubierta de una colcha de damasco, adornada con brocado de plata y blondas rojas de terciopelo. Había un mosquitero rojo rodeando toda la cama y colchones de lana. Creo que este hombre tiene una pequeña obsesión con el color rojo o es idea mía. La decoración en sí era antigua, los dos muebles que habían en la habitación habían sido tapizados con el mismo material y color de las paredes. La vista desde la amplia ventana, te permite contemplar el cielo y el hermoso y colorido jardín. El espejo estaba cubierto, es lo que me resultó extraño de todo lo que había a nuestro alrededor.

—Dormirás aquí. Tu hermana dormirá en la habitación del lado. 

—¿Y tú? 

—En la habitación del frente. 

—O sea, ¿no dormiremos juntos?

—No. Puedes dormir tranquila. No planeo ponerte un dedo encima. 

—Eso no es lo que quise decir, yo… 

—Deben tener mucha hambre. La cena será servida muy pronto. 

—Gracias. 

Salió de la habitación sin añadir nada más. Me sentí muy incómoda con su indiferencia. Digo, para mí es un alivio saber que no dormirá conmigo, pero ¿era necesario decirlo de esa forma? 

Luna Roja [✓] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora