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Los días eran largos y gélidos. Durante esas semanas, llovía desde la madrugada hasta la media noche, la lluvia no daba tregua a nadie. Ni siquiera la pobre Lauren. No sabía por qué, pero aquel clima la hacía sentirse como una extraña en tierras lejanas; cuando Lauren abría los ojos, la lejana migraña era quien le daba los buenos días. Aunque, no eran tan buenos mientras ella estuviera encerrada en aquella habitación oscura con dolor hasta en los oídos.

El eco de la lluvia era el único sonido que no la enloquecía. Bueno, tenía tres sonidos que no la desesperaban: el sonido distante de la lluvia, la voz de sus padres y la voz de Camila. Otros ruidos le dolían en los oídos como la música, los truenos y la horrible voz de su tía. ¡Qué mujer tan desagradable! Hablaba fuerte y su risa era estridente. Odió cuando empezó a decirle cosas de su vida. No recordaba que le dijo. Tan solo recordaba el espantoso dolor de cabeza que le causó. Duró tres días con esa jaqueca. Era tan fuerte que ponerse en pie para ir al baño significaba sentir un terrible mareo seguido de fuertes martillazos en sus sienes. Al cuarto día y después de la consulta con el doctor, le recetaron analgésicos más fuertes que los anteriores.

A pesar de sus dolencias, Lauren esa mañana despertó con esa rara impresión de tener una sensación cálida y nueva en su pecho. No recordaba haber sentido esa emoción antes; era como un ligero cosquilleo, tibio y agradable. Tan agradable que por un momento le hizo olvidar la migraña.

¿A qué se debía ese sentimiento? Había soñado algo encantador que se sintió tan real. Fue un sueño simple, pero que le provocó muchas sensaciones. En ese momento onírico, Lauren estaba en una especie de parque. El día era soleado y hermoso. El cielo era índigo y la sensación de los rayos del sol en su piel era cálida. No tenía dolencias, no le dolía hablar, ni ver la luz. A su lado, había una mujer. La estaba tomando de la mano. Era Camila, no tardó en reconocerla. Camila era como el día: cálida y agradable. Lauren no recordó de qué hablaron, tan solo recordaba los suaves labios de Camila besando su mano. Le dio dos besos y luego la miró. Sonrió y despertó.

Aquel sueño la tomó por sorpresa. Ese día pensó en lo sucedido durante gran parte de la mañana. En la tarde tuvo la visita de Camila. Sabía que siempre llegaba a una hora en específico. Así que, animada por ese sueño, ese día quiso imitar a su versión del sueño. Ya que se percibió a ella misma como una mujer diferente, impecable y viva en ese momento onírico.

Esa mañana abrió las cortinas de su ventana. Solo un poco para que los tímidos rayos del sol iluminaran parcialmente esa habitación de la cual había sido presa los últimos días. Ya con la tenue luz, vislumbró los estantes, las piedras que decoraban el lugar, los libros, los cuadernos, una que otra fotografía. Hubo una fotografía que le llamó la atención. Era una mujer a medio vestir, con una hermosa sonrisa, sus ojos irradiaban seguridad y osadía. Ella estaba en medio de un desierto árido e imponente. Parecía como si ella fuera quien dominara las dunas de arena y fuera inmune al calor. Lauren desconocía que aquella aventurera sin nombre era ella misma meses atrás.

Al acercarse a la imagen, fue cuando notó ese lejano aire de familiaridad con el reflejo que de cuando en cuando veía en los espejos.

Se sintió mal al notar que de aquella bella imagen tan solo quedaba un pellejo huesudo. Su cara entonces era anémica y sus mejillas ya no eran tan redondas como antes. Su cabello se volvió pálido y reseco debido al escaso cuidado. También sintió que necesitaba un corte para darle algo de orden.

Lauren entonces se sintió como una extraña en esa habitación, en esa casa, en esa piel y en la vida de los demás. Era como si ella le hubiera robado la vida a esa hermosa mujer que dominaba los desiertos. Era una desconocida suplantando a esa dama que con el tiempo se volvió tan soluble. Presa de la curiosidad, fue al estante y vio los libros. Abrió uno. Notó que la letra era firme y repintada. Trató de leer, pero no pudo. Confundía las letras y al tratar de darle un significado, era incapaz. Entonces vio los libros que estaban apilonados en los estantes y en el suelo de la habitación. Tenía más de cien libros y quiso saber si ella, en su otra vida, pudo leerlos todos y comprenderlos.

La Levedad de la Memoria | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora