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Una semana pasó. Durante esos días, las visitas de Camila volvieron a ser frecuentes, como antes. Camila ayudaba a Lauren con sus tareas, la acompañaba en sus lecturas y ejercicios de escritura. La mejora era notoria: las lecturas eran más rápidas y la caligrafía más clara. Sin embargo, Camila notó algo en la mirada de Lauren: tristeza. A su parecer, esa tristeza no tenía justificación. ¡Qué ingenuidad! Camila no sabía que Lauren, desde su cita, estaba sufriendo porque no podía tenerla. En su día a día, Lauren se propuso convencerse a sí misma de que Camila no era suya y que tampoco lo sería. Tenerla en su vida era tan bello como doloroso.

Un día, mientras caminaban por el parque, Camila se animó a preguntarle a Lauren si estaba bien. Lauren le contestó que todo estaba en orden, pero Camila supo que mentía. No sabía con certeza qué era lo que acongojaba a Lauren, pero había algo dentro de ella que la sofocaba profundamente. Lo notaba en su respiración y en cómo sus ojos dejaban de brillar momentáneamente después de reír. Lo notaba en la manera en que la miraba y en cómo le sonreía con tristeza.

Lauren, por su parte, intentaba aceptar la idea de que no tendría nada con Camila. Ese pensamiento le carcomía el alma y la hacía desear no sentir nada. Sin embargo, lo que más le dolía era mantener la esperanza de ser esa persona sin nombre que Camila describía con tanto amor. La esperanza era lo que más le atormentaba.

Andrew Todd pasó esa semana hablando con varias personas. Él y Vivaldi estaban planeando algo. Vivaldi, desde su inocencia y su deseo de ayudar, nunca sospechó que aquello era una trampa, tan sucia y miserable como la persona que la planeó.

Vivaldi llamó a Lauren por la mañana. La saludó como siempre y fue muy amable. Cuando Vivaldi le dijo que estaban planeando una reunión para integrar a esos amigos que tanto la extrañaban, Lauren quiso decirle que no. Sin embargo, no quiso despreciar el esfuerzo de Vivaldi y el tiempo invertido. Además, cuando le contó lo que harían, Vivaldi estaba muy feliz, feliz e ilusionada, algo que Lauren no se atrevió a arruinar. Lo mismo pasó con Camila. No quería ir; no le gustaban esos ambientes. A diferencia de la antigua Lauren, ella no era la persona más social. Iba a esos planes solo por Lauren. Esta vez sería igual; sentía que debía estar presente para acompañar a Lauren y cuidar de ella. Ese deseo tan presente en su corazón le dictaba que debía velar por ella, incluso cuando ya no eran pareja. Esa expresión de protección e interés era la más honesta y desinteresada.

El día del encuentro, temprano en la mañana, Lauren tenía su control con el neurólogo. Este notó la mejora en ella: podía leer de corrido, las migrañas eran cada vez más aisladas y su caligrafía volvía a ser tan legible y cuidada como lo fue en el pasado. La molestia por las luces era casi mínima y lo mismo ocurría con los ruidos.

Durante esa semana, Camila aprovechó que su amada aceptaba los ruidos sin molestia, para sacar los vinilos. Esos tangos y boleros que tanto atesoraba en su repisa volvieron a resonar en la casa; una casa que ahora albergaba nuevas plantas y cactus, todos frescos y saludables. Una casa que volvía a oler a comida caliente y a una limpieza casi obsesiva. La luz entraba de nuevo por las ventanas y el aire volvía a ser liviano y fácil de respirar

En la tarde de la reunión de Andrew Todd y Vanessa Vivaldi, Camila fue a la casa de Lauren como siempre lo hacía. Lauren le preparó el almuerzo mientras escuchaban boleros. Lauren cantaba algunos, ya que nunca había olvidado las letras.

—Camila, creo que esas canciones las tengo tatuadas en el alma —le dijo la primera vez que escuchó las melodías resonar en su casa.

Ese día, Lauren le preparó una sopa. Camila juró que era la sopa más sabrosa que había probado en su vida. Lauren se sentó frente a ella y comieron juntas. Hablaron de una historia corta que Lauren había terminado la noche anterior y compartieron opiniones. Lauren era la que más hablaba; al hacerlo, movía sus manos y gesticulaba como la antigua Lauren lo hacía. Camila la miraba y se enamoraba un poco más al ver esa mejoría.

La Levedad de la Memoria | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora