Antes | Complicidad

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Peor que tener los ojos vendados, era tenerlos con las manos de Drake en mis hombros

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Peor que tener los ojos vendados, era tenerlos con las manos de Drake en mis hombros.

—Justo aquí —indicó. Su toque abandonó mi piel.

En mi forma humana, mis sentidos también eran mejores que los de un ser humano común, no tanto como siendo cuadrúpeda, pero sí había ocurrido un cambio. En ese estado el recibimiento de información no resultaba tan abrumador. Esas semanas en las que Drake se preocupó por enseñarme en serio, me volvieron más capaz.

No podía escuchar el pulso de los miembros de la manada a nuestro alrededor, ni el crujir de sus huesos, o el sonido de una oruga deslizándose por un tronco. A mis oídos llegaban las ramas rompiéndose bajo su peso, las hojas siendo sacudidas por la ligera brisa, el revolotear de pájaros, entre otras ondas que se mezclaban en una especie de melodía que aprendía a descomponer; y, si me concentraba lo suficiente, incluso detallaba las exhalaciones. Algo similar sucedía con los aromas; olía la humedad, la fragancia de las flores, la transpiración.

—Bien, escuchen con atención —empezó Arthur—, esto va para todos, excepto Vanessa. Este pañuelo que sostengo es de una de mis nietas menores, de las trillizas. Ellas están en este bosque escondidas y harán lo posible para que no las atrapen. Su tarea es encontrar a la nieta correcta y traerla de regreso a casa.

Yo no participaría porque no me encontraba lista para ello. Ellos tenían más tiempo en ese lugar, por lo que yo necesitaba de las clases privadas con Drake para alcanzar su ritmo. Con él dispuesto a ayudarme, estaba segura de que pronto lo lograría.

—¿Por qué siguen ahí parados? —preguntó el alfa luego de unos segundos—. Muévanse. Ver a Vanessa con esas caras no los hará encontrar a mi nieta.

Iniciaron los pasos apresurados. Algunos chocaron entre ellos y pronto se fueron haciendo menos audibles. Yo ya quería deshacerme de la tela que cubría mis ojos.

—Hazme un favor, Drake. No seas tan duro con la chica.

—Si coopera no lo seré —replicó el castaño. Colocó una mano en la cima de mi cabeza, a pesar de ser unos centímetros más bajo que yo—. Te portarás bien, lobita inútil, ¿cierto?

—Siempre lo hago —gruñí—. Tú eres quien no tiene paciencia.

Ya no me quedaba callada ante sus quejas. Después de nuestra caminata nocturna de regreso a las instalaciones, la situación había cambiado.

El mayor soltó lo que se oyó como un suspiro.

—Por lo menos ya noto una diferencia. En dos horas los quiero de vuelta.

Con esas palabras se marchó a vigilar el desempeño de los demás.

Me tensé al sentir a Drake moverse. Su respiración impactó contra mi rostro y supe que se hallaba frente a mí. Muy cerca. Los sonidos externos se vieron opacados por los latidos escandalosos de mi corazón. Las manos comenzaron a sudarme, signo del nerviosismo que surgía.

—Arthur... —murmuré.

—Ya estamos fuera de su alcance.

Sus dedos fueron al borde de la venda para retirarla. Quedé congelada viendo en el interior de sus irises verdes. Quitó los mechones desordenados y acarició con su pulgar mi mejilla. No sonría, sino que permanecía serio.

—El entrenamiento... —me obligué a decir.

Quise apartarme y a la vez no. Solo tocó un par de centímetros y me costaba respirar. Me asustaba que todo estuviese yendo demasiado rápido. Nos veíamos casi a diario a escondidas, donde el tiempo se nos iba hablando y divirtiéndonos. Nunca me había sentido tan a gusto con alguien, con ninguno de mis ex. Podía ser yo misma.

Cuanto más lo conocía, más lo deseaba; sin embargo, si no éramos cuidadosos las cosas podían salirse de control. La cruda verdad era que yo era una impura y él un futuro alfa destinado a casarse con alguien más. Ni siquiera debíamos ser amigos.

—Todavía hay bastante tiempo para que encuentres las ardillas muertas que oculté.

—No creo que debamos distraernos.

—Cierra los ojos —pidió.

Apreté los labios para negarme, pero terminé obedeciendo. Se estaba convirtiendo en peligroso para mí.

—¿Qué percibes? —susurró removiendo cualquier tipo de contacto.

—Hay... hay un pichón en uno de los árboles. Está...

—No, Vanessa. Aquí. Entre nosotros.

Olía a almendras y de su boca se desprendía el fantasma de la pasta de dientes. También percibí el champú y el jabón, que se ahogaban entre la transpiración. Detecté el cambio de peso a su pierna izquierda, el chasquido de sus dedos, y el ruido procedente de sus labios.

Al sujetar mi mano, resaltó el callo en el inicio de su índice, ese trozo de piel más duro que el resto. Hizo que le tocara el pecho, ligeramente hacia la izquierda. Estiró mi mano en toda su extensión. La zona lisa palpitaba como lo hacía una bocina. Fue como tener su corazón en mi poder.

—¿Sientes eso?

—Drake, esto no está bien.

Abrí los ojos e intenté recuperar mi extremidad, pero lo impidió.

Tenía miedo. Estaba aterrada de encariñarme más de la cuenta de él y acabar con el corazón roto. Para los puros era normal seducir a una impura, a la cual después desecharían para continuar con sus vidas de privilegios. Quizás se trataba de una ilusión y yo era la única experimentando esos sentimientos. Si la bomba explotaba, yo sería la perjudicada, no él.

—Sea lo que sea que vayas a decir, no lo hagas basándote en la opinión de los demás —dijo manteniendo la vista fija. La intensidad me hizo estremecer—. Tampoco tengas en mente esa ridiculez de los grupos sociales y mucho menos esos prejuicios absurdos. A mí no me importan, solo tú lo haces.

Las lágrimas se acumularon. Intenté tragármelas. No era el momento para llorar. El problema era que yo no estaba segura si contaba con las fuerzas para enfrentarme a la manada.

—Oye, tampoco te pongas así. —Su mirada se suavizó. Me soltó con el fin de poder envolverme con sus brazos. No lo abracé. Apoyé el mentón de su hombro—. Si no sientes lo mismo que yo, está bien. Si no es suficiente, lo entiendo. Pero si tengo razón, y tú tampoco aguantas las asfixiantes ganas de estar conmigo, no vayas a renunciar por miedo.

—No sé qué hacer —exhalé temblorosa—. Es una locura, pero creo que... creo que me estoy enamorando de ti.

Me tomó de los hombros y separó un poco para vernos cara a cara. Apareció una sonrisa sutil en él, una que irradiaba calidez.

—Yo ya estoy enamorado de ti.

Se acercó. Milímetro a milímetro fue borrando cada inseguridad, cada duda y temor. Y cuando me besó, ya no hubo espacio para nada ni nadie. El universo se redujo a nosotros.

 El universo se redujo a nosotros

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La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora