~ ☕ ~ XXIII

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El clima estaba por cambiar, hacía cada vez menos frío y al darme cuenta de las fechas me percaté que próximamente se cumpliría un año desde que conocí la cafetería, un año donde cambió mi vida para siempre. 

Estaba temerosa, pero a la vez inquieta, y es que había tenido que ir a la cafetería obligadamente. Ese día se llevaría a cabo un desayuno en la oficina, y como los demás me habían visto y sabían que asistía allí, decidieron que yo fuera quien iría por café. 

Al entrar, la campanilla de la puerta delató mi presencia, lo cual aumentó mi ansiedad. Esa mañana había muchos clientes, por lo que tuve que hacer fila, una que hace mucho no hacía. Mi turno llegó y mientras miraba en la carta qué ordenar noté un intenso olor a café que provenía detrás del mostrador. Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza, pues conocía el dueño de ese aroma, hasta que por fin nuestros ojos se encontraron.

—Hola. ¿Cómo has estado?

—Bien, ¿y tú? Veo que hay nuevos cafés en la carta —desvié la mirada de su rostro.

—Así es.

Hacía mucho que no hablábamos, desde esa tarde ni siquiera una llamada o un mensaje nos hicimos, es más, había borrado su número. 

Luego de ordenar me acerqué al mesón y esperé ahí como era costumbre. Para distraerme comencé a usar mi teléfono, y es que no quería mirar más allá de lo que me había permitido. Si no fuera por...

—Por cierto, aún tengo la ropa de ese día, ¡de hecho las tengo ahora conmigo! Si gustas puedo...

—No te preocupes, te la regalo.

—No pero...

—Estaba nueva. Si te sirve, y te gusta obviamente, puedes quedártela. No la necesito.

Hace mucho tiempo que habíamos suprimido el silencio característico entre nosotros, pero esa vez era yo quien lo creaba. No deseaba hablarle.

—Violeta, ¿a qué hora sales del trabajo?

No respondí.

—Necesito hablar contigo. ¿Podemos?

Mi amargo y dulce baristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora