Antes | Exilio

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Sentía que vagaba a la deriva

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Sentía que vagaba a la deriva. Había perdido el motivo de mi fuerza y no sabía cómo salir de ese estado de desinterés hacia la vida. Existía un hoyo palpable en mi interior que me desconectó de la chispa motora llamada felicidad. Comer, o no. Sacar una buena calificación, o no. Lloviera, o no. Nada me importaba.

Comencé a pensar que si desaparecía nadie lo notaría, solamente yo, acabando al fin con aquella asfixiante tristeza de un corazón roto, de un alma despedazada. Deambulaba como un zombi, bloqueando cualquier estímulo externo, siguiendo en automático mi rutina diaria. Bajo miradas de lástima y cuchicheos a mis espaldas, fingía prestar atención a las clases y a las palabras que abandonaban la boca de Paula. Ni siquiera mi mejor amiga fue capaz de reponerme y dejé de cumplir mi papel al no tener energía para consolarla cuando Josh anunció que se casaría con Nadia, su novia.

De encontrarme rodeada por los colores brillantes con los que el amor pintaba la realidad, mi entorno se fue tornando gris. Los únicos momentos en los que reaccionaba, hundiéndome más en la desconsolación, eran viendo a Drake y Corinne demostrando libremente su relación. Caminaban como yo nunca pude hacerlo con él, recibían cumplidos y buenos deseos para un futuro juntos y reflejaban lo mucho que se querían sin medidas.

El castaño dejó de estar presente en los entrenamientos a los que yo asistía y las contadas ocasiones en las que cruzábamos caminos, no posaba sus ojos ni un segundo en mí. Hacía como si yo fuera invisible y fue lo mejor, aunque empecé a tomarlo en serio.

Me quedaba en mi recamara todo el tiempo posible. Si la compañía de Paula se volvía demasiado, buscaba cualquier otro sitio en el cual esconderme, donde pudiera estar sola con mi sufrimiento.

No quise apagarme como lo hice. Lo menos que deseé fue darle el gusto a esos dos de verme destruida. Sin embargo, por más que una vela luche por conservar su llama, si el viento sopla con la suficiente fuerza la termina extinguiendo; y sin que alguien vuelva a encenderla permanece así.

Los breves instantes en los que volvía a sentirme yo era en las peleas. El dolor físico disminuía el emocional y enfrentarme contra los que me aborrecían fue un tipo de venganza. Podía lastimarlos sin represarías mientras cosechaba mi reputación como despiadada. Era mejor que me temieran a intentar agradarles.

—Ya basta. Me rindo —lloriqueó por segunda vez una pura a la que acababa de romperle una pierna.

—¡Ya suéltala! —ordenó el instructor.

Iba a ignorarlo también, mas al oír que se acercaba para apartarme de mi compañera, decidí obedecer. Me hice a un lado, acomodándome el hombro dislocado yo misma, tragándome a mi amiga la agonía.

—Está fuera de control.

—Pobrecita Ana.

—Estaba dispuesta a matarla. Se le veía en los ojos.

Los distintos comentarios se esparcieron entre los espectadores. Eran puros e impuros de la clase avanzada a la que pertenecía. A cada uno le había roto por lo menos un hueso desde mi cambio.

La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora