~ ☕ ~ XXI

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Protegidos de la lluvia y el café preparado, solo faltaba disfrutar de él si no fuera por un pequeño detalle: estar frente a Andrés a unos centímetros de distancia. 

Él había aceptado ir a mi departamento. Evidentemente me sorprendió, pero me alegró que me acompañara. Al entrar, rápidamente busqué unas toallas para secarnos, y es que también me había empapado con la lluvia.

—Prepararé café.

—Tranquila, yo lo hago —observó mi cocina mientras secaba su cabello.

—No. Sécate en calma que lo preparo enseguida.

—No. Tú ve a cambiarte. Yo lo hago.

—No, tú...

—Violeta, ¿recuerdas con quién hablas? Sé usar tu cafetera. Además, no quiero que te resfríes.

No pude refutar, quién más que él podría preparar un mejor café. Y si bien tenía razón en cuanto a cambiarme, él también necesitaba hacerlo.

—Ok. Pero entonces ten esto —le entregué una muda—, también cámbiate. El baño está por allí.

—Esto —vio las ropas inquieto—, de quién...

—Iba a ser un regalo. Pero no lo entregué a tiempo —mencioné triste al recordar a mi padre.

Se quedó pensativo al respecto y aunque dudó, decidió aceptarlo —aún no hablaba de ello—. 

Me retiré a mi dormitorio y cambié mis ropas, al salir el olor a café inundaba mi hogar. Andrés dejó dos tazas en la mesa de la cocina y nos sentamos juntos. En ese instante se acercó a mí y con su toalla comenzó a refregar mi cabello.

—No te has secado bien, estás goteando. Tu paraguas no es muy bueno.

—¿Culpa de quién? No es para dos personas. Pero mira, tú también —tomé mi toalla.

Pero, en vez de secarnos, comenzamos a jugar con las toallas en nuestras cabezas, hasta que de manera gentil él comenzó a secar mi frente, yo hice lo mismo. Estábamos cerca, tanto que sentía su respiración rozarme. De pronto dejó a un lado la toalla y acomodó mi cabello con su mano. Era como si me acariciara.

—Aquel día, cuando escribías del café —mencionó retirando su mano—, no solo hablabas de él ¿verdad?

Estaba nerviosa, se había dado cuenta de mi intención..., mi confesión, aun así eso permitió declararme.

—En ningún momento escribí de él —me acerqué y lo miré fijamente—, sino de ti. Andrés, yo te...

—No lo hagas —me interrumpió—. No te enamores de mí..., no soy adecuado para estar contigo.

Mi amargo y dulce baristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora