23: Dejavú

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—¡Juro que voy a matarte, Cameron!

—¡No es mi culpa que chocaras con ese árbol, venias jugando en el móvil!

—¡Te dije que vigilaras por donde iba porque si no iba a golpearme con algo o podría caerme! ¡Tú fuiste quién me ofreció jugar para olvidarme del mal rato que acabábamos de pasar!

— Ya, pero porque él tipo de las llaves casi te come con la mirada.

—¿¡Y eso que diablos tiene que ver?!

Me carcajeé por la expresión enojada que me dio. Rebusque en mis bolsillos agarrando la llave que recién me habían entregado y entonces abrí el cerrojo. Ella me miró pasmada, como si recién acabara de asimilarlo todo.

—Espera, ¿Este es?

—Doscientos veinte, sí, este es.

—Joder, si es que los pisos de elevador se sintieron súper rápidos. No puede ser doscientos veinte.

—Que si es, no quería uno con tantas escaleras en caso de emergencia pero tampoco quería uno que tuviera pocos pisos de entre medio, así que acabé comprando este.

No esperé y abrí la puerta. El color blanco y los tonos marrones nos dieron la bienvenida. No lo repase mucho al momento pues ya lo había visto bien en la página web. Mi mirada fue directo a Michelle, que por un instante parecía haberse quedado sin aliento. Sonreí mirándola, la impresión en su rostro era inigualable.

—Bienvenida a nuestra casa —murmuré mirándola.

Su mirada pasó de la casa a mi y viceversa varías veces.

—¿Estas bromeando, verdad? No... Tienes que estarme jodiendo.

—No mapache, esta es nuestra casa.

La expresión de sorpresa que le decoró la cara fue impresionante y si me lo permitía, tal vez hubiese llorado cuando ella soltó la primera lágrima.

Sabía que Michelle había vivido cosas que verdaderamente nadie desearía vivir, y exactamente por eso decidí hacer esto.

Comprar un apartamento, mudarnos juntos, compartir techo, cocinar, tener un alquiler, pagar la luz y el agua...

Le daría lo que nunca creyó tener, y lo que verdaderamente podría darle: estabilidad y seguridad.

Claro que después de la sorpresa tuvimos una buena follada, eso no podía faltar.

Cosa que... Me hizo pensar en la cantidad de cosas que debía resolver en mi vida. Entre ellas, Amara.

Porque le dije que Michelle seguiría en mi vida, y también le dije que me la follé.

Cuando un hombre admite lo que hizo tiene siempre dos opciones.

La primera: Salir corriendo y olvidarse de esa mujer.

La segunda: Rogar por perdón.

La tercera: Intentar remediarlo.

Y la cuarta, que a penas y sirve de algo: Volver a cometer el mismo error una y otra vez.

Este tipo de situaciones técnicamente le explotan en la cara a personas como yo. Y aunque por más que intente que no lo haga lo hará, así que, debía hacer lo único que aprendí bien de mi hermano: distraerme.

Así que me monté en mi auto, conduje hasta la secundaria y me puse a practicar unos tiros libres mientras hablaba con Aarón por teléfono. Quien, para mi sorpresa, me respondió dichoso.

—Así que... Cameron Lightwood está entre dos chicas.

—Búrlate si quieres, pero recuerda que esto es culpa tuya —bufé.

Jump Shot | Libro II  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora