- Capítulo XV - Lucy

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Una manzana. 52,1 kcal cada 100 gramos. Los pensamientos recorren mi cabeza. Todo comenzó en cuarto de primaria. Yo era una chica alegre, siempre con una sonrisa en la cara, disfrutando de cada pequeño momento, pero las cosas no siempre salen bien.

A mi madre le ofrecieron trabajo en Noruega, pagaban el triple, no íbamos muy bien de dinero, así que tuvo que aceptar. Maletas y más maletas. No me importó mucho cambiarme de escuela, al fin y al cabo sólo tenía nueve años y se me daba bien hacer amigos, así que eso no me preocupaba del todo. Me dolió tener que dejar tantas cosas atrás, como toda mi colección de peluches favoritas, libros, muñecas, juegos de mesa... Eso me enseñó a aferrarme menos a los objetos, así que realmente, entendí lo que realmente era valioso.

Yo estaba muy contenta. Al entrar en la nueva clase todo parecía completamente normal, aunque me costó un poco entender el idioma. Como mi tía era de ahí, siempre hablaba en noruego con ella, pero hacía un par de meses que no podía practicar porque tristemente,  murió. Ese fue uno de los motivos por el que todo se desmoronó.

Dejé de ser la chica feliz y empecé a ser más callada, pasaron los meses y no tenía ningún amigo. Lloraba siempre a escondidas y me despertaba agotada. Estaba sola. Rodeada de gente, pero sentía que no encajaba ahí, que ese no era mi sitio. En unos días, unas chicas me empezaron a molestar. No importaba el lugar: en clase, en el patio, de camino a mi casa, porque en todos ellos aprovechaban para reírse de mí y darme un par de golpes repitiendo lo gorda que estaba. Vaca. Siempre me llamaban así... ¡Solo tenía nueve PUTOS años, porque tuvieron que hacer estas cosas a una niña tan pequeña e indefensa!

Me repetían cada día que era fea, que merecía morir, que dejara de comer tantos bollos porque me hacían más rechoncha... Cada día... Al final me lo creí. Me miraba al espejo y solo veía a esa vaca de la que tanto se reían. Empecé a dejar de comer y evidentemente, bajé de peso.

Recuerdo una vez, que al llegar a clase me dijeron que lucía diferente, que me sentaban muy bien esos kilos de menos. Ese comentario me hizo feliz. Por fin me dejarían en paz. Al día siguiente teníamos clase de natación. El bañador me quedaba muy grande y cuando me lancé a la piscina, se me bajó hasta desaparecer en el fondo del agua, dando a mostrar todo mi cuerpo desnudo a la clase entera. Sé que solo tenía nueve años, poca cosa había que enseñar, pero todos empezaron a reír a carcajadas. Al salir de la piscina, la profesora me dio una toalla y me fui a llamar a mi mamá. No podía ser, ahora si que era el hazmerreír de todo el colegio.

Por si fuera poco, ese grupo de chicas aún seguía acosándome. Ahora me pegaban más fuerte y se me quedaban moratones. Un día después de educación física, cuando nos estábamos duchando, cerraron todas las luces y me empezaron a tirar talco y luego plumas. Ahora era la gallina rechoncha.

Con el tiempo me fui obsesionando más con el peso . Si tu me decías un alimento, podía decirte cuántas calorías tenía. Comía lo suficiente para que mi madre no se pensará que me pasaba nada, pero no lo suficiente para mi salud. 

Llegó un punto donde no podía controlarlo más. No tenía amigos, no sabía cual era mi propósito en la vida, ni porque formaba parte de ella, llegué a interiorizar mucho las críticas que me hicieron y es cuando empecé a cortarme. Por eso reaccioné de esa manera cuando la loca con síndrome de Estocolmo, llamada Aila, lo descubrió. No sabía como curarme, solo quería desaparecer. Cortarme me ayudaba a aliviarme, a quitarme una carga de encima. En el fondo, sabía que esa no era la solución. 

Me empecé a preocupar cuando un día, mamá se fue ha hacer unos encargos, yo llevaba 15 horas sin comer y no me encontraba muy bien. En unos pocos minutos me desmayé y desperté en una sala del hospital. Allí pude contarle la verdad a mi madre, la cual me recomendó que fuera a un psicólogo y luego me echó una charla de que me tenía para todo y que yo era fuerte y valiente.

Eso hicimos. Las sesiones iban viento en popa. Además, siento que me ayudé más yo misma, que la propia psicóloga. Aprendí a quererme y apreciar mi cuerpo y anteponer siempre mi salud. Me costó, pero lo conseguí.

Después de pensar en ese cúmulo de recuerdos y sensaciones se me escapan algunas lágrimas. Lo pasé muy mal en un pasado, pero lo que hice para recuperarme fue un paso increíble para mi futuro.

De repente, suena una voz desde detrás de mi puerta. ¿Con que él gatito ya me echa de menos?

Escapa de la verdad (INCOMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora