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La temporada de lluvia continuó y llevaba una semana sin asistir a la cafetería. Mi auto se encontraba en el taller, así que preferí llegar primero a mi trabajo en vez de ir por un café, además, esos días Andrés no se encontraba en las mañanas, pues tenía turno de tarde. 

Cierto día donde el cielo derramó prácticamente toda el agua que había estado reteniendo y me dirigía a mi departamento, vi a Andrés saliendo de otra cafetería, iba acompañado de alguien que me resultaba familiar, mas no conocía. No quise detenerme a saludar y con ello ser una molestia, así que continué mi camino. 

Esperaba la luz verde en una intersección cuando alguien se acercó a mí, refugiándose bajo mi paraguas. Claramente me asusté, pero luego me di cuenta de quién se trataba.

—¿Compartes conmigo?

Era Andrés.

—¡Ah! ¿Cómo haces eso? ¡No me asustes así!

—Perdón. Creo que me excedí.

Se iba a retirar, no obstante tomé su brazo con fuerza y lo acerqué a mí. Le entregué mi paraguas.

—Bien toma, sostenlo tú. Eres más alto.

Vi su rostro y esbozó una amplia sonrisa.

—Gracias —manifestó sin alejarse.

Esa fue la segunda vez que estábamos así de cerca, desde aquella tarde en que nos abrazamos no había ocurrido algo similar. 

Mientras mantenía mis ojos alejados de su alcance debido a nuestra cercanía, me percaté que él ya no estaba usando su argolla. Aquello hizo que mi corazón latiera muy rápido, tanto que no escuchaba la lluvia caer. Sí, era una completa exageración, pero, «¿será que había decidido avanzar?», pensar aquello me ilusionó. 

Caminamos bajo la lluvia unos minutos y Andrés se había empapado completamente, y es que priorizó cubrirme en vez de a él.

—¿A dónde te diriges? —pregunté preocupada, no deseaba que se siguiera empapando.

—A buscar locomoción para volver a casa. Con este clima no pude salir en moto.

—Uhm, ¿y si vienes a mi departamento?

Mi amargo y dulce baristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora