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Cerca al pueblo de Lille, reino de Ekios - Varlett Mansion

Ambrose no comprendió muy bien las ultimas palabras que pronunció su hermana antes de levantarse del columpio y salir casi corriendo a través de la oscuridad del jardín, pues aunque Maylea dejó claro que conocía el estandarte pintado en aquel retazo de tela, no le dio explicaciones a cerca de porque era tan importante o que motivos podrían tener los tales Wolfsbane para atacarlos, él ni siquiera los había escuchado nombrar una vez en toda su vida.

Aun así, decidió permanecer sentado en su columpio con el cigarrillo entre los labios, pues la doncella había sido tan clara al pedirle que no la siguiera, que casi resultó intimidante.

El sol ya comenzaba a asomar en el alba y en la propiedad de los Varlett ya no quedaba un solo invitado, por lo que Maylea se sintió libre de recorrer el castillo pegando gritos. A Lucien no lo había encontrado en el jardín donde se quedaron dormidos, ni tampoco lo vio en sus aposentos, así que hizo acopió de su voz y pulmones para llamarlo.

Lo vio aparecer en el pasillo unos cuantos segundos después, con el torso herido desnudo, una botella de whisky en la mano izquierda y la preocupación sobre el rostro como un velo, Iliam se encontraba a su espalda, como casi siempre.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? —Le preguntó al tiempo que la reparaba con la mirada en busca de cualquier tipo de lesión —. ¿Por qué lloras? —Quiso saber al notar el par de lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.

Maylea separó los labios para contestarle, pero no pudo evitar preguntarse de dónde había salido y porque llevaba los pectorales y el abdomen al aire.

—¿Qué estaban haciendo? —Interrogó alternando la mirada entre el par de hombres.

—Iliam me ayudaba con el vendaje, ¿Qué ocurre? Nos preocupaste a todos —Dijo Lucien apuntando con la cabeza al grupo de personas detrás de ella.

Entonces la jovencita giró el rostro y se percató de que tenían casi una docena de espectadores, empezando por sus hermanos y siguiendo con algunos criados, que no pudieron ignorar sus gritos y abandonaron la calidez de sus camas para ir a ver qué sucedía.

—Tengo que hablar contigo —Suspiró dando un par de pasos para quedar al nivel de su esposo —. En privado, por supuesto.

—A Iliam no le importa que usemos su habitación —Declaró el moreno con frescura.

—De hecho, majestad... —Intentó hablar el castaño.

—Gracias —Dijo Lucien entregándole la botella de whisky.

Tras eso, ambos jóvenes caminaron con dirección a la habitación del caballero, que quedaba mucho más cerca que la de ellos; lo hicieron en un silencio casi solemne, sin molestarse en explicarle a nadie de que se trataba todo ese asunto. Lucien porque no tenia idea y Maylea porque quería mantener a su familia tan a salvo como pudiera.

La pequeña puerta de madera se cerró a su espalda y pareció que el aire corría menos entre los estrechos muros de piedra de aquel cuarto. Ella vio la camisa manchada de sangre de su esposo tirada en el suelo, al pie de la modesta cama en la que dormía Sir Iliam, justo al lado de donde habían ido a tener las vendas usadas que le puso a Lucien para las fracturas en sus costillas.

—May, la próxima vez que me necesites, Podrías... No sé, ¿No despertar a todo el mundo? Siempre estoy cerca de ti —Dijo el moreno deteniéndose a su lado.

—¿Lo estas? —Interrogó apoyando la mano derecha sobre el lado izquierdo de su pecho con suavidad —. ¿Siempre? —Lo miró a los ojos, mientras sentía el latido estridente de su corazón bajo la calidez de su piel.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora