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Fue a la casa de Lauren. Camila tenía tantas cosas por pensar y creyó que aquel lugar podía ser el indicado para ordenar sus ideas. Al llegar a la casa, encontró el piso limpio y se sintió en un lugar completamente nuevo. No tenía ni una planta, los libros estaban apilonados, sin orden alguno en el estante y el frío se sentía agresivo. Tampoco estaba la música presente ni el olor a comida caliente.

—Ya no parece tu casa, ¿cómo vas a recordar algo si este lugar ni parece tuyo? —le preguntó a la nada.

Por esos días, el invierno azotaba la ciudad. Los días empezaban nublados y al llegar la noche, también llegaban las tormentas eléctricas. Llovía en la cuidad con la misma intensidad con la que Camila lloraba.

Llegó y se acostó sobre la cama de Lauren. Ya no olía a ella, ni las sábanas, ni la almohada, ni el colchón. Nada tenía su aroma; Camila sintió como su esencia se desvaneció por completo y aquella casa se sentía como un lugar nuevo. Allí durmió un rato. Al despertar, vio los objetos de Lauren desordenados. Supuso que fue la madre limpiando o tratando de buscar algo quien cambió los lugares de las cosas.

Entonces Camila empezó a ordenar nuevamente los estantes. Ella sabía más que nadie en qué orden Lauren solía acomodar sus ejemplares. Sabía que los diarios estaban en la parte de abajo y que los cuentos estaban en la parte de arriba, en la mitad solía poner los vinilos de tangos y boleros. Y en una cajita de madera guardaba recuerdos de lugares a los que visitó tiempo atrás: piedras, botellitas con arena o tierra, monedas viejas, libros y volantes. Ante los ojos de otras personas, aquello parecía ser basura, pero no para Lauren. Cada una de esas cosas le traía memorias de esas lejanas aventuras. Camila supo que esos objetos eran de mucha ayuda. Así que tomó la caja y decidió guardarla en su casa, no fuera a ser que la madre la desechara al pensar que se trataba de basura sin sentido.

Quiso hacer lo mismo con los preciados diarios donde Lauren escribía sus memorias importantes: recetas, libros por leer, libros leídos junto a una pequeña reseña, cuentos favoritos, canciones favoritas (la mayoría tangos y boleros), películas vistas con una calificación, información sobre los cactus, cuidados de las plantas, dibujos y poemas.

Sin embargo, eran demasiados y prefirió dejarlos en el librero. Pensó que allí estarían seguros, pero no estaba de más decirle a la madre que no tirara alguno. Camila volvió a revisar esos cuadernos con la esperanza de encontrar algo relacionado con la postal, pero no halló nada al respecto. Quizás, aquello sería un misterio hasta que Lauren recuperara la memoria. Entonces, surgieron varias dudas: ¿Qué pasaría si ella no recuperaba la memoria? ¿Podía hacerla amar nuevamente? ¿Qué pasaría si ella nunca la amó y de eso se trataba la postal?

Pobre Camila, ¿en qué momento su dulce amor se tornó en una amarga pesadilla?

Entonces le surgió una nueva interrogante, ¿si Lauren no la quería, era justo para Camila seguir sufriendo por ella?

Camila se sentó sobre la cama y meditó acerca de esa última cuestión. Pensó que quizás no era justo para ella. Sin embargo, ella la amaba y eso lo justificaba todo. La amaba como amiga, la amaba como amante, la amaba como novia. Cada uno de esos amores justificaría siempre el quedarse a su lado, aunque el camino se tornará difícil.

Te amo con todo mi corazón —lo dijo en voz alta sentada en ese solitario cuarto—. Te amo demasiado —repitió afirmando su sentimiento al vacío y a la soledad. Hizo una pausa como esperando que la habitación le contestara—. Así tú no recuerdes quererme, yo te amaré, hermosa mía.

Fue interrumpida por una llamada. La hizo brincar porque rompió con ese momento de intimidad con sus pensamientos. Era Andrew. Camila rechazó la llamada. No quería hablar con el hombre. No obstante, Andrew Todd fue muy insistente.

La Levedad de la Memoria | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora