S2. Venganza

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—Mi prometida luce hermosa con el vestido que elija— tomó mi mano, dejando un seco beso en ella.

¡Rayos! ¿Por qué no se disgustó? ¿Por qué a decidido continuar con esto?

A pesar de mis intentos por estropear la cena y el compromiso, mostrándome maleducada y sin modales en la mesa, no surgió el efecto esperado en él. No tuve oportunidad de estar a solas con el príncipe, luego de haber armado un plan que pudiese funcionar.

Luego del baño, terminando de cepillar mi cabello frente al espejo, entró mi madre a la habitación.

—¿Qué te pareció el príncipe Arthur? Es un hombre encantador, ¿no lo crees? — me arrebató el cepillo de las manos, y peinó mi cabello esta vez, dándome una ojeada en el reflejo.

—No quiero casarme con él, mamá.

—El príncipe Arthur es un buen candidato para ser tu esposo.

—Eso dijiste del príncipe Guillermo y del príncipe Carlos.

—¿Quieres morir sola y seca? Todo esto lo estamos haciendo por tu futuro.

—¿Por mi futuro o por ustedes? Seamos realistas, solo quieren limpiar la reputación de la familia, que se vio afectada por mi culpa. Mi padre ya lo ha dicho; soy una deshonra para esta familia. Ninguno de ustedes consideran mis sentimientos. ¿Por qué no entienden que no deseo casarme? Estoy cansada de ser obligada a convertirme en la esposa perfecta, porque es lo único a lo que, según ustedes, debo aspirar. No quiero casarme ni con el príncipe Arthur ni con nadie más.

—¡Esa no es tu decisión! — alzó la voz, lanzando el cepillo contra el espejo y creándole una grieta.

De la impresión la miré por arriba del hombro. Mi madre nunca se había comportado de esa forma, ni mucho menos me había levantado la voz.

—Vas a casarte con el príncipe Arthur. Fin de esta conversación — salió de la habitación, sin mirar atrás.

Quisiera ser alguien más. ¿Por qué me tuvieron que tocar unos padres tan cerrados que nos les importa lo que sienta? Hubiera preferido no tener ningunos.

En la mañana, le encargué varias tareas a Elvira, luego le pedí que ajustara el corsé que tan difícil de atar es.

—¿Cuándo descansaré de esta niña caprichosa?

—¿Decías? — la miré por arriba del hombro al oír lo que dijo.

—¿Sobre qué, princesa?

—¿Qué fue lo que dijiste?

—No he dicho nada, princesa. ¿Ocurre algo?

—Olvídalo.

Lo pasé por alto, porque no creo que ella sea capaz de decir algo así. Tal vez oí mal.

El desayuno es el único que puedo disfrutar en completo silencio y tranquilidad, pues, mi padre tiene sus asuntos importantes que atender y mi madre le hace compañía. Casi siempre desayunan muy temprano y ya no es como antes, ninguno de ellos espera por mí.

No iba a quedarme en el palacio todo el día, por eso le pedí a Elvira que me acompañara al pueblo. Es muy poco lo que salgo y, cuando lo hago, siempre debo llevar conmigo al guardia real que contrató mi papá por seguridad, algo que no lo considero necesario, pues todo el mundo me huye, pensando que soy la mala suerte en persona.

Prepararon el carruaje e intenté disfrutar de las bellas calles, las villas, las aldeas a la distancia y el puente fortificado, donde se aprecia en su máximo esplendor el río Kaí, que debemos cruzar antes de adentrarnos al pueblo. Dentro de estas murallas, las calles son estrechas y empedradas, por donde circulaban más carruajes y carretas que transportan  mercancía para después venderla en la plaza del mercado. Los pueblanos curioseaban y comentaban sobre mi visita, siempre lo hacen.

Me gusta visitar la biblioteca del pueblo, para mí leer es el mejor escape a la realidad. El interior es como la entrada a otro mundo. A pesar de ser algo pequeña, la mantienen bien cuidada. Las estanterías son elaboradas de madera tallada y balaustradas con detalles dorados. Aquí todos me conocen, me atrevería a decir que los dueños son los únicos que me tratan amablemente.

Pasé la gran parte de la tarde sumergida en libros. No encontraba cómo regresar al palacio, pero sé que debía hacerlo, aunque no quisiera. Regresé los libros a su lugar, trepando solo dos escalones de la escalera, cuando vi un libro con la caratula completamente negra, a excepción de un diminuto circulo en color dorado en el lomo. Atrajo mi atención en una fracción de segundo, y eso, que siempre me he considerado muy exigente cuando de elegir un libro se trata, pero algo en este me atraía como un imán.

—¿Está lista para regresar, princesa?

—Sí — lo dejé en su sitio, me limité solo a bajarme de la escalera.

En una próxima ocasión le daré una ojeada.

Regresamos al palacio, cené en compañía de mis padres. Ambos no dejaron de mirarme ni un solo momento. Estoy segura de que mi padre se estaba conteniendo en decirme algo, en su expresión era bastante evidente, pero por fortuna, no dijo nada.

Me encerré en mi habitación con Elvira, por fin podía descansar del malhumor de ambos. Ella me ayudó con el traje y luego me dejó sola. El baño antes de acostarme no podía faltar. Cuando salí del baño, con intenciones de secar bien mi cabello húmedo y sentarme frente al espejo, escuché una suave y sosegada voz de una mujer proveniente de la nada:

—La maldad se oculta en la oscuridad.

La voz repetía una y otra vez esa frase. La grieta en el espejo fue mágicamente desapareciendo, como si detrás de ella hubiera una luz blanca y tenue, capaz de restaurarlo. Retrocedí, sin apartar la vista del espejo. Todo se podía ver en el, excepto mi reflejo.

—Tu alma aclama venganza.

Esas palabras trajeron consigo un insoportable dolor de cabeza, acompañado de ligeros escalofríos.

Luna Roja [✓] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora