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Ciudad de Ark, reino de Zoren - palacio imperial

El miedo no era una sensación con la que Maylea estuviese muy familiarizada, los nervios si, por todas las ocasiones en su vida en las que se puso en situaciones vergonzosas. Pero no el temor, mucho menos uno tan grande como para provocar que sus manos temblasen y su corazón latiera cuál caballo desbocado en su pecho.

Quizás fue por eso, que se sintió a punto de enloquecer en el preciso instante que la encerraron en aquella habitación. Mil ideas y preguntas le retumbaron en la cabeza ¿Y si ya todos sabían la verdad? ¿Y si la decapitaban en la plaza pública por todas sus mentiras? O aún peor ¿Y si toda su familia caía con ella?

Jamás podría perdonarse que su falta de audacia o persuasión acabara matándolos a todos.

Estaba sentada en una esquina de la cama cuando la reina Leonor abrió las puertas de madera de la habitación, tenía las piernas recogidas de manera que las rodillas le chocaban contra el pecho y los ojos rojos de tanto llorar.

—Nunca serás una reina ¿Verdad? —Preguntó la mujer al notar las condiciones en las que se encontraba —. Te cortarías tu misma el cuello ante la más mínima señal de que tus enemigos se acercan —Criticó deteniéndose en frente de la cama.

—Reina madre —Apenas murmuró la doncella al tiempo que levantaba el rostro para mirarla a la cara.

La presencia de Leonor era sin lugar a dudas la de toda una monarca, desde su manera de caminar batiendo las caderas, hasta su mentón arriba y esa mirada que te desafiaba sin necesidad de oírla decir una sola palabra. Era como si pudiera abarcar toda la habitación solo con su carácter.

—Te lo advertí —Soltó comenzando a caminar hacia el tocador —. Te dije que el mundo entero iba a caerte encima a menos que me escucharas —Se detuvo frente al espejo —. ¿Pero que importa? Cuando el emperador empiece a pedir cabezas será la tuya la primera que entregue, después quizá le de la de esa bonita hermana que trajiste —Se encogió de hombros con frescura —. Y todo sera cómo al principio, como si los Varlett nunca hubiesen existido.

Maylea vio su reflejo en el enorme vidrio con forma rectangular mientras la oía profesar esas palabras, su expresión era seria, tanto o más que la primera vez que hablaron a solas. Aquella noche antes de la boda, cuando la puso en medio de una encrucijada.

Entonces le pareció que el aire se volvía más denso y sintió el impulso de gritarle a la cara que ahora ella era la reina, la que llevaba la corona y además, la única que comandaba en el corazón de Lucien, pero todas esas eran verdades a medias, así que no se atrevió.

—Yo... hice todo —Dijo con voz trémula, rompiendo al fin el escabroso silencio.

—¿Todo? —Frunció el ceño —. Hasta donde se, mi hijo aún es un rey y Theo el emperador.

—Yo lo intenté, pero es que Lucien...

—Lucien ¿Qué? —Se volvió hacia ella —. Lucien recibió una carta muy importante de la que ni siquiera tuviste la gentileza de informarme. Lucien casi se mata al caerse de uno de tus caballos. Lucien... —Espetó molesta —. Está fuera de control. ¡No has logrado nada! —Agitó las manos en el aire como si pretendiera materializar su rabia.

—No pude informarle de todos sus movimientos porque tuve que ir a Ekios, mi padre murió —Explicó tan nerviosa que las palabras le salieron atropelladas —. Y sobre la carta... Él no me escucha, no puedo convencerlo de ser alguien que no es, si ni siquiera se quien es —Sollozó levantándose de la cama—. Tampoco le pedí montarse en ese caballo, no intento matarlo.

—Oh pequeña e inocente May —Suspiró acercándosele —. Conozco a las de tu clase.

La miró a los ojos almibar con la frialdad del invierno entera retenida en sus pupilas. La morena agachó ligeramente la cabeza de forma instintiva  provocando que algunos de los cabellos negros le cayeran sobre el rostro, pues si las miradas hubiesen tenido el poder de asesinar, su suegra la habría matado allí mismo.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora