~ 𝐄𝐩í𝐥𝐨𝐠𝐨 ~

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7 años y 9 meses después.

Siempre se ha dicho que el tiempo cura las heridas, pero en realidad lo que nos cura es lo que hacemos en el tiempo. 

No diré que fue fácil, porque no lo fue; el saber que nunca más volvería a ver a Andrés, que el inicio de nuestra historia haya acabado tan abruptamente, dejó mi corazón destruido, lleno de remordimientos por esa reunión que no se pudo concretar. Seguía sintiendo que era mi culpa. 

Continué con mi trabajo, pero, no volví inmediatamente a la cafetería. Lloré muchas veces al recordar todo lo sucedido, así que no podía presentarme allí sabiendo que él jamás volvería a preparar un café..., mi café. Eso sí, seguí relacionándome con Francisco y Tomás, el compartir con ellos me reforzó la idea de que Andrés existió, y que siempre sería parte de mí. 

Pasaron unos años y poco a poco mi corazón encontró calma. Empecé a mirar hacia delante, y a dejar que el contacto de cierta persona hiciera realidad las palabras que alguna vez pronuncié para él. Decidí continuar; que mi vida avanzara.

—¿Papá?

—Dime.

—¿Vinimos a dejarle flores al abuelito?

—No. Esta vez es a otra persona, a un gran amigo de mamá y papá.

—Ahhh... ¿Mamá? ¿Era tu amigo?

—Sí. Aunque fue más de tu papá en realidad.

—¿Es así? Y ¿cómo se llama...? ¡Ah! Ahí dice, se llamaba...

—Andrés —mencioné.

—Oh, es igual que el mío.

—Así es.

—Hijo, ten —le entregué un recipiente—, ¿me podrías traer agua para las flores que compré?

—Claro. Voy y vuelvo.

—Hace tiempo no veníamos. Próximamente se cumplirán ocho años.

—Sí. Pero, está todo limpio. Es probable que su familia haya vuelto —esbocé una sonrisa.

—Sí, puede ser.

Adornamos un poco y arreglamos el resto de las flores.

—Listo.

—Sé ve bien.

—Por cierto, ¿tienes todo listo para la nueva sucursal?

—Sí, mañana es el último día de entrevistas. De hecho, mira, el diseñador gráfico me envió cómo se verá la carta.

—Sí, está bonita —tenía la silueta de un barista en ella—. A él le hubiese encantado.

—Lo sé.

—Papá, mamá, ¿ya nos vamos? Estoy cansado~.

—Ven aquí —lo sostuvo en brazos—. Sí, ahora nos vamos.

—Eso sí, una última cosa.

Me volteé y como era ya una costumbre, dejé un ramillete de flores blancas a un costado de su fotografía, aquella que acompañaba a su vez el último verso que escribí para él.


"La vida me abrió las puertas a conocerte, y aún hoy siempre serás parte de mi presente, porque aunque no estés a la vista, y el tiempo insista, jamás podré olvidar a mi amargo y dulce barista".

Mi amargo y dulce baristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora