Hace mucho

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En un lugar perdido del bosque, un lobezno se detuvo al pie de un árbol. Todavía sollozando, se acurrucó entre las raíces y buscó consuelo ocultando el rostro con su cola. Estaba mojado, temblaba debido al frío y no parecía haber nadie cerca. Todo indicaba que se había separado de su manada; tanto que yacía a unos cuantos metros de tierras sin dueño.

Decidí no intervenir de inmediato. No me encontraba en mi mejor momento y enfrentarme a un grupo de Hijos de Diana no me apetecía. Lo observé por un rato más desde la rama a la que me aferraba.

Cuando la luna terminó su recorrido por el horizonte, el pequeño perdió el agarre de su forma salvaje y regresó a lucir como un niño de hombre. Como los de su clase, y a diferencia de los Malditos de Aithan, su alma estaba vinculada con el astro dueño de la noche.

Al quedar desnudo, su fuerza y probabilidades de sobrevivir decayeron. Había nieve y sus cualidades sobrenaturales en pleno desarrollo no serían capaces de salvarlo de una hipotermia.

—Ven —dije.

Él levantó la cabeza, no obstante, al creer que se había tratado de un susurro del viento, se acostó de nuevo. Ya estaba resignado a morir.

Emprendí vuelo.

—Ven —repetí, solo que esta vez dando vueltas cerca de él.

El niño me miró. No lució sorprendido por tener a un búho hablándole, pero sí interesado.

—Ven.

Me aproveché de contar con su atención para guiarlo hacia el claro. Me posé sobre una piedra que sobresalía entre la capa blanca y esperé. La cría se había sentado para no perderme de vista, mas no caminó hacia mí. No era tan ingenuo. Sabía que estaba en el límite de su territorio y que fuera de él sería más vulnerable. Sus instintos se lo decían. Sin embargo, yo no desaprovecharía esa gran oportunidad.

Extendí mis alas y solté un silbido que no era característico del ave que encarné. Ante sus ojos, la nieve cerca de mí se derritió y transformó en el césped más verde; salieron flores y creció un arbusto de arándanos azules. La calidez se extendió hacia él, apenas tocándolo, llamándolo a adentrarse en ella.

Aquello produjo una reacción. El niño se puso de pie con la ayuda del tronco. El hambre y la necesidad de calor tuvieron más poder. La supervivencia le ganaba a la razón.

Avanzó con un tambaleo. Su cuerpo estaba sucio y con sangre seca. Noté unas heridas que despertó más mi curiosidad sobre qué le sucedió.

Le di refugio en mi burbuja, la cual era una grieta en el espacio-tiempo. Era el mismo lugar, pero en otra época del año, guardada en mi memoria. Para lograr preservarla por mayor tiempo, recuperé mi cáscara humana.

—Eres como yo —habló el pequeño.

Se desplazó un par de pasos encima del césped antes de derrumbarse sobre su trasero.

—Algo así —repliqué indispuesto a darle explicaciones. Yo era un brujo, descendiente directo de la mismísima Priska; no un hombre lobo.

Abandoné mi roca. Tomé un puñado de arándanos y me agaché frente a él para extender mi palma abierta. Se las ofrecí.

—¿Quieres?

Asintió, ya aproximando sus manos para agarrarlas.

Las saqué de su alcance.

—Espera un momento. Mira lo que puedo hacer.

Cubrí los frutos con mi otra mano. Mientras murmuraba una corta frase en lengua muerta, vi el miedo en él volver al presenciar el brillo que adquirieron mis ojos, pero aquel sentimiento desapareció cuando revelé el resultado. Lo que había en mis manos ya no eran simples arándanos, sino un pastel hecho con ellos.

—Ahora es mejor, ¿no es cierto?

—Sí, señor. Es increíble.

—Si la quieres vas a tener que hacer un trato conmigo.

—¿Como una promesa?

Sonreí. El chico era listo.

—Exacto, es como una promesa. Jura que nunca te olvidarás de este día. Recordarás que me debes la vida, pequeño, y si pido tu ayuda, tendrás que dármela como pago.

Tomó el pastel de mis manos.

—Está bien, lo prometo. Es lo justo. —Le dio un mordisco—. Papá siempre nos cuenta de cómo le salvó la vida a mi tío y por eso se convirtió en nuestro protector cuando él ya no pudo cuidarnos. Y mamá dice que hay que ser agradecidos.

—Muy bien, has sido un buen niño. Disfruta de tu postre y luego te llevaré a tu hogar.

Desaté el nudo de mi capa para quitármela y ponerla sobre sus hombros para brindarle aún más calor. No importaba cuánto tiempo transcurriera, estuve seguro de que mi obra de caridad sería retribuida con creces.

 No importaba cuánto tiempo transcurriera, estuve seguro de que mi obra de caridad sería retribuida con creces

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La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora