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Pasado

Después de tanto calor en la ciudad, una inesperada semana de invierno llegó. Era necesario refrescar las calles, las montañas, volver a llenar las represas. Además, la ciudad empezaba a lucir polvosa, seca y con la vegetación amarillenta. Todos celebraron cuando llegaron las primeras gotas de lluvia. También lo hizo Lauren ya que era una bendición para sus plantas.

Para Lauren, su tiempo de vacaciones pronto terminaría, por lo que su única ocupación era ir de vez en cuando al trabajo, salir a pasarla bien y cuidar sus plantas; trabajó duro durante esa semana ya que necesitaba dinero para cubrir sus gastos básicos y sus constantes caprichos. Por desgracia, tuvo la mala suerte de que un terrible vendaval la esperó al salir del trabajo durante cuatro días seguidos. Llegaba empapada a su casa incluso si usaba sombrilla. Al quinto día, sintió los estragos de la lluvia: fuerte dolor en las coyunturas, escalofríos, fiebre, dolor de cabeza, oídos y garganta.

Ese día era viernes y junto con César saldrían a cenar a las afueras de la ciudad, para después visitar el lugar de trabajo del hombre. No obstante, esa tarde le fue imposible a Lauren levantarse de su cama, lo trató pero no tenía la fuerza suficiente. Ella llamó a César para cancelarle y cuando él escuchó el estado de su novia, corrió a ir a cuidarla. De camino a casa de Lauren, César compró caldo de pollo y medicinas para el resfriado. Además, se aseguró de tener lo esencial para prepararle remedios caseros que su madre acostumbraba a darle cuando este se sentía mal. Así hizo el joven astrónomo.

Al llegar a la casa de Lauren, vio que su novia estaba demasiado pálida y que temblaba del frío. Cuando se levantó de la cama para abrirle la puerta, seguía con la cobija cubriéndola y no se molestó en peinarse o cambiarse el pijama. César, después de saludarla, puso su mano sobre la frente de su novia y se sorprendió al sentir la temperatura.

—Amor, estas quemando —dijo él—. Quiero que regreses a la cama. Ya mismo te voy a preparar algo.

Así hizo. Calentó el caldo de pollo y preparó un té curativo de hierbas especiales. Y antes de eso, le dio un par de píldoras para tratar el resfriado. Lauren solo quería dormir. No quería ponerse en pie y mucho menos quería caminar hasta la mesa. César al ver esto, tomó el tazón con el caldo y el vaso con té, los llevó a la habitación de su novia y la alimentó cucharada por cucharada, con esa gran paciencia que lo caracterizaba. Después de cada cucharada, limpiaba la boca de Lauren con una servilleta y prestando especial cuidado a no lastimar su piel. Lauren solo tomó la mitad del tazón y bebió la mitad del té. César pensó que era mejor poco que nada.

Antes de dejarla dormir en paz, tomó una pequeña toalla y la humedeció con agua tibia. Durante un poco más de veinte minutos estuvo poniendo la compresa húmeda en la frente de ella y también en sus extremidades. Aquello era una forma efectiva de disminuir la fiebre. Cuando el chico sintió que la temperatura había bajado, dejó descansar a Lauren.

—Duerme —dijo César Franco—. Estaré acá cuidándote.

César, aprovechando que Lauren descansaba, lavó los platos sucios, limpió los desórdenes, barrió y trapeó la casa de Lauren. No quería que Lauren estuviera en un desastre de lugar. Cuando tuvo todo listo, tomó una silla y se sentó junto a Lauren. Se quedó en silencio mirándola preocupado. Constantemente, el chico pasaba su mano sobre la frente de ella con la intensión de asegurarse que la fiebre no hubiese regresado.

Así estuvo él durante la mayor parte de su tarde. En cierto momento quiso acostarse junto a Lauren, pero lo considero inapropiado ya que ella no estaba del todo consciente. Continuó sentado a una distancia prudente de ella.

—La fiebre ha regresado —dijo César al tocar la frente de Lauren—. ¿Qué haré contigo?

El chico volvió a poner las compresas en la frente de Lauren. Le rompía el corazón ver a su novia tan fuera de sí, temblando del frío, quejándose y pálida.

La Levedad de la Memoria | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora