Capítulo 8 | En la cueva del vampiro

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«Vanessa

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«Vanessa...».

Esa vocecita molesta fue lo primero que percibí al ir recobrando la consciencia. Había un ligero zumbido en mis oídos, mi cabeza aún palpitaba por el golpe y una sensación de disgusto estaba presente en la boca de mi estómago.

«Vamos... Despierta».

Al moverme se me escapó un quejido que me mezcló con el ruido producido por los resortes del colchón. Mi mejilla había estado contra la superficie. El olor a humedad, sangre, suciedad y miel me embargó. Al abrir los ojos, me topé con una negrura interrumpida por algunos puntitos de luz escabulléndose. Todavía la bolsa de tela me cubría la cara.

«No te comuniques tanto por el vínculo porque será sospechoso si no nos escuchan hablar», instruí.

Me senté, con un suave mareo apareciendo. Expuse mi cabeza al exterior, logrando respirar mejor.

—Por fin —exhaló Alan.

Estaba sobre su cama individual con la espalda adherida a la pared. Su vestimenta cambió a una con camisa blanca de botones y pantalón negro de vestir. Era una imagen contrastante con la recamara en ruinas en la que nos encontrábamos. Por lo menos Thomas había tenido la amabilidad de dejarnos juntos.

—Hola —saludé masajeándome el cuello y estirándome.

La reducida habitación poseía el espacio suficiente para albergar el par de camas, un armario viejo y un escritorio que debía estar por desmoronarse. La lámpara del techo no tenía bombillo; la escasa iluminación provenía de agujeros entre los tablones que cubrían la ventana. La pintura salmón de las paredes contaba con grandes trozos descascarados. Había una puerta en buen estado que tenía que llevar al corredor y un marco vacío con una cortina que debía servir para entrar al baño. En el piso, cubierto por una alfombra y polvo, había una considerable mancha de sangre seca.

—Lindo vestido —comentó con la mirada fija en sus manos sobre el regazo. Podía apostar que moría por sonarse los dedos—. El amarillo luce bien con tus ojos.

Me detallé y noté el vestido que apenas llegaba a medio muslo. Era de un irritante tono fosforescente que de solo verlo aumentaba mi dolor de cabeza. Detestaba ese color. Además, era un poco holgado y lo único que impedía que cayera eran dos delgadas tiras. Thomas tuvo que haberlo elegido.

Salí de la cama para acomodarme en la suya.

—Me sorprende que no nos hayan esposado o algo por el estilo —añadió desviando la atención hacia mí debido al cambio de posición.

—Son así. De hecho, te puedo asegurar que afuera no hay nadie vigilándonos. Tal vez solo uno para pasar el rato. Ellos prefieren divertirse cazando a un fugitivo en el bosque, que gastar energía custodiándolo —contesté—. Ahora, acércate.

Obedeció sin intuir el porqué de mi petición. Se sentó a mi lado en el borde de la cama.

—Mis sentidos no están del todo bien y me siento un poco mareado.

La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora