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Un lento y helado mes pasó. El tiempo parecía no detenerse junto con el invierno que acompañaba a Lauren. Durante esos días, Lauren gozaba de tardes enteras en las que la migraña era leve y ella podía estar escuchando los cuentos que Camila, sin falta alguna, leía todas las tardes para ella. Llegó la enfermera. Su nombre era Paula y era un par de años mayor que la madre de Lauren. Aquella mujer era la encargada de llevarla a sus citas y de pasar gran parte del tiempo con Lauren. Todo esto, cuando la madre se ausentaba por días para ir a la granja. De Paula no había mucho que decir, salvo que pasaba su tiempo completando sopas de letras, crucigramas y que lo que cocinaba era insípido.

—No me quiero quejar, pero ella cocina como si yo no pudiera comer sal. Se que estoy mal de la cabeza, pero no de la presión arterial —decía Lauren.

—¿Qué dices si mañana, cuando estemos solas, te preparo algo? —le dijo Camila.

—No podría rechazarte —contestó Lauren.

Paula solo estaba algunos días con Lauren y, los que no, ella le dejaba en el refrigerador para que Lauren solo calentara.

Camila era una persona que no sabía cocinar; quizás, ella cocinaba los platos más básicos y sencillos, obteniendo un resultado comestible. Aquellas habilidades culinarias no se podían comparar con lo que Lauren preparaba. Camila sabía que Lauren tenía bastantes tácticas en la cocina: evitaba revolver ciertos alimentos lo mínimo posible; a los frijoles, les agregaba la sal al final porque decía que se pondrían duros si lo hacía antes. Con las ensaladas, sabía que algunas verduras quedaban aguadas dependiendo del corte; y con las sopas, tenía extremada paciencia para que estas quedaran con el espesor deseado. Tenía trucos para los postres y hasta para las mermeladas. Ella le decía a Camila: "Ay, mi Cami hermosa, no son trucos, más bien parecen mañas."

Mañas, trucos, manías o lo que fuera, eran hábitos que Lauren no recordaba y que Camila, a duras penas, sabía aplicar en ciertos platos. Camila ese día madrugó para ir al mercado; justo ese día buscó un nuevo mercado, ya que por el que solía ir se encontraba a Andrew muy seguido, y justo ese día no quería toparse con él. Ya en el mercado, Camila compró verduras frescas y algunas hiervas aromáticas que recordaba que Lauren usaba para sus cocciones. Allí, Camila trató de buscar los mejores ingredientes, pero no sabía si había hecho una buena elección.

Cuando llegó, Lauren la estaba esperando en la casa. La casa, para ese momento, volvía a ser un lugar iluminado. Los ojos de Lauren volvían a tener esa facilidad para ir soportando las luces. Lo mismo pasaba con sus oídos; Camila y las personas presentes estaban dejando el hábito de hablar con susurros cuando se trataba de Lauren.

—¿Cómo estás? —le preguntó Camila a Lauren cuando la vio sentada junto a la cocina—. Creí que la lluvia no terminaría, pero mira, nos ha dado una pequeña tregua.

Camila dejó las cosas sobre el mesón de la cocina. Allí, lavó sus manos antes de empezar a cocinar. Lauren seguía a su lado; ella quería ayudar en todo lo que fuera posible. Camila tomó un par de ollas y las llenó con agua y unas cuantas especias. Empezó a lavar las verduras, mientras que Lauren, curiosa e inquieta, tomaba las plantas frescas, las detallaba, las olía, las miraba una vez más e incluso las probaba así, crudas.

—¿Qué haces? —le preguntó Camila riendo.

—No se explicarte —dijo Lauren sin temor a mostrar su creciente interés por todas aquellas nuevas sensaciones—. Estas plantas las recuerdo y ellas me recuerdan algo.

—¿Las recuerdas? —preguntó Camila alegre y con esperanza.

—Es el sabor, el aroma —dijo Lauren cerrando sus ojos para que las sensaciones fueran más claras—. Me veo a mi misma sosteniéndolas, picándolas, lavándolas...

La Levedad de la Memoria | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora