Mis padres siempre me incentivaron a tener mis propios puntos de vista. Estuvieron presentes para guiarme, mas no para imponerme sus creencias. El concepto de un único dios omnipresente y creador de todo lo existente fue lo que escuché de ellos mientras crecía y en lo que me incliné a aceptar. Sin embargo, los Hijos de Diana veneraban a la diosa de ese nombre y le adjudicaban ser la mano que movía los hilos de sus vidas. Ahora yo era una de ellos y parte de ser miembro de los Cephei implicaba adoptar esa fe.
No lo sentía como algo que quisieran imponerme. En las charlas de orientación que recibí hablaron de Diana, era común escucharla nombrar en una conversación ordinaria, y tenían un templo en su honor. No obstante, como me indicaron, el camino hacia la diosa era diferente para cada quién. Lo indudable era que, sin prisas, más pronto que tarde, me identificaría como su hija.
¿Qué argumento contradictorio podía dar cuando llevaba meses transformándome en un lobo de dimensiones extraordinarias? ¿Cómo no considerar creer si me esforzaba por encajar?
La primera celebración importante a la que asistí en su honor fue dedicada a las mujeres próximas a contraer matrimonio. Ellas se sentaron en las primeras bancas y el resto de las mujeres solteras nos sentamos detrás. Esa noche ningún hombre podía acceder al templo.
La iluminación del lugar provenía de las velas esparcidas sobre sus altas bases de metal. Asimismo, cuando la ceremonia estuvo a poco de iniciar, los rayos plateados de la luna llena se filtraron por la apertura de la cúpula del techo. El aroma que nos rodeaba era de artemisa, cuya nube de su quema le proporcionaba un toque místico superior al ambiente. Dicha planta era también la que predominaba como decoración, llamando a la protección de la diosa.
Se escucharon unas campanadas. Las conversaciones en voz baja se detuvieron y Paula, sentada junto a mí, como las demás, se puso de pie en automático. Yo la imité a ella.
La puerta a un costado del altar se abrió e ingresó al templo una mujer cubierta por una túnica verde con detalles dorados. Se retiró la capucha antes de inclinarse frente a la estatua de la diosa y encender esas velas faltantes. Después, giró para encararnos. Sus cabellos negros caían casi más abajo de sus caderas y su piel era tan blanca que rozaba lo espeluznante.
Ella sería nuestra sacerdotisa hasta ese mes. Provenía de la manada de los Ypres, ubicada en las montañas y regida por las antiguas costumbres, y pronto volvería con ellos. Durante esos años, desde la muerte de la esposa de Arthur y de su nuera, ella suplió ese puesto importante y se encargó de formar a la sucesora: la pareja escogida desde el nacimiento para el futuro alfa.
—Hermanas, esta noche estamos reunidas, en presencia de la diosa, para alzar nuestras plegarias y pedirle a nuestra madre que interceda por las futuras esposas. Y, especialmente por Corinne Terrell, la futura pareja alfa.
Al mencionar su nombre, una segunda mujer salió de la habitación de la sacerdotisa. Su túnica era igual a la otra y también tenía su rostro oculto. Hizo una reverencia hacia la diosa y luego se puso de rodillas en el borde del peldaño que elevaba unos centímetros el altar del suelo. La sacerdotisa puso una vela en sus manos y la encendió. Le retiró la capucha.
Hasta ese instante yo no había visto el rostro de la prometida del futuro alfa. Escuché comentarios sobre su belleza, al igual que de su carácter benevolente. No obstante, creí que exageraban; hasta que vi su lacio cabello rubio, esas facciones angelicales y ojos azules.
—Que velo de Diana esté siempre sobre ti y mantenga tu vientre fértil para que concibas a la futura generación Aldrich.
—Oh, diosa, espero ser digna de su gracia —respondió Corinne.
Corinne se levantó y acercó a las de la primera fila. Encendió con la llama de su vela las que las otras Hijas de Diana tenían preparadas. Prosiguió a hacer los mismo en las demás filas. Cuando estuvo cerca de mí, también alcé la mía.
Me sonrió.
—Eres Vanessa, ¿cierto?
—Sí.
Con ninguna se detuvo a intercambiar palabras; solo conmigo. Me extrañó que supiera mi nombre.
Esperé a que dijera algo más. La intención de hacerlo se reflejó en la separación de sus labios. Sin embargo, en el último momento se retractó y negó ligeramente con la cabeza para sí.
—Que la diosa guíe tus pasos —dijo.
—Espero ser digna.
Encendió la vela y continuó su tarea con Paula. Mis manos picaron. La flama danzando tuvo un efecto hipnotizante.
ESTÁS LEYENDO
La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]
WerewolfVanessa regresó para salvarlo, sin imaginar que quedaría atrapada en medio de una lucha de poder, envuelta en más mentiras y rodeada de traidores. *** El pasado siempre regresa y Vanessa lo tuvo claro el día que decidió huir. Fue consciente de que n...