Capítulo 3 | Encuentro

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Pertenecer a los Cephei eran palabras de peso

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Pertenecer a los Cephei eran palabras de peso. Ya de por sí ser entrenado por ellos era significativo. Eran los pastores; los encargados de formar a los impuros y a aquellos puros, incluso de manadas de otras regiones, que lo desearan. Por ende, veía a Alan en el fondo del restaurante y me preguntaba si Josh le ofreció ser parte de la manada a la cual por derecho debía pertenecer.

Josh y Paula se quedaron en recepción. Bryan terminaba de preparar nuestra ida. Y Alan estaba comiendo con Ian en el restaurante para vigilarme. Se suponía que no debía hacer demasiado contacto visual con ellos, pero no podía dejar de sentirme intrigada. ¿Qué era lo que la diosa tenía deparado para él? Nació rechazando los genes de su padre, ¿mas sí pudo ser convertido?

El mesero me trajo el café que pedí. Revisé la hora. Wyatt llevaba quince minutos de retraso.

El restaurante estaba como a mi empleador le gustaba, con poca gente y sin mucho ruido. Nuestras reuniones obedecían siempre las mismas condiciones: yo en una mesa dándole la espalda a la entrada del lugar y con una silla vacía detrás que mí que él pudiera ocupar. Yo jamás le había visto el rostro, sin embargo, debido a su estilo de vida no era raro que ocultara su identidad. Yo poseía mis propios secretos.

Acerqué la taza humeante a mis labios y aproveché de ojear de nuevo hacia Alan e Ian. Ya estaban comiendo. En esa ocasión el rubio notó que lo observaba. Desvié la mirada hacia el menú frente a mí. ¿Cómo pudo Rinc entrenarlo también? ¿Esa información era cierta?

—¿Algo en el menú que me recomiendes?

Wyatt había llegado.

Me acomodé en mi silla y le respondí con naturalidad.

—No lo sé. Todavía no pruebo nada.

—Pero decidiste pasar la noche aquí, ¿o no? ¿No comiste nada?

Ya me había preparado para esa interrogante. Supuse que alguien del hotel podía darle esa información.

—Te dije que ya no estoy cómoda en esta ciudad, ni siquiera en mi apartamento. Y lo que comí con el cliente fue suficiente.

—Está bien. Hoy lo revolveremos —dijo—. ¿El paquete lo...?

Una tos que no fui capaz de contener se hizo paso por mi garganta. Intenté controlarla tomando agua, pero no funcionó. Esa picazón se convirtió en un ardor que descendió hasta mi estómago. Luego se transformó en dolor y mis tripas se retorcieron. Había un hormigueo en mis extremidades y mi pulso se aceleraba.

Reconocí los síntomas. Era envenenamiento por alguna de las plantas más venenosas que podían hacernos daño. Alguien quería matarme. Tenía que vomitar.

Me puse de pie. Tenía que usar el espaldar de mi silla. No sabía quién era el responsable. Podían ser los Cephei, el gobierno, o cualquiera que quisiera castigarme por haberme desviado de sus intereses.

La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora