005: El mapache humano

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La mañana siguiente ahí estaba yo, completamente soñoliento por no haber dormido anoche y con unas ojeras que se notarían de aquí a la luna.

No había podido agarrar el sueño anoche, el simple hecho de recordar que Amara había estado ayer en mi habitación me tenía muy inquieto.

¿Como había logrado subirse a esa jodida ventana?

Aún más importante.

¿A que había venido?

Lastima que estaba de mal humor gracias a mi padre y no pude tratarla como fuese debido. Estoy seguro que la razón que haya sido por la que haya decidido aparecerse por allí, hubiera sido excusa suficiente para que yo la hubiera invitado a entrar y hablar por horas.

Sin embargo no fue así, y creo que me lamentare bastante por eso.

Pero por ahora, no podía.

El ingreso a la secundaria West me lo impedía.

—¡Joder, maldito seas hijo de puta!

Y ahí fue cuando me alarmé bastante.

Recién estaba saliendo de mi auto, camino a la entrada. El aparcamiento estaba bastante lleno y eso no me sorprendió. Sabía que los estudiantes de aquí solían venir la mayoría en auto.

Lo que sí me sorprendió fue verla ahí.

Había una chica, castaña de ojos verdes muy bonitos. Su tez era pálida y lucia suave. Tenía pecas por casi toda la cara sin mencionar los labios anchos y gruesos.

Trague grueso cuando la vi mejor.

Estaba de pie frente a un Audi color gris lo más lindo y podría decirse que del año.

No soy fan de los automóviles pero ese lucia bastante caro.

Ella tenía el maquillaje corrido. En sus ojos había líquido negro escurriéndose por sus mejillas y al igual que casi llegándole al cuello. Se notaba que estaba llorando por lo enrojecida que tenía la nariz. En sus manos había un bate de béisbol.

Supe sus intenciones cuando volvió a soltar otra maldición golpeando el auto.

—¡Te odio maldito! —otro golpe.

Reaccione cuando una segunda voz se unió a sus lloriqueos.

—¡Mierda, Michelle te dije que no hicieras esto! —una pelirroja de baja estatura y labios pintados de un rojo potente apareció allí. Ella corrió hacia la otra chica intentando apartarla de el auto.

—¡No lo entiendes, ese hijo de puta me robo la vida! ¡Que sufra, que sienta lo que yo siento!

—¡Está no es la manera, te va a llevar presa antes de poderte vengar!

—¡No pueden, las embarazadas no pueden ir presas!

—¿Quien carajos te dijo esa estupidez? Claro que si, es más, tienen a sus bebes allá dentro.

Ellas me miraron como si fuera un demente y al instante me arrepentí de haberme entrometido en la discusión.

—¿Tú quien diablos eres? —preguntó el mapache humano señalándome con el bate de béisbol.

—Me llamo Cameron.

—Bueno Cameron, me importa un cuerno tu opinión —y ahí fue cuando golpeó el primer cristal, el de atrás. A mi se me salió un jadeo de sorpresa y a la pelirroja una maldición.

—¡Mierda! ¡Chico, ve por ayuda!

—¿Ayuda?

—¡Si! —asintió ella intentando sostener a su amiga lo cual no funcionaba muy bien porque ella seguía forcejeando hasta soltarse de nuevo—. Ve a la cancha de baloncesto. Pregunta por Kansas West, dile que Michelle entró en una crisis —intento explicar entre forcejeos, yo casi no entendí—. ¡Pero para hoy idiota!

Jump Shot | Libro II  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora