Antes | El solitario de la colina

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Avanzaba detrás de Arthur por el bosque

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Avanzaba detrás de Arthur por el bosque. Esa mañana había llenado mi mochila más grande con lo indispensable y era lo único que llevaba conmigo y que utilizaría lo que durara el entrenamiento especial. Aunque Arthur empleó esas palabras, yo lo sentía como un exilio voluntario. Estaría alejada de la manada, justo en la frontera entre los Cephei y los Arcturus.

Apenas pude despedirme de Paula. El día siguiente de la conversación con el alfa, emprendí mi viaje. A pesar de la tristeza de mi amiga al enterarse de que me iría, sabía que a la larga sería fácil sobrellevarlo porque hacía mucho nos habíamos distanciado. O bueno, yo me había aparatado, perdiéndome en el abismo de mi corazón marchito.

La propuesta de Arthur arribó en un buen momento. Necesitaba un motivo para continuar viviendo y no solo respirar por el simple hecho de existir. Tenía que enfocarme en otras metas, en algo que me hiciera sentir útil. Y eso significaba Rinc, el sujeto que me haría una mejor arma para la manada; más fuerte y astuta.

—Recuerda no mirarlo a los ojos hasta que él te lo pida —dijo Arthur mientras atravesaba una hilera de arbustos para así salir al claro de la colina.

Asentí.

En la cima del montículo había una pequeña cabaña de madera clara, como de la mitad del tamaño de la que compartí con Drake. Pude detallar una única ventana cerca del techo recto, debiendo servir como fuente de luz. El pasto a su alrededor estaba perfectamente cortado, sin señales de malas hierbas. Algunas flores de colores se esparcían en su lugar, permitiendo el revoloteo de las mariposas y abejas.

Obstruyendo la entrada de la construcción, yacía un señor sentado sobre la grama. Estaba descalzo, con las piernas cruzadas y las manos descansando en sus rodillas. Su cuerpo era cubierto por una larga túnica negra, ajustada a su silueta por un cinturón del mismo material. Contaba con una barda frondosa, pero lisa, al igual que su cabello que le alcanzaba los hombros. Sus ojos se encontraban cerrados, como si estuviera durmiendo o meditando.

Acostado a su lado, había un perro. Era color chocolate y de raza mediana.

Nos detuvimos a unos escasos metros de distancia y, aun así, no se movió.

—Rinc, primo —saludó Arthur.

—No me dijiste que sería una impura.

En vez de hacerme sentir inferior por su comentario, me molesté. Se suponía que era un maestro preparado, que incluso instantes antes había estado en una posición como si estuviera buscando el equilibrio interior. ¿Por qué aferrarse a esos pensamientos excluyentes?

Quise replicar y no de una manera amable, no obstante, Arthur notó mis intensiones y habló para quitarme la oportunidad.

—No me pareció un detalle importante.

Rinc abrió los ojos y se puso de pie sin esfuerzo alguno. Tenía una estatura superior a la del promedio. Caminó hacia nosotros como si estuviera flotando en el aire. Su perro alzó la cabeza para prestarnos mayor atención.

Dirigí la vista a mis zapatos, obedeciendo el lineamiento de Arthur de no mirar a su primo directamente a los ojos. Apreté las correas de mi mochila cuando supe que estaba frente a nosotros, sin dudas perforándome con sus ojos.

—Mírame, muchacha —pidió.

Y solo así lo hice. La tonalidad de sus iris era de un dorado ahumado, con quietud perturbadora. Se sintió como si estuviera viendo a través de mí. Por alguna razón desconocida para mí, su intensidad me dio ganas de llorar. Se me humedecieron los ojos.

—No está lista. Tiene el alma rota —dijo rompiendo el contacto.

—Me lo debes, Rinc. Recuérdalo

Por primera vez concluí que había sido mala idea aceptar. Me inquietó que me afectara de tal forma ese sencillo gesto y no podía imaginar qué otros efectos generaría al pasar más tiempo con él. Me asustaba el hecho de que pudiera leer la historia de mi vida como si estuviese escrita en mi rostro. Me apenaba que conociera mis decisiones erróneas. ¿Cómo aceptar vivir con un desconocido que terminaría sabiendo cada detalle sobre mí?

—Hasta la chica se está arrepintiendo. Perdiste el tiempo al venir aquí, Arthur.

Ya le había hecho perder a Arthur muchas cosas como para despreciar su ayuda. Para él, exiliarme con Rinc iba a ser mi salvación y debía creerlo por algo. Lo había defraudado lo suficiente como para continuar haciéndolo. Por eso, respiré hondo y me enderecé.

—Estoy asustada. Sí. Pero sacaré fuerzas del miedo para demostrar que te equivocas y que sí estoy preparada y merezco estar aquí —dije—. Arthur cree en mí y no será en vano.

 Arthur cree en mí y no será en vano

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La Desertora | Trilogía Inmortal I [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora