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Ciudad de Ark, Reino de Zoren - Palacio Imperial

El piano y los violines sonaban en un compás perfecto, creando una alegre melodía que resultaba imposible de ignorar. Incluso el viejo regente, Stephen, quien siempre se mostraba serio e incorruptible, se encontraba disfrutando de la presentación. Sentado en medio de su hija Ariadna y su nieto Theo, observaba desde el podio Real a los numerosos invitados en el salón.

Para muchos lo que sostenía un imperio a flote era su poderío militar, para otros, la cantidad de oro en las arcas de su Palacio pero, para los gobernantes de Rhiannon eran las relaciones. ¿A quién podían llamar amigo y a quién enemigo? o más importante aún, ¿quién parecía capaz de derrotarlos? Para así tenerlo más cerca. Y de paso, ofrecerle a los habitantes del imperio, algo de parafernalia, que los mantuviera distraídos de los verdaderos problemas. Y es que en los últimos años, durante la temporada social no se hablaba de algo que no fuera quien desposaría al apuesto Theo. Damas hacían fiestas de té, solo para discutir cual de sus hijas sería más adecuada para él. Listas de los mejores solteros eran encabezadas por su nombre, y señoritas de variadas posiciones se le ofrecían en bandeja de plata. Razón por la que toda mujer de prestigio en Rhiannon, se encontraba allí aquella noche. Más motivadas por el chisme que por cualquier otra cosa; asistieron con el objetivo de conocer a la futura Emperatriz y por supuesto, criticarla.

—Oí que es vieja —decía la Condesa de Peña blanca, ubicada en una de las mesas del salón, mientras se abanicaba el rostro pálido en el que destacaban las arrugas y manchas propias de la edad.

—Yo oí que es viuda —se sumó la Marquesa de Askalia a la conversación.

—Pues mi esposo dijo que el niño la necesita. No lograra gobernar sin ella —osó contarles Lady Spencer.

—¿A caso es así de rica? —preguntó Lady Rodthenford con disimulada impresión.

Ella era la más joven de las mujeres en la mesa. Y ganó gran prestigio al desposar a Lord Rodthenford, un viejo erudito que además era escandalosamente adinerado.

—La verdad es... —volvió a hablar la Condesa.

—Que deberíamos esperar —la interrumpió Lady Galea Jonsdotter—. Estos temas no nos competen y si alguien nos escucha... ¡No quiero ni imaginarlo! —exclamó en voz baja, de manera que el barullo provocado por los grandes personajes a su alrededor, ocultara sus palabras de las aves de rapiña al servicio del Emperador regente.

Era una mujer elegante de cabellos negros como el carbón, piel pálida y cuerpo más bien menudo, quien por suerte logró casarse con el General Philip Jonsdotter, un militar respetado en todo el imperio y muy apreciado por la Familia Real.

—No le falta razón a Lady Jonsdotter —la Marquesa se inclinó hacia adelante sobre la mesa, dejando una vista mucho más generosa de su escote— hay muchos ojos y oídos en este lugar —reflexionó virando los ojos hacia la fila de mesas delanteras, donde se ubicaban cuatro de los cinco Reyes que salvaguardaban las tierras del Emperador—. Demasiados como para que ignoremos el vestido de la Reina Paulett, ¿No es acaso...

—¿Indiscreto? —acotó la Condesa, con los ojos negros puestos en la mujer de la que hablaban.

—¿O solo demasiado para su edad? —se burló Lady Rodthenford, siguiéndole el juego.

Entonces todas soltaron una que otra carcajada, a excepción de Lady Jonsdotter, que tomó su copa de vino y comenzó a beber, temiendo que pronto empezaran los comentarios acerca de la infertilidad de la Reina Paulett. Un cruel destino que ambas compartían.

Sin embargo, el estruendo de las trompetas y los tambores estalló en el aire por encima de sus cabezas, y todo los murmullos que atribulaban el salón se desvanecieron. El heraldo se situó en el centro del podio, justo adelante de la puerta dorada que destacaba entre la mesa de la familia Real y la de la segunda familia: Los Osborne, quienes gobernaban Eskambur y, eran además los segundos en la línea de sucesión imperial.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora