Presente
La impecable habitación era tan blanca que molestaba en los ojos de quienes habían pasado los últimos días allí acompañando a la paciente inconsciente, tan pálida y pulcra como la arena de la playa favorita de quien estaba acostada en la cama. Las cuatro paredes carecían de decoración alguna, ni un florero, ni un cuadro, ni siquiera una mancha o un rayón. Solo una cama, una bolsa de suero que estaba goteando sin falta, un ruidoso aparato que monitoreaba sus signos vitales, una silla para quien quisiera acompañarla, y una puerta que escondía un baño igual de blancuzco. El piso de la habitación era tan reluciente que cuando caía un pelo, este parecía como si hubiera agrietado la baldosa.
—¿No? —fue lo primero que dijo la joven al despertar.
Al escuchar ese trémulo murmullo, la mujer que estaba sentada a su lado olvido que estaba a punto de dormirse o que empezaban a acalambrarse sus pantorrillas. Ella dio un enorme salto y corrió a llamar a la enfermera, al doctor, o a quien quiera que pudiera ayudarla.
—¡Doctor, doctor, despertó! —se escuchaba a la mujer gritar por el pasillo del hospital haciendo eco en las paredes.
La joven quedó a la espera. Quieta, extrañamente adormecida, como si estuviera atontada después de recibir un golpe en su cráneo. El terrible dolor de cabeza que estaba sintiendo le impedía preguntarse aspectos como: ¿Dónde estaba? y ¿Cómo había llegado allá? Solo pudo pensar en lo seca que estaba su boca; esta tenía un sabor bastante raro... como a plástico amargo y polvo. Lo odio. Despacio, ella levantó sus lastimadas manos. El color de su piel, blanco natural, se veía alterado por tantos aguijonazos que había recibido las últimas semanas. Ella en el momento no lo sabía, pero su estadía en aquel lugar se había extendido por casi diez semanas y media.
Fueron largos días en los que su familia y sus amigos sufrieron, pero sobre todo, tuvieron esperanza de que la joven de veinticinco años volviera a despertar. Esperanza que se había ido incrementando con el transcurso de la última semana cuando, como si fuera un milagro, su actividad cerebral mostro una breve pero significativa mejoría. Desde entonces, poco a poco fue regresando a la vida, rechazando el uso del respirador artificial que traía atorado en la garganta desde que llego al hospital. Luego de demostrar que podía respirar sin ayuda, sus manos empezaron a dar pequeños y débiles apretones. Aquella era la mejor señal de mejoría. Al cabo de unos días, la joven pudo estar en una habitación, fuera de peligro y a la espera de que esta pudiera despertar.
Su madre había regresado con un hombre blanco y calvo. El hombre combinaba a la perfección con la nula tonalidad de la habitación ya que usaba una larga bata color cal y su cara carecía de bronceo. El doctor dio un rápido vistazo a la maquina ruidosa y anotó los números que esta marcaba sobre ese pequeño cuadernillo que cada paciente tenía junto a su cama.
—Hola, soy el doctor Márquez. ¿Cómo te sientes? —preguntó animadamente.
—Hola. Me duele la cabeza y tengo sed —dijo casi en un susurro. Parecía como si estuviera resfriada. Le dolía hablar. No entendía porque no podía hablar normal.
—Enseguida te traeré un vaso de agua. Primero tengo que preguntarte unas cuantas cosas. Es que necesitamos llenar este cuestionario.
Ella asintió.
—¿Cuál es tu nombre completo?
—No lo sé. No puedo recordarlo —dijo con honestidad la joven. Su madre, quien seguía de pie junto al doctor mando ambas manos a su boca luchando por contener su expresión de sorpresa. Sintió un aguijón en su cerebro fuerte.
—¿Qué edad tienes?
—Tampoco lo sé —volvió a hablar con su voz rasposa por la sequedad de los tubos. A eso se le sumaba la falta de agua y los medicamentos en exceso. Sintió otro aguijón aún más fuerte en el cerebro.
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La Levedad de la Memoria | Camren
FanfictionPiensa por un momento que te enamoras de tu amiga más cercana, ¿eso suena algo muy normal? Ahora imagina que durante años tratas encarecidamente de conquistar su corazón y, como si fuera un milagro, lo logras. Sin embargo, para tu pésima suerte, tu...