IV. Común

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La cena se veía y estaba exquisita, aunque mi esposo no le dio ni un bocado. No sé si soy yo quien le incomoda o es algo más. Quería preguntarle sobre el extranjero, pero realmente no me atreví. Creo que será mejor preguntarle mañana, tal vez esté de mejor ánimo. 

No pensé que podría dormir plácidamente en la primera noche en este lugar. Honestamente, el baño que tomé a medianoche me ayudó, porque caí rendida como hace mucho tiempo no lo hacía. Debo ir a ver a mi hermana. Tengo que ayudarla y llevarla al baño. 

Moví la cortina a un lado en busca de alumbrar el cuarto y me asomé por la ventana con intenciones de contemplar la hermosa mañana en su máximo esplendor. La mañana estaba bien bonita y soleada, pero mi atención no pudo centrarse en ello, sino en la mujer que yacía de pie en el jardín y mirando hacia mi ventana. 

La belleza de esa mujer era singular. Su piel blanca, ojos oscuros y rasgados, más una mirada muy profunda. Su cabello era blanco como la nieve, sedoso y lacio, le llegaba a la altura de las rodillas. Figura esbelta, rasgos finos y delicados. En estatura aparentaba ser mucho más alta que yo, al menos desde esta distancia. Tendría que tenerla de frente para saberlo con más seguridad. Vestía un kimono negro, al parecer a todos les gusta ponerse ese tipo de vestidos, quizá sí sea parte de su cultura. Pero definitivamente con ella encaja a la perfección, su cabello resalta y es como si brillara. 

Me mostró la flor roja que descansaba en la palma de su mano y la sopló hacia mi dirección. El viento pareció alejar los pétalos, o eso pensé, pues de un momento a otro, chocó un pétalo, de lo que estaba segura era de los mismos por el color, en la ventana. Retrocedí de la impresión y cerré la cortina de un tirón. ¿Qué demonios ha sido eso? En primer lugar, ¿por qué me estoy escondiendo? En segundo lugar, ¿quién es esa mujer? 

Corrí a la habitación de mi hermana, pero no la vi en la cama y su silla de ruedas estaba cerrada. Eso me trajo muy malos recuerdos y por eso me asusté. Bajé las escaleras corriendo y casi me desmayo al verla de pie, saltando en un mismo lugar y sin ayuda. 

—Isabel… 

—¡Puedo caminar, Emma! ¡Mira, puedo hacerlo! 

Mi cabeza no podía procesar lo que estaba ocurriendo. Por más de trece años ha estado en silla de ruedas y, según el diagnóstico del médico que la atendió, ella no podría recuperar la movilidad de ellas, a no ser que fuera intervenida, pero nuestra madre jamás se inmutó en ayudarla. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué está sucediendo? ¿Es que acaso estoy soñando? 

La mujer del jardín se apareció como si fuera un espectro de la nada, estaba envuelta entre esos pensamientos, que no me había percatado de su presencia y por eso me sobresalté al verla tan de cerca. Sí, es mucho más alta de lo que imaginé. 

—¿Quién es usted? — le cuestioné temerosa. 

—Mi nombre es Viktoria. Tú debes de ser Emma, la esposa de mi hermano Viktor, ¿no es así? — entrecerró los ojos, y juro que sentí escalofríos desde los hombros, hasta la punta del dedo meñique del pie. 

—Sí, señorita. 

—Eres más común de lo que imaginé. 

—¿Común? 

Asintió con la cabeza, sin siquiera pestañear. 

Luna Roja [✓] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora