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30 de junio, 1997.

"No rompan los grupos."

"Si tienen un accidente comuníquenselo al representante de su casa."

"En lo posible traten de no tocar sus heridas."

"No llamen la atención."

 Repetir esas oraciones tantas veces hacía que Lumini se preguntara si realmente estaba dando más molestias que ayuda, pero cuando su sala de estar se llenaba de adolescentes todos los fines de semana, esas ideas salían de su cabeza.

 Y las primeras semanas parecieron perfectas, o tanto como podría serlo formar parte de un grupo que usaba niños como soldados. Todo iba a un excelente ritmo, las heridas tenían tiempo de sanar antes de causar nuevas y los estudiantes podían aún mantener una vida entre las clases y las reuniones.

 El cambio fue tan gradual que Lumini ni siquiera tuvo un plan de acción para cuando todo se descontroló. Si antes su pecho dolía mientras les daba instrucciones a niños confundidos, el aumento de ojeras y hombros caídos solo empeoraba su ya pesada carga.

Como si fuera poco, sentía que todo estaba en su contra en su camino de pasar desapercibidos. Desde el Gryffindor que había doblado su manga instintivamente mientras hacía pruebas de Quidditch, hasta el Ravenclaw que había incendiado su túnica durante Encantamientos y se había negado a quitársela, el Hufflepuff que se había encerrado en su habitación para no salir por semanas, y por supuesto el Slytherin que no aparecía en el departamento desde que lo habían decepcionado una y otra vez.

 Pocas cosas le hacían sentir peor que haber aceptado tomar un papel importantísimo en el plan de arriba, solo para haber arruinado cada intento de llevarlo a cabo. Ni el veneno del que me había apropiado, ni los objetos malditos de Theodore, ni las maldiciones de Riley.

 La última vez que había hablado con Draco, el chico casi perdía la cabeza intentando explicarle que Potter estaba sobre su espalda todo el tiempo, y lo único que había podido decirle es que mantenga un perfil bajo, no se separara de los grupos, cuidara de sus heridas y que hablara con Theodore si tenía un problema. Lastimosamente, lo último que había sabido de Draco es que Snape había prohibido que Theodore siguiera hablándole.

  Esa información por poco hace que cierren del todo su pequeño consultorio, pues no había mucho que quisieran hacer mientras se sentían como fracasos. Y los estudiantes fueron bastante comprensivos cuando mantuvieron sus puertas cerradas durante tres semanas, más aún porque confiaban en la transparencia que les mostraban.

 Riley simplemente amaba sentarse en el medio de un círculo y contar minuto a minuto lo que sucedía en las misiones a los que los mandaban, incluso si lo único que tenía para decir es cómo entraban a casas de familia y maldecían a todos los ex-mortífagos que se negaban a seguir en las listas. Theodore tenía toda la información sobre las siguientes reuniones, lo que ayudaba bastante a preparar mentalmente a todos los que pudieran estar involucrados. Por su parte, Lumini hizo un nombre por sí misma entre charlas y cenas con los que antes eran amigos de su padre.

 Si algo había sacado de su padre encerrado en Azkaban durante casi un año, era su lugar en la mesa. Y si algo había sacado de vivir con su familia durante toda su vida, era cómo mantener complacidos a adultos que esperaban su máximo esfuerzo y daban el mínimo reconocimiento.

 Al principio encajó perfectamente en la hora del té con Narcissa Malfoy y el resto de las esposas, pero solo tomó una velada con la participación de Bellatrix para que su suerte cambiara. La mujer se mostró especialmente interesada en su "conexión con el otro bando", como llamó a sus constantes visitas al Callejón Diagon y específicamente a Sortilegios Weasley.

Una más Weasley y te juro... (Fred Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora