Antes | Mordida

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A veces los humanos olvidamos lo frágil que es nuestra vida. Y no tanto por el hecho de morir, sino por cómo las decisiones que tomamos, por más insignificantes que parezcan, tienen el poder de cambiar nuestro destino para siempre.

Ir a esa fiesta para comprobar que mi novio me engañaba fue un error tonto. En el fondo ya yo lo había, así que, ¿por qué arriesgarme a esas horas de la noche y exponerme a esa humillación? Mi corazón adolescente se rompió al hallarlo besándose con Rebecca Giggins, la chica que vestía extraño y se rumoreaba pertenecía a un culto que veneraba a la luna. Y, ¿qué beneficio tuve con eso?

Hui, ignoré a mi mejor amiga, y acabé corriendo a altas horas de la noche por las solitarias calles del pueblo en el que nací. No quise consuelos de nadie, solo escapar de esa escena y encerrarme en mi habitación para lamentarme por lo que nunca sería. El idiota jamás fue lo que buscaba, pero me agradó la ilusión de lo que representaba y por eso correspondí a sus frases baratas.

Mi hermana Hannah me lo advirtió y media escuela sabía que frecuentaba a Rebecca. Sin embargo, tuve miedo de aceptar la verdad. Una vez más me equivoqué escogiendo al chico y me tocaría de nuevo atravesar por el proceso del despecho. Sí, ya era consciente de que las heridas sanaban y la vida continuaba, pero en un pueblo como ese las habladurías quedaban.

Ansiosa por llegar a mi hogar, cometí otro error esa noche al optar por acortar camino atravesando el parque. Por solo ahorrarme cinco minutos de viaje, me adentré en ese lugar de abundante vegetación y escasa iluminación. Siendo casi la medianoche, estaba desierto.

En cierto punto de mi andar, mi lado cuerdo entró en razón y notó la arriesgada decisión que tomé. No obstante, sin poder ya retractarme, me tranquilicé repitiendo en mi mente que vivía en una localidad segura. La población era reducida, por lo que la mayoría nos conocíamos entre nosotros.

Continué desplazándome por el sendero de concreto. Me limpié las lágrimas escurridizas que descendieron por mis mejillas. Todavía no podía romperme. Debía esperar estar en casa.

Percibí el calor en el ambiente. En la tarde llovió, por lo que la humedad me hizo transpirar. El canto de los grillos y la imagen de los mosquitos revoloteando bajo la luz de los pocos faroles que funcionaban, hizo que me sintiera menos sola. Incluso noté a un gato durmiendo en una de las bancas.

El camino se amplió en el área de la fuente, en la que yacía una estatua del fundador del pueblo. Las personas solían lanzar monedas al agua y pedir deseos. El dinero no era robado porque se creía que una maldición caería en el ladrón y tendría una trágica muerte. Fuera mito o verdad, nadie estaba dispuesto a comprobarlo.

Disminuí la velocidad de mis pasos. No escuchaba a nadie persiguiéndome. Mi amiga no lo había hecho.

De forma inesperada, un sollozo me atacó. Temblé y lo siguieron varios más. Necesité sentarme en el borde de la fuente y en segundos me encontré llorando. Sin restricciones, permití que mis emociones fluyeran.

No amaba a Sam. Lo que en mi mente era el amor no se asemejó a lo que sentí por él. Estábamos en la etapa de experimentar y conocernos mejor, donde, con el tiempo, cabía la posibilidad de que naciera algo más profundo. Pero, claro, el pedazo de mierda lo arruinó y se burló de mí.

Me encontré tan sumergida en mi llanto que no capté el momento en el que la noche quedó silenciosa. Como me cubrí el rostro con las manos, tampoco noté la luna ocultándose tras una nube, cubriendo con más sombras mi alrededor. Me sobresaltó fue el chillido del gato que se levantó repentinamente y corrió lejos. Luego, un aullido me erizó la piel.

Un par de ojos brillantes se asomaron entre los arbustos.

Asustada, me levanté de golpe. Y, sin ganas de averiguar de qué se trataba, comencé a correr. Sabía que era ridículo, que podía ser cualquier animal, como un conejo, por ejemplo, pero un miedo injustificado me influenció.

Fue parte del pánico que me invadió o no, hubiera jurado que los arbustos se movían. De lo que no estaba segura era si se trataba de la brisa, o de algo más. A penas podía respirar. Mi corazón bombeaba frenéticamente para que mis músculos respondieran a mis exigencias. Ya podía ver el final del parque.

Fui embestida. Un cuerpo pesado me golpeó con fuerza y me hizo caer hacia un costado. El dolor estalló en mi cadera, hombro y cabeza. A través de la vista borrosa todavía podía observar el inicio de la acera y el sitio donde hubiera estado segura.

Lo próximo que sentí fue la mordida en mi brazo. El estallido de dolor me hizo gritar. Sin embargo, mi atacante adhirió mi rostro al suelo para sofocar mi llanto. Percibí el cosquilleo de cabellos en aquella mano extraña.

Cuando hundió los dientes en mi cuello y succionó, supe que era el fin. 

Una de las canciones que me recuerdan a Drake y Vanessa 

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Una de las canciones que me recuerdan a Drake y Vanessa 

La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora