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Campamento militar de los Osborne - Cerca al cruce de Aguas negras

Cuando la pelea empezó, Lucien se encontraba en medio de un grupo de soldados, rodeado por su algarabía y sus cánticos; demasiado distraído cómo para darse cuenta de que su esposa se había arrojado encima de la duquesa de Wolfsbane, al menos hasta que las vio a ambas en el suelo.

A Mercedes tendida sobre un charco de lodo y a Maylea sentada a horcajadas sobre su abdomen propinándole bofetadas en el rostro; justo antes de hundirle las uñas en el cuello y tirar de sus cabellos castaños. Con tanta rabia como si hubiese estado esperando aquel momento durante toda su vida.

Y es que la escena era simplemente insólita, tan ridícula e inesperada que pese a estar rodeadas de soldados, ninguno de ellos sintió el impulso de intervenir. Estaban pasmados, por la fiereza de la emperatriz y la debilidad de la duquesa.

Quien era letal con las palabras, pero no sabia cómo usar los puños ni los pies, mucho menos los dientes. Algo que Maylea sí usó, cuando se inclinó hacia adelante y atrapó entre sus incisivos el collar de perlas que Mercedes llevaba en el cuello y de un tirón lo reventó.
Entonces las pequeñas bolas blancas volaron por los aires.

Mercedes sintió la sangre que se le acumulaba en la boca y los arañazos que escocían en su piel pálida. Estiró las manos para intentar defenderse, aunque no veía nada en realidad, pues el lodo le estorbaba en los ojos.

Lord Archibald Wolfsbane fue el primero en reaccionar, pegó gritos a sus soldados para obligarlos a moverse, y salió disparado hacia el par de doncellas con intenciones de liberar a su hermana de esa bestia con rostro de mujer.

—¡Maldita...

—Mi lord —Lo interrumpió Lucien, antes de que pudiera decir algo que le causara la muerte —. Le sugiero cuidar su boca —Dijo caminando en dirección al charco.

Seis segundos le tomó llegar y aún menos que eso le hizo falta para sujetar a Maylea por la cintura e intentar que liberara a Mercedes; lo que prometía ser un reto. Pues ella se revolvió entre sus brazos como un animal o un infante que ha decidido deliberadamente no renunciar a su juguete.

¿Y que había en el mundo más perseverante que un niño con toda su inocencia?

—¡Basta! —Demandó tirando de su menudo cuerpo hacia atrás.

Pero Maylea estaba decidida a acabar con lo que había comenzado. Tras los golpes, la vieron tirar de las mangas del vestido de la duquesa hasta que consiguió rasgarlo. Y seguro que habría ido a por el corset aunque eso implicará dejarle las tetas al aire, si Lucien no hubiese conseguido detenerla.

El como era difícil de explicar. El emperador había pegado dos o tres gritos más, tan aferrado a su cintura como lo estaba ella a los cabellos de Mercedes. Quizás acabo cediendo porque al final él la superaba en fuerza o solo porque ya estaba cansada de tanto batallar.

—¡Campirana infeliz! —Chilló la duquesa poniéndose en pie con la ayuda de su hermano.

Había quedado completamente cubierta de lodo, tanto lodo que se le metió por los oídos, los ojos y hasta la boca. Las lagrimas que se deslizaban por sus mejillas, eran difíciles de notar con tanta suciedad, pero su rabia y vergüenza podían ser detectadas en el temblor de su voz.

—¿Crees que una maldita corona te hace emperatriz? —Gritó escupiendo en el suelo parte del lodo que se le había colado hasta la lengua —. ¿O qué Lucien va a amarte algún día? —Se rió enseñando los dientes manchados de tierra y sangre —. ¡él solo se ama a sí mismo!

—Que es lo que tú deberías hacer —Contestó May —. ¡Amarte a ti misma de una vez por todas!

—¡Basta! —Ordenó Lucien comenzando a arrastrar a su esposa lejos de allí.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora