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Ya tenía mi rutina: me levantaba temprano, me aseaba y arreglaba, conducía mi auto hasta el aparcamiento y una vez estacionado y recibido el ticket me dirigía a la cafetería. Una vez allí abría la puerta, recibiéndome el típico sonido de la campanilla y el embriagante aroma. Luego, caminaba hacia el mostrador, pedía mi café negro y me sentaba en el mesón a disfrutarlo. Sí, de lunes a viernes era siempre lo mismo, pero cierto inicio de semana algo estaba fuera de lugar, y es que había olvidado completamente el famoso "sistema de turnos".

Si bien había aceptado beber un café diferente —y con una clara invitación de mi parte—, lo cierto era que no se había concretado, y es que desde aquella vez no volví a verlo en días. Debido a la gran popularidad de la cafetería, habían contratado más personal y eso incluyó variar el horario de los empleados.

—Buenos días. Un café negro por favor. Para llevar.

Así fue el pedido aquella semana. Aun así, seguía sentada en el mesón de siempre pues, ya sea esperando o disfrutando de mi café, aquel lugar tenía algo especial. Mientras esperaba comencé a escribir en una servilleta.

"Ante la ausencia, los aromas evocan presencia, aun así, al café, el frío no deja..."

—¡Violeta! ¡Café negro! —El aviso de mi pedido.

Me levanté de mi asiento y recibí mi café. Me retiré a trabajar con mi vaso en la mano y con lo que había escrito en el bolsillo. 

Ese día iba a ser tan rutinario como siempre, pero, jamás pensé que volvería más tarde a la cafetería, y menos recibir un comentario que iniciaría más conversaciones.

—¿Deseas probar un café nuevo? 

Mi amargo y dulce baristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora