Prólogo

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Suena el teléfono. Cuatro de la mañana. A estas horas solo puede ser de la comisaría. 

- ¿Sí...?- Respondo adormilada.

- Jessica Swan, soy la forense Lopéz, Ella Lopéz, estoy con el teniente Anderson, hemos detectado un homicidio en Karl Johans.

- No lo entiendo, Oslo siempre ha sido un sitio tranquilo, pero últimamente es como si esto fuera Venezuela... Ya es el sexto asesinato en este mes... ¿Qué está pasando?

- No lo sé inspectora Swan, pero la necesitamos inmediatamente.- Y sin más me colgó. Me vestí apresuradamente intentando no despertar a mi hija y dejé una nota en la nevera.


- Esta vez tampoco hay pruebas y es imposible que esté relacionado con los otros seis homicidios. - Se produce una pausa. - Parece que tendremos que cerrar el caso e informar al comisario.

Al escuchar esas palabras se me enfrió todo el cuerpo. No me gusta dejar casos sin resolver y menos que puedan haber asesinos sueltos por ahí. Y sin pensarlo mucho sabía que seguiría investigando.

Volví a casa algo intranquila. Me tumbé en la alfombra del salón y reuní los últimos casos: algo se me escapaba. Los revisé de arriba a abajo sin encontrar nada que los conectara entre sí. Los minutos pasaban y estos se convirtieron en horas.  Decidí tomarme un descanso y prepararme un café. Al terminarlo, me propuse ir de nuevo a las escenas del crimen 

- Algo habremos pasado por alto. - Me digo. 

Así que volví a dejar una nota en la nevera para avisar a mi hija, cogí la chaqueta y me marché.

Hace dos semanas encontraron a una mujer de estatura media, morena y ojos verdes. Al dar una vuelta por la zona pisé algo que no debería estar ahí, al rebuscar entre las hojas secas que cubrían todo el parque, encontré una tecla de un piano antiguo. ¿Qué hace esto aquí? A mi parecer era lo suficientemente importante como para ir al resto de lugares del delito, y como no... en todas había una tecla de piano. Esto debía ser la firma de nuestro asesino en serie. De repente, tengo un leve recuerdo de un chico, su madre... odiaba que su madre tocara el piano... al poco tiempo ese recuerdo oscuro desaparece y es interrumpido por un sonido, que pertenece a mi teléfono. 

Era la vecina, seguramente me preguntaría dónde estaba la sal (lo sé, es raro, pero mi vecina nunca tiene suficiente sal en su casa y cuando cocina, siempre me la pide a mi) o cualquier ñoñería de estas, pero esta llamada era distinta. Me explico que escuchó un grito agudo y luego un gran golpe. Me preguntó dónde estaba mi hija, entonces, el corazón me dio un vuelco, Lucy estaba en su cama cuándo yo me fui.  ¿Cómo podía ser que ya no estuviera allí? Volví a toda velocidad al apartamento, allí encontré a la vecina desesperada, recorriendo todo el pasillo. Entré y en efecto, no estaba en casa. Salí disparada del apartamento con los ojos llorosos. 

- ¿Qué pasa Jessica? 

- N... n... no.... no... está. - pude decir al fin. - Se... se la ha llevado. 

- ¿Quién? - pregunto sin entender nada. 

- El asesino. - responde atemorizada. No me podía creer esta situación, así que volví a entrar en busca de mi pobre pequeña. Rápidamente, recorrí todas las estancias otra vez, hasta llegar a su cuarto, donde horas antes la había dejado descansando. Registré toda la habitación de arriba a abajo, hasta que debajo de la cama, encontré una tecla de piano. En ese momento, lo confirme. Está con él.  Bajé corriendo las escaleras, haciendo caso omiso a la vecina, hasta llegar a la calle, donde empecé a buscarla con la mirada desesperadamente, sin resultado alguno. Durante los siguientes días, la desesperación y la angustia, fueron las protagonistas, hasta que decidí tomar la justicia por mi cuenta. Volví a sacar todos los archivos para inspeccionarlos meticulosamente, hasta que todo empezó a cuadrar, a todas las víctimas les habían amputado todos los dedos de la mano izquierda y se los habían llevado. Así que, empecé todo desde el inicio, el primer asesinato, la primera víctima, la primera pista...

Me dirigí a la primera escena del crimen, una antigua casa medio abandonada a las afueras de la ciudad, donde habían encontrado a una mujer de mediana edad, que seguía el patrón del resto de asesinatos: dedos amputados en la mano izquierda, una tecla de piano escondida y el pelo cortado con trasquilones. Inspeccioné a fondo toda la casa hasta encontrar una trampilla que bajaba al sótano. Al abrirla con dificultad, un olor putrefacto emergió del interior. Desenfunde el arma y entré decidida. En medio de la oscura estancia se encontraba un piano con una sola tecla con letras casi ilegibles en ella, me acerqué para intentar leer esas especies de garabatos y en ese momento, antes de lograr entender lo que decía, una voz siniestra habló detrás de mí.

- Hola inspectora Swan. - De la oscuridad emergió un hombre de mi edad con mi niña en brazos. Entonces le apunté con la pistola. El vago recuerdo de ese chico volvió a aparecer. - Sé que te conozco. - pensé. 

- Yo de usted no haría eso, si no quiere tener que despedirse-. Con impotencia bajé la pistola. 

- ¿Eres tú, verdad? - Le pregunté. 

- Si te refieres al asesino, sí, pero sabes que nunca le haré daño a la pequeña Lucy. Lo tengo prohibido.  - Respondió. - ¿Te acuerdas de él? - pregunto con un tono lleno de curiosidad. 

- ¿Por qué haces todo esto? - le dije haciendo caso omiso a su estúpida pregunta. ¿Cómo iba yo a conocer a ese "él"?

- Veo que no, déjalo. Además, tu nunca lo entenderías, pensarás que estoy loco... Pero si tanto insistes te lo contaré. - dijo con un tono sarcástico. - Verás, mi infancia no fue del todo sencilla. Mi madre carecía de instinto maternal desde que yo nací, por eso, los maltratos se producían continuamente. Estirones en el pelo, insultos, palizas constantes... Todo día tras día. Sin contar el "dulce" sonido de su mano izquierda aporreando el piano. Así que... le devolví el favor. Allí fue cuando me aficioné a pintar con los dedos... no con los míos claro. Pensé, que si mi madre hacía todo esto conmigo el resto de mujeres también lo harían. ¡Por eso las exterminé! Primero las de la edad de mi madre y después el resto que se parecieran a ella. Como tu hija. ¡Serán unos pequeños dedos perfectos para mi colección!

En aquel momento, me di cuenta de que detrás de mí había unas pinturas horripilantes pintadas con los dedos.

- Quién sabe tal vez soy el próximo Picasso. - Añadió entre risas. - ¡Suéltala! - Exclamé - Muy bien, tiene dos opciones muchacha, yo suelto a la niña y me deja libre o me dispara y por consiguiente ella muere. Es tu elección... 

Escapa de la verdad (INCOMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora