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Pasado

Al día siguiente, Lauren Jauregui se despertó mucho antes que Camila. Fue a la cocina y preparó el desayuno: café, huevos, salchichas, tostadas y fruta picada. Todo lo sirvió en la mesa. Al ver que Camila seguía dormida, fue a darse un baño antes de despertarla. Fue a la ducha y al verse desnuda en el espejo de su baño recordó lo que se había prometido el día anterior en el mismo lugar y pensó que lo estaba haciendo muy bien ya que no pensó en aquella mujer innombrable en lo absoluto.

Sonrió por su pequeño gran logro y se envolvió en esa corta toalla blanca para salir debido a que había olvidado su ropa en la habitación. Cuando estuvo de pie en su cuarto, vi como Camila la mirada atontada desde el borde la cama. Lauren sonrió por la situación ya que no lograba descifrar la cara de su amiga.

—Buenos días, en la mesa está servido el desayuno. No quería despertarte tan pronto. Lo lamento —se disculpó mientras tomaba sus ropas de su armario—. ¿Estás bien?

—Sí, discúlpame. Es solo que necesito café —dijo Camila mientras salía de la habitación en un intento de que su amiga no notará el carmín de sus mejillas. Jamás se le había pasado por su cabeza empezar el día con la imagen de Lauren a medio metro de ella usando una toalla que no alcanzaba a cubrir ni un cuarto de su cuerpo. Esas piernas eran tan largas y sin manchas, ni vello alguno. Apostaría que eran suaves como la seda fina; sus húmedos pies dejaban caer pequeñas gotas marcando un hermoso camino al que Camila creyó que conduciría al paraíso; a ese paraíso ella quería escapar y perderse. Camila pensó que a más descubierta, Lauren era más hermosa.

Antes de salir de la habitación, Camila dejó escapar una mirada traviesa, para encontrarse con la espalda de Lauren, tan blanca, con un tatuaje que iba en vertical. Y esas pequeñas gotas de rocío como si se trataran del pétalo de una flor salvaje. Parecía una perfecta pintura.

—¿Tienes otro tatuaje ahí? —preguntó es un suspiro con la intención de alargar un poco más su tiempo junto a tal ejemplar en toalla.

—¿Qué? ¿Te refieres al de mi espalda? —preguntó Lauren divertida—. "Soy lo que soy."

Entonces Lauren se acercó a Camila quien seguía de pie como una estatua y bajó un poco más la toalla. Lo hizo sin malicia y sin ningún un doble sentido. Ella solo quería que su amiga viera mejor el detalle de la línea de su tatuaje.

—Fue otro impulso, al igual que la abejita de mi mano —decía Lauren—. Me lo hizo un gran artista, es de los mejores de la ciudad. Si te gustan los tatuajes, te puedo llevar con él. Te va a encantar.

—¿Te dolió? —en ese momento estiró su mano para tocar la piel. Así hizo, con sus yemas acarició de inicio a fin la frase que yacía permanentemente en la piel de su amiga.

—Me haces cosquillas —sonrió—. Si me dolió y mucho. Creí que me desmayaría y es muy pequeño el tatuaje. No me quiero imaginar donde hubiera querido hacerme un dragón del tamaño de toda mi espalda. ¿Te imaginas?

—Me encanta —dijo contemplando la escena. Lauren en toalla frente a ella y ella acariciando su espalda desnuda. Le encantaba pensar que lo único que la separaba de la desnudez de su amiga era ese corto y húmedo trozo de tela. Quería arrancárselo de un tirón y darle la vuelta con violencia para finalmente tener una visión clara de todo el cuerpo de Lauren. Solo quería contemplar y admirarla por horas y horas sin fin. Quería perderse en esa silueta y saborear la imagen.

—Gracias. No sabía que te gustaban los tatuajes —dijo Lauren—. Quiero hacerme más, pero quiero tener el diseño apropiado.

—Suena interesante —dijo en un suspiro—. Iré por café.

La Levedad de la Memoria | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora